En el capítulo anterior…
Gracias a ese GPS que todas llevamos dentro (menos la Gigi, a la que le es imposible encontrar el mar, si la soltamos en una playa), conseguí orientarme y encontrar una salida. Eso sí, trepando como una puta cucaracha por un tubo de pared vertical larguísimo, mientras una voz de señora, que estaba como una cabra ultra conservadora, contaba lo cool que era ser La Perfecta Ama de Casa.
¡Ya no eran dos metros, ni uno! ¡Había llegado a la rejilla de ventilación y me dolía todo!Afiancé mi posición, colocando las piernas más tensas, para no escurrirme pa’bajo, y como el cable de luz que conectaba a la televisión pasaba por un huequillo que había entre la pared y aquella extraña rejilla de ventilación, no me costó mucho cogerla con los dedos súper magullados como los tenía, y empujar hacia fuera, pero sin tirarla. No quería formar un escándalo.
Lo primero que hice, antes de calcular la altura del suelo para soltar la rejilla, fue mirar hacia el interior… ¡¡¡Estaba en un cine!!! Bueno, se parecía a un cine, aunque súper raro; había una fila de tías sentadas mirando hacia la pantalla, como hipnotizadas por la peli, con auriculares en la cabeza de los que salía un cable que bajaba hacia el suelo, y se iban hacia al fondo de la sala.
Con mucho cuidado, dejé la rejilla en el suelo y volvía nacer. No por encontrarme viva y entera, que también podría, sino porque salir por aquel jequecillo con mi cazadora de súper puta, fue más forzado que un parto, pero conseguí salir, pasando un momento de pánico total cuando sabes que te cuelgan los pies de un precipicio, y salté al interior de la sala de proyección.
Primero recuperé el aliento, mientras todas aquellas tías seguían viendo la película, sin enterarse de que yo estaba allí. Me levanté y me sacudí la ropa, intentando orientarme en aquel sitio en el que se podía ver todo, gracias a la luz de la pantalla de proyección, donde ahora, la agradable y lunática anciana, daba consejos de cómo lavar la ropa y tenderla. Nunca usar la secadora, porque eso estropeaba los tejidos. ¡Vaya, eso ya lo sabía!
En la sala habían por lo menos cincuenta chicas, de entre los veinte a los cuarenta años, viendo la peli con aquellos auriculares en la cabeza, y seguían súper concentradas en cómo lavar la ropa, como decía la mujer de la pantalla.
Me acerqué a una de las chicas y la toqué. Nada. Estaba catatónica perdida viendo la peli, como lo haría una "fans" de Pasión de Gabilanes. Levanté un poco el auricular y pegué la oreja, a ver qué coño estaba escuchando, si Madonna o Bananarama… pero no… aquello sonaba raro. Como cuando todas teníamos aquel módem de 56kas y te conectabas a internet, y que sonaba como pitiditos de sube y baja. Raro de cojones.
¿Y si no eran gusanos medulares lo que le metían a la gente, para cambiarles el comportamiento y volverlas heterosexualas? ¿Y si eran proyecciones en 16 milímetros, como aquella de la señora que daba consejos… más un extraño tipo de frecuencias que alteraban… no sé, algún tipo de ondas cerebrales.
¡¡¡!!!
¡Qué JEBY, neeenaaas…!
¿Sería posible cambiar el comportamiento humano con un tipo de onda o frecuencia?
¡Una fanfarria me dio un susto de muerte! El marido de la chica de la película había llegado a casa, y la nena se comportaba como si le hubiera tocado la Lotería de Navidad. Le traía su bata y pantuflas para estar por casa, además de una bebida.
¡Madre de dios! Todas las chicas de la sala se pusieron a aplaudir felices como lombrices.
¡¡¡Las estaban heterosexualizando delante de mis narices!!! ¡Eso never, darling!
Sacando fuerzas de no sé dónde, porque estaba súper guiñapo y nada cool, me dediqué a seguir los cables de los auriculares hasta el fondo de la sala, donde había una mesa de mezclas, con un ladrón de audio del que partían todos los conectores de los auriculares. Los saqué todos. Uno tras otro, hasta que todas se quedaron sin el audio de aquellos extraños pitiditos que sonaban a módem de 56kas.
Alejada de la pantalla como estaba, la luz era más escasa, pero miré a los lados por si saltaba una alarma o algo cuando desconecté todos los auriculares. Pero nada. Busqué una salida, pero tampoco la vi… aunque sí una estantería metálica enorme, con muchas baldas, llena de cosas, como bolsos, cazadoras, etc… Supongo, que eran las pertenencias de las chicas aquellas. Cada pertenencia tenía un número. Miré hacia atrás, y en cada silla donde estaban sentadas las chicas, había otro número.
