viernes, enero 27, 2006

~11~ 2ª Temporada

En el capítulo anterior...

La puta de la Gigi se largó a inspeccionarse, con mi ZEN. A mí me dio un susto un segurata, pero fue un susto y luego calentón, porque estaba bueno, y luego me fui a inspeccionar, como dice la Gigi, por el complejo, andando entre la niebla, encontré el lago, el embarcadero y ¡¡¡UNA MUERTA!!!

-¡¡¡UNA MUERTAAA!!! –chillé una y otra vez, pero parecía que o bien estaba en el país de los sordos, o estaba demasiado lejos de cualquier par de orejas que pudieran oír mis alaridos de marika histérica, acompañada por una muerta.

Atragantada del asco por compartir aquel bote con una muerta, en postura imposible, intenté hacer la postura de la grulla de Karate Kid, y casi me fui al agua.

-¡¡¡NEEENAAAA!!! ¡Que esto es muy jeby! –arrastrada por el horror, me puse a mover las manos a lo Village People recordando mis años de instituto, como animadora del equipo de baloncesto, al grito de-. ¡Dame una M! ¡Dame una U! ¡Dame una E! ¡Dame una R! ¡Dame una T! ¡Dame una A! ¡DAME UNA M-U-E-R-T-A!

Ni con esas. Cansada de liberar todas mis artes, cual Gaysha, salté del bote hacia el embarcadero, y eché a correr como una modelo colombiana. O sea, que corría ciega entre la niebla, alejándome de aquel horror sumamente horroroso que había presenciado.

-¡YERRRRRRRRRRGGGGGG!!! –berreó alguien a mi espalda.

Tonterías mías, me dio por mirar hacia atrás, porque aquel alarido venía del embarcadero, pero claro, con la niebla que no se veía ni el rabo de Nacho Vidal, aunque te diera con él cachetitos en las mejillas, tropecé con algo y salí volando por los aires, a lo Súper Girl (sí, puse esa pose de manos tan cool que hacía la nena e la peli: un brazo estirado y el otro a la altura del pezón, que supongo le funcionaba de brújula), y me estrellé en la orilla del lago, con lo que me quedé más empapada que Concha Velasco después de llevar puesta durante todo el día la Tena Lady.

-¡Socorro! –chillé a cuatro patas, pringada de agua, barro, piedrecitas y líquenes varios por toda la ropa. ¡Parecía la hermana de La Cosa del Pantano!-. ¿Pero es que nadie limpia esta mierda de lago? ¿Dónde están los peludos de Greenpeace cuando se les necesita?
-¡YERRRRRRRRRRGGGGGG!!! –volvieron a berrear, pero más cerca.
-¡Gigi, SOCORRO! –chillé súper asustada, y luego caí en la tontería que había gritado. ¡Anda que pedirle ayuda a Gigi! Es como estar en un incendio en medio del campo, ¡y pedirle ayuda a un pirómano!

Aquella situación era tan embarazosa, que sólo yo podía desembarazarme… de fuera lo que fuera, lo que chillaba como un cato pisoteado, entre la niebla, y acercándose hacia donde yo estaba.

-¡YERRRRRRRRRRGGGGGG!!!

Me levanté de un salto y busqué en la mochila cool algo para defenderme.

-Sea quien seas… que sepas que voy armada –y apunté hacia la niebla, con mi mechero-. Pues como no le de un porro caducado y se lo encienda, a ver cómo me defiendo, ¡neeenaaa! –me dije a mi misma en voz alta, pero bajito, para que no me oyera… aquello que se acercaba hacia mí.

Sí, nenas. Se acercaba hacia mí, porque oía sus temblorosas pisadas sobre los guijarros, cada vez más y más cerca, pero no podía ver de quién se trataba, por la jodida niebla; me tranquilicé un poco porque pensé: si es un fantasma, no podría hacer ruido al pisar, digo yo, y aquello hacía ruido al pisar, y chillaba de una forma extraña. Así que haciendo un inventario mental sobre posibles criaturas que hicieran ruido al pisar y emitieran aquellos alaridos, al instante encontré lo que buscaba.

-¡UN ZOMBIE! –berreé como la Maira Gómez Kemp, cuando les daba un premio bueno a los concursantes del Un, Dos, Tres.

Me di la vuelta y eché a correr otra vez. Sí, otra vez. Pero esta vez corría más, porque notaba cómo me pateaba el culo con los tacones de mis botas country, hasta que localicé de pasada la formación de árboles y la cuesta por la que había bajado en el capítulo anterior. ¡Una salida!

-¡YERRRRRRRRRRGGGGGG!!!
-¡¡¡A mamarla a Parla, askerosa!!! –le grité a quien quiera que me seguía chillando como una energúmena de OT al ser expulsada de la academia, y eché a correr por la empinada cuesta terrosa, fangosa ¡y resbaladiza!
-¡Neeenaaa….!!! –chillé antes de resbalar y caer de bruces otra vez.

Esta segunda caída fue más asquerosa que la primera, porque todo el terreno estaba embarrado, y tenía la misma textura y color, que los contenidos de los pañales de bebé usados. Que aunque la negrita con coletas del anuncio diga que los pañales de bebé son GUAYS y ELÁSTICOS, un pañal de bebé una vez usado, es una ¡MIERDA!

-¡Esta mierda no me la saco de encima ni con El Poder Rosa de Kalia Oxiacction!
-¡YERRRRRRRRRRGGGGGG!!!
-¡Váyase a tomar por culo de una vez!

Cuando me cogieron de los tobillos de mis botas, perdí el habla y la respiración. Luego tiraron de mí hacia abajo y claro, untada como estaba (sólo me faltaba el pan rallado como a las croquetas), salí disparada pendiente abajo liándome con harapos malolientes hechos jirones, que me pasaron cerca de la cara. Por eso sé que apestaban.

Intenté ponerme en pié, pero algo se había sentado en mi espalda, aprisionándome contra el suelo, y tenía trozos de aquella tela que me eran familiar, como en esas películas chinas, donde las nenas súper bien vestidas y maquilladas, lanzan metros de telas de colores. Pero aquellas tenían el color de la roña, apestaban y estaban deshilachadas. Y entonces recordé dónde las había visto… y chillé.

-¡¡¡LA MUERTAAAAAA!!!
-¡YERRRRRRRRRRGGGGGG!!!

Una mano cayó sobre mi coronilla, agarrándome de los pelos y tiró hacia atrás, y yo por el rabillo del ojo, y con la garganta expuesta a que un machete de los de Viernes 13 me rebanara la nuez, permanecí callada, sintiendo el aliento caliente (y con unas gotas de alcohol de garrafa), junto a mi oreja derecha.

-No le gustan los extraños. Oh, no, no, no… -dijo una voz cantarina de mujer mayor-. No le gustan los intrusos. Oh, no, no, no… -y tiró de mis pelos hacia ella, y yo doblé el cuello más hacia atrás-. Y si te ve, te llevará al lago. Oh, sí, sí, sí… Al lago, sí… al lago. Y ABAJO. Oh, sí, sí, sí…
-¡Señora! –intenté decir, pero con la garganta como la tenía (doblada hacia atrás), me salió una voz más aguda y más marikita-. ¡Deje de decir tonterías, suélteme y deje de beber!
-Mmmm Mmmm –ronroneó muy cerca de mi oreja-. Él odia el alcohol… oh, sí, sí, sí… No le gusta el alcohol. Oh, no, no, no…¡Deberías saberlo! ¡DEBERÍAS SABERLO!
-¡Pero si acabo de llegar, qué coño voy a saber! ¡Vieja borracha!
-Y esta noche saldrá. Oh, sí, sí, sí… Saldrá, ¡claro que saldrá! Saldrá. Oh, sí, sí, sí… Saldrá del lago. Oh, sí, sí, sí... Saldrá, saldrá, saldrá, ohhh… ¡saldrá!
-¡SUELTELÉ! –chilló otra voz. Era una voz conocida por mí, aunque no sabía de donde, claro, porque la situación me bloqueaba y no me dejaba pensar con claridad.
-¡YERRRRRRRRRRGGGGGG!!! –chilló mi torturadora.
-¡Suéltele y apártese de él! ¡VAMOS! –ordenó más tajante la voz masculina que me seguía recordando a alguien, pero que no conseguía ponerle cara.
-Va a venir, VA A VENIR. Oh, sí, sí, sí…