Cogí un bolso y lo abrí. ¡Sí! ¡Un móvil! ¡¡¡MIERDA!!! Estaba apagado y pedía PIN. ¡Pa pines estoy yo ahora! Lo dejé en su sitio y miré hacia las chicas, que seguían igual de empanadas que antes, viendo como la tiparraca de la pantalla tendía la ropa con un estilazo, que ni la Andrews en Sonrisas y Lágrimas.
Vamos a ver, Dolly… si todas estas tías están aquí, habrán entrado por alguna parte, ¿no?
Recorrí la sala de proyecciones, mirando con miedo hacia el ventanuco por donde salía la proyección, no sea que el proyeccionista o quien fuera, me viera pululando por la sala y llamara la atención; me tuve que arrastrar a cuatro patas cerca de la pantalla y nada, ni una jodida puerta. ¡Coño! ¿Es que las habían teletransportado hasta allí o qué? ¡La puerta! ¡Anda que no soy tonta! La puerta estaba justo a un metro de la rejilla de ventilación por donde había salido.
Fui a coger el pomo para abrirla y al tocarlo, saltó una alarma que me puso los pelos de punta y chillé como una berraca. ¡No era una alarma! ¡Era una de las tías de la sala que había salido de su trance hipnótico, se asustó y chilló como una loca!
-¡Qué es ésto! ¡Dónde estoy!
-¡SShhhh baja la voz o nos van a dar, tía! -tuve que ser rápida y creíble, para ponerla de mi lado y que no chillara llamando la atención. La cogí de las manos-. Escucha, me han secuestrado como a vosotras. Estamos no sé donde, y hay que salir de aquí. Yo he desconectado los auriculares que teníais en la cabeza, porque creo que os intentan heterosexualizar… ¿eres lesbiana?
-¿Qué?
-¡Que si eres lesbiana, neeenaaa!
-Pues –parecía confundida-, no lo sé.
-Fijo que lo eres, pero te han estado drogando con ese sonido de los auriculares. ¡Escucha! Tenemos que salir de aquí, y a ser posible, vivas y más marikas que nunca, ¿entendido?
-Sí… -dijo ella asustada, mirando a las otras chicas que seguían hipnotizadas con la pantalla.
-Esta parece la sala de las chicas, pero debe haber otra sala con chicos, ¿me entiendes? Viendo cosas de cómo ser un hétero, y con esos auriculares con el sonido para lavarles el cerebro… las demás chicas supongo que se irán despertando de su trance, como tú, ¿vale? ¿Cómo te llamas?
-¿Qué?
-¿Qué cómo te llamas?
-Re… -dudó un instante-, Rebeca…
-¡De Mornay! ¡Qué cool, nena! Atiende, antes de que se despierten las otras, ¿vale, Rebeca?
-Sí…
-Detrás de tu silla hay un número, ¿vale? Y al fondo de la sala hay una estantería llena con vuestras cosas, clasificados por números. ¿Tienes móvil?
-¡Claro!
-Vale. Busca tu número, enciende el móvil, llama al 112 y pregunta por el agente Burno, no Bruno no ¡Ernesto, de la comisaría de la calle Luna!, y le dices que es una urgencia… que eres una de las desaparecidas, que Dolly está contigo y que localicen la llamada, porque no sé dónde estamos, nena…
-Vale.
-¿Eres lesbiana?
-¡¿Y a ti qué te importa?! ¡Maricón!–chilló súper ofendida.
-¡Bien! ¡No te han lavado el cerebro del todo, nena! –y le di un beso en los morros y descubrí que las bolleras no tenían bigote como imaginaba-. No olvides hacer todo eso. Ve a por tu móvil, tranquiliza a las demás cuando salgan de su trance, y pide que te pongan con Ernesto de la comisaría Luna, dile que estás con Dolly y que localicen la llamada… y que por nada del mundo hable con la Space, que es de los malos ¿entendido, chocho?
-Sí… -dijo algo ofendida por lo de chocho.
-Esa es otra, olvidaba decirte. Aquí hay dos tipos malos, uno rubio alto y cachas, y otro negro alto y cachas: la Space. Si aparecen, tenéis que saltar sobre ellos pero sin dudarlo.
-Fueron ellos quienes me secuestraron.
-Fijo, nena. Y son súper mega malos. Si te vuelven a pillar, olvídate de ser lesbiana, porque te vuelven heterosexuala hasta las trancas.
-¡Qué horror!
-¡A mi me lo vas a decir! Bien, manos a la obra. Yo me voy a buscar una sala como esta, pero llena de tíos marikitas, antes de que los vuelvan heterosexualas. ¡Corre, ve a por tu móvil y llama al 112; agente Ernesto de la comisaría Luna; Dolly está contigo; que localicen la llamada, y que no haga caso de La Space, que es de los malos! ¡Corre!
-Sí, sí… -dijo mientras salía corriendo hacia el fondo de la sala, donde yo le señalaba.
Como no podía perder más el tiempo allí, abrí la puerta y salí. Aún tenía que encontrar la sala de los chicos, donde seguro que estaba la idiota (y cleptómana) de la Numis, que por ladrona no merece ser salvada… pero donde además estarían más marikas inocentes como yo, a las que intentaban lavar el cerebro, con aquella frecuencia y…
Me paré horrorizada al recordar algo que me dijo Bruno... sobre que Gigi se había ido con la Space (capítulo 21 para las LOST en esta historia), aunque hablé con Gigi para contarle mi teoría de los Aliens Ochos (capítulo 22, también de este blog)… ¡Pero podría estar con la Space, que sabía que yo lo sabía, y que por ello debería secuestrar a la Gigi también! ¡Necesito un Actrón, o me explotará la cabeza!
¡Qué horror! La Gigi también podría estar secuestrada en aquel sitio, donde FIJO que sus camisas lolailo, no pegarían ni con cola… pero si estaba la Gigi, era un punto positivo, y es que sé cual es el pin de su móvil y podría llamar a la poli antes de despertarla o mientras la despertaba… ¡yupiii!
Tenía tal subidón de adrenalina, que ni me enteré cuando avanzaba por aquel terrible pasillo súper claustrofóbico, con luces de bajo voltaje en el techo. El pasillo seguía a unos metros y doblaba a la izquierda, y yo iba como muy resuelta, sin importarme si me encontraría al rubio, a la Space o al mismísimo Chiguaka, al doblar la esquina.
¡Tranquilidad, nena!
¡No sea que te maten, con lo poco que queda para el FINAL!
Gracias a ese GPS que todas llevamos dentro (menos la Gigi, a la que le es imposible encontrar el mar, si la soltamos en una playa), conseguí orientarme y encontrar una salida. Eso sí, trepando como una puta cucaracha por un tubo de pared vertical larguísimo, mientras una voz de señora, que estaba como una cabra ultra conservadora, contaba lo cool que era ser La Perfecta Ama de Casa.
¡Ya no eran dos metros, ni uno! ¡Había llegado a la rejilla de ventilación y me dolía todo!Afiancé mi posición, colocando las piernas más tensas, para no escurrirme pa’bajo, y como el cable de luz que conectaba a la televisión pasaba por un huequillo que había entre la pared y aquella extraña rejilla de ventilación, no me costó mucho cogerla con los dedos súper magullados como los tenía, y empujar hacia fuera, pero sin tirarla. No quería formar un escándalo.
Lo primero que hice, antes de calcular la altura del suelo para soltar la rejilla, fue mirar hacia el interior… ¡¡¡Estaba en un cine!!! Bueno, se parecía a un cine, aunque súper raro; había una fila de tías sentadas mirando hacia la pantalla, como hipnotizadas por la peli, con auriculares en la cabeza de los que salía un cable que bajaba hacia el suelo, y se iban hacia al fondo de la sala.
Con mucho cuidado, dejé la rejilla en el suelo y volvía nacer. No por encontrarme viva y entera, que también podría, sino porque salir por aquel jequecillo con mi cazadora de súper puta, fue más forzado que un parto, pero conseguí salir, pasando un momento de pánico total cuando sabes que te cuelgan los pies de un precipicio, y salté al interior de la sala de proyección.
Primero recuperé el aliento, mientras todas aquellas tías seguían viendo la película, sin enterarse de que yo estaba allí. Me levanté y me sacudí la ropa, intentando orientarme en aquel sitio en el que se podía ver todo, gracias a la luz de la pantalla de proyección, donde ahora, la agradable y lunática anciana, daba consejos de cómo lavar la ropa y tenderla. Nunca usar la secadora, porque eso estropeaba los tejidos. ¡Vaya, eso ya lo sabía!