Noté cómo dejaba de hacer presión hacia atrás, y cómo mi pelo se soltaba de su mano zarpa, al igual que el peso de mi espalda iba mermando hasta que ya no estaba sentada sobre mí, aquella vieja chiflada, ni agarrándome de manera tan loca.

Lo primero que hice fue toser, porque tanto tiempo así, con el cuello estirado para atrás, y con el cuero cabelludo ardiendo del tirón que me había dado, no es nada bueno. Si no, pregúntaselo a una cantante de ópera, que te dirá lo mismo.

Y en ese momento apareció la Montserrat Callabé, y dijo:
-Esa postura para las cuerdas vocales, no es nada buena, nena -dijo la Montse, traída por el terror de mi mente, y volvió a desaparecer.

-¿Cómo ha entrado aquí? –preguntó mi salvador, aunque en realidad sonaba más a una orden, que a una pregunta.

Mientras, yo intentaba ponerme en pie y ver la cara de mi agresora, además de percibir aquel olor rancio, como a orina fermentada, que vale, era un olor al que estaba acostumbrada en el WC del Lether, ¿pero en el campo¿ ¡Nunca me lo imaginé!

-¡Creo que me ha meado encima la tía cochina! –chillé al notar el calorcillo en la espalda- ¡QUÉ JEBY! ¡Se me ha meado! –y me volví hacia el segurata que minutos antes había estado preguntándome en la puerta de mi cabaña, apuntándole con la pistola a una silueta entre la niebla, mientras que con la otra mano buscaba algo en la parte trasera de su cintura.

Supuse que el segurata buscaba unas esposas para ponérselas a aquella vieja chiflada y meona, aunque también pensé que se estaba rascando el culo. Bueno, vale, soy muy puta y algunas veces ordinaria, y sí, también parecía que se estaba rascando el culo, ¡neeenaaa!

-Esa mujer, se estaba haciendo la muerta en el bote del embarcadero –informé al segurata, mientras me quitaba la cazadora, calada hasta el forro de los meados de la vieja cochina-. ¡Y se me ha meado encima, neeenaaa!
-¡No se mueva!
-¿Quién yo? -pregunté flipadísima.
-¡YERRRRRRRRRRGGGGGG!!!
-¡Pero si yo no me he movido! Y soy la agredida, ¡no la agresora!

Y el segurata echó a correr tras la loca ésta, ue se puso a correr como un "grenli" perdiéndose entre la niebla. Y el segurata, también se perdió en la niebla. Oí pisadas en los guijarros en el la orilla del lago.

-¡Ey! ¿Y qué pasa conmigo? ¡Oye!

Oí más pisadas y voces alarmadas, pero esta vez venían desde detrás de mí, y cuando me volví, vi la cara de Gigi, más roja de lo normal, que venía acompañada de otro segurata, súper mono y también con la cara colorada como un tomate… ¡y con el pico de la camisa por fuera de los pantalones!

-¡Gigi! –le chillé flipada en 3D cuando até cabos.
-¡Dolly! ¿Qué ha pasado?
-¿Qué qué ha pasado? ¡Dime tú lo que ha pasado!
-¿Yo? ¿Cómo lo voy a saber yo si no estaba aquí?
-¡Claro que no estabas aquí! Pero lo mío no es nada del otro mundo: me ha perseguido la muerta del bote del embarcadero, me ha tirado de los pelos y se me ha meado encima, pero tú, ¡TÚ HAS ESTADO FOLLANDO, NEEENAAA!