En la sala habían por lo menos cincuenta chicas, de entre los veinte a los cuarenta años, viendo la peli con aquellos auriculares en la cabeza, y seguían súper concentradas en cómo lavar la ropa, como decía la mujer de la pantalla.
Me acerqué a una de las chicas y la toqué. Nada. Estaba catatónica perdida viendo la peli, como lo haría una "fans" de Pasión de Gabilanes. Levanté un poco el auricular y pegué la oreja, a ver qué coño estaba escuchando, si Madonna o Bananarama… pero no… aquello sonaba raro. Como cuando todas teníamos aquel módem de 56kas y te conectabas a internet, y que sonaba como pitiditos de sube y baja. Raro de cojones.
¿Y si no eran gusanos medulares lo que le metían a la gente, para cambiarles el comportamiento y volverlas heterosexualas? ¿Y si eran proyecciones en 16 milímetros, como aquella de la señora que daba consejos… más un extraño tipo de frecuencias que alteraban… no sé, algún tipo de ondas cerebrales.
¡¡¡!!!
¡Qué JEBY, neeenaaas…!
¿Sería posible cambiar el comportamiento humano con un tipo de onda o frecuencia?
¡Una fanfarria me dio un susto de muerte! El marido de la chica de la película había llegado a casa, y la nena se comportaba como si le hubiera tocado la Lotería de Navidad. Le traía su bata y pantuflas para estar por casa, además de una bebida.
¡Madre de dios! Todas las chicas de la sala se pusieron a aplaudir felices como lombrices.
¡¡¡Las estaban heterosexualizando delante de mis narices!!! ¡Eso never, darling!
Sacando fuerzas de no sé dónde, porque estaba súper guiñapo y nada cool, me dediqué a seguir los cables de los auriculares hasta el fondo de la sala, donde había una mesa de mezclas, con un ladrón de audio del que partían todos los conectores de los auriculares. Los saqué todos. Uno tras otro, hasta que todas se quedaron sin el audio de aquellos extraños pitiditos que sonaban a módem de 56kas.
Alejada de la pantalla como estaba, la luz era más escasa, pero miré a los lados por si saltaba una alarma o algo cuando desconecté todos los auriculares. Pero nada. Busqué una salida, pero tampoco la vi… aunque sí una estantería metálica enorme, con muchas baldas, llena de cosas, como bolsos, cazadoras, etc… Supongo, que eran las pertenencias de las chicas aquellas. Cada pertenencia tenía un número. Miré hacia atrás, y en cada silla donde estaban sentadas las chicas, había otro número.
Cogí un bolso y lo abrí. ¡Sí! ¡Un móvil! ¡¡¡MIERDA!!! Estaba apagado y pedía PIN. ¡Pa pines estoy yo ahora! Lo dejé en su sitio y miré hacia las chicas, que seguían igual de empanadas que antes, viendo como la tiparraca de la pantalla tendía la ropa con un estilazo, que ni la Andrews en Sonrisas y Lágrimas.
Vamos a ver, Dolly… si todas estas tías están aquí, habrán entrado por alguna parte, ¿no?
Recorrí la sala de proyecciones, mirando con miedo hacia el ventanuco por donde salía la proyección, no sea que el proyeccionista o quien fuera, me viera pululando por la sala y llamara la atención; me tuve que arrastrar a cuatro patas cerca de la pantalla y nada, ni una jodida puerta. ¡Coño! ¿Es que las habían teletransportado hasta allí o qué? ¡La puerta! ¡Anda que no soy tonta! La puerta estaba justo a un metro de la rejilla de ventilación por donde había salido.
Fui a coger el pomo para abrirla y al tocarlo, saltó una alarma que me puso los pelos de punta y chillé como una berraca. ¡No era una alarma! ¡Era una de las tías de la sala que había salido de su trance hipnótico, se asustó y chilló como una loca!
-¡Qué es ésto! ¡Dónde estoy!
-¡SShhhh baja la voz o nos van a dar, tía! -tuve que ser rápida y creíble, para ponerla de mi lado y que no chillara llamando la atención. La cogí de las manos-. Escucha, me han secuestrado como a vosotras. Estamos no sé donde, y hay que salir de aquí. Yo he desconectado los auriculares que teníais en la cabeza, porque creo que os intentan heterosexualizar… ¿eres lesbiana?
-¿Qué?
-¡Que si eres lesbiana, neeenaaa!
-Pues –parecía confundida-, no lo sé.
-Fijo que lo eres, pero te han estado drogando con ese sonido de los auriculares. ¡Escucha! Tenemos que salir de aquí, y a ser posible, vivas y más marikas que nunca, ¿entendido?
-Sí… -dijo ella asustada, mirando a las otras chicas que seguían hipnotizadas con la pantalla.
-Esta parece la sala de las chicas, pero debe haber otra sala con chicos, ¿me entiendes? Viendo cosas de cómo ser un hétero, y con esos auriculares con el sonido para lavarles el cerebro… las demás chicas supongo que se irán despertando de su trance, como tú, ¿vale? ¿Cómo te llamas?
-¿Qué?
-¿Qué cómo te llamas?
-Re… -dudó un instante-, Rebeca…
-¡De Mornay! ¡Qué cool, nena! Atiende, antes de que se despierten las otras, ¿vale, Rebeca?
-Sí…
-Detrás de tu silla hay un número, ¿vale? Y al fondo de la sala hay una estantería llena con vuestras cosas, clasificados por números. ¿Tienes móvil?
-¡Claro!
-Vale. Busca tu número, enciende el móvil, llama al 112 y pregunta por el agente Burno, no Bruno no ¡Ernesto, de la comisaría de la calle Luna!, y le dices que es una urgencia… que eres una de las desaparecidas, que Dolly está contigo y que localicen la llamada, porque no sé dónde estamos, nena…
-Vale.
-¿Eres lesbiana?
-¡¿Y a ti qué te importa?! ¡Maricón!–chilló súper ofendida.
-¡Bien! ¡No te han lavado el cerebro del todo, nena! –y le di un beso en los morros y descubrí que las bolleras no tenían bigote como imaginaba-. No olvides hacer todo eso. Ve a por tu móvil, tranquiliza a las demás cuando salgan de su trance, y pide que te pongan con Ernesto de la comisaría Luna, dile que estás con Dolly y que localicen la llamada… y que por nada del mundo hable con la Space, que es de los malos ¿entendido, chocho?
-Sí… -dijo algo ofendida por lo de chocho.
-Esa es otra, olvidaba decirte. Aquí hay dos tipos malos, uno rubio alto y cachas, y otro negro alto y cachas: la Space. Si aparecen, tenéis que saltar sobre ellos pero sin dudarlo.
-Fueron ellos quienes me secuestraron.
-Fijo, nena. Y son súper mega malos. Si te vuelven a pillar, olvídate de ser lesbiana, porque te vuelven heterosexuala hasta las trancas.
-¡Qué horror!
-¡A mi me lo vas a decir! Bien, manos a la obra. Yo me voy a buscar una sala como esta, pero llena de tíos marikitas, antes de que los vuelvan heterosexualas. ¡Corre, ve a por tu móvil y llama al 112; agente Ernesto de la comisaría Luna; Dolly está contigo; que localicen la llamada, y que no haga caso de La Space, que es de los malos! ¡Corre!
-Sí, sí… -dijo mientras salía corriendo hacia el fondo de la sala, donde yo le señalaba.
Como no podía perder más el tiempo allí, abrí la puerta y salí. Aún tenía que encontrar la sala de los chicos, donde seguro que estaba la idiota (y cleptómana) de la Numis, que por ladrona no merece ser salvada… pero donde además estarían más marikas inocentes como yo, a las que intentaban lavar el cerebro, con aquella frecuencia y…
Me paré horrorizada al recordar algo que me dijo Bruno... sobre que Gigi se había ido con la Space (capítulo 21 para las LOST en esta historia), aunque hablé con Gigi para contarle mi teoría de los Aliens Ochos (capítulo 22, también de este blog)… ¡Pero podría estar con la Space, que sabía que yo lo sabía, y que por ello debería secuestrar a la Gigi también! ¡Necesito un Actrón, o me explotará la cabeza!
¡Qué horror! La Gigi también podría estar secuestrada en aquel sitio, donde FIJO que sus camisas lolailo, no pegarían ni con cola… pero si estaba la Gigi, era un punto positivo, y es que sé cual es el pin de su móvil y podría llamar a la poli antes de despertarla o mientras la despertaba… ¡yupiii!
Tenía tal subidón de adrenalina, que ni me enteré cuando avanzaba por aquel terrible pasillo súper claustrofóbico, con luces de bajo voltaje en el techo. El pasillo seguía a unos metros y doblaba a la izquierda, y yo iba como muy resuelta, sin importarme si me encontraría al rubio, a la Space o al mismísimo Chiguaka, al doblar la esquina.
¡Tranquilidad, nena!
¡No sea que te maten, con lo poco que queda para el FINAL!