Gigi y el segurata se pusieron más colorados, y yo me puse las manos en jarras, súper envidiosa y apestando a meados.

-¡Qué JEBY, neeenaaa!

martes, enero 24, 2006

~10~ 2ª Temporada

En el capítulo anterior...

Cuando todos pensábamos que el fantasma no era otro que un paleto del pueblo de al lado disfrazado de fantasma… Gigi y yo conocimos a Las Hermanas Calambre (Pepa y Rosa), que sonaban a grito de patio de vecinas “¡Pepa Rosaaaa que empieza Pasión de Gavilaaaneees!” y estas dos agradables pero electrizantes ancianitas, nos hicieron ver que: no es oro lo que te venden las gitanas por la calle Preciados.

-¿Tú las crees? –me preguntó Gigi de camino a la cabaña, tras ponernos hasta arriba de carne en la barbacoa, donde no estaba Georgy Dan.
-No sé, Gigi… -dije abrazándome a mi misma, porque tenía un frío de narices-. Pero la conversación con electroshock incluido, me ha dejado algo pallá.
-Escucha –dijo Gigi deteniéndome con una mano.

Yo casi me cagué encima, cuando agudicé el oído en el más puro estilo de lobezno y abrí tanto los ojos que las pestañas me llegaron a la coronilla.

-¿Qué? –pregunté bajito, intentando ver entre la niebla que no se veía ni a Espinete, de estar a tres metros de nosotras-. ¿Qué has oído?
-¡Absolutamente nada! –digo Gigi súper feliz-. ¿A que es flipante, tía? ¡Nada que ver con la ciudad, donde no paran de oírse ruidos por todas partes!

Lo que hice a continuación, no lo contaré, porque sé que la Asociación del Maltrato de Animales me pondría una multa, pero sí que puedo decir, que los quince metros que nos separaban de la cabaña, los realicé en quince segundos… Gigi los hizo en doce y medio, o se comía las hostias que intentaba darle a dos manos, por estar a punto de matarme de un susto la hijadelagranputa.

-¡Tía, cómo te has puesto! –dijo jadeando y roja como el culo de un mandril.
-Que sea la última vez que te da un momento mística, en medio de la niebla, ¿vale?
-Vale, tía… pero tranquilízate, que estas cabañas son para relajarse.
-Contigo al lado será un imposible, nena…
-¿Pues sabes lo que te digo! ¡Que me voy a inspeccionar!
-¿A ti misma?
-No, ¡a los alrededores!
-A ver si te coges una gripe con tanta humedad, que estamos en diciembre –porque claro, aunque tú leas esto en Enero, o en el mes que te salga del chirli, esta aventura transcurrió en Diciembre, nena.
-Pues me buscaré a un segurata de esos para que me de calor.
-JAjeJIjoJU.
-Ja-JA-ja-JA-je! –dijo Gigi sin gracia, cogió mi ZEN y se largó.

Al minuto de irse, intenté llamar a Bruno, y nada, seguía sin cobertura en mi súper móvil, y me fastidió, pero no me fastidió tanto como deshacer la maleta y sacar la ropa, para tener un momento 100% Mari, colocando las cosas, y de paso, correr las cortinas de las ventanas, no sea que cualquier idiota se asomara al otro lado del cristal, y me matara de un susto. Sí, nenas, atacada de los nervios y sin valeriana, puede ser low pior.

Como a los veinte minutos, donde me cambié de ropa para estar más country, me vi un teléfono fijo, y volví a pensar en Bruno, así que le llamé.

-Recepción –dijo una voz familiar.
-¿Olivia?
-Sí, soy yo. ¿Quién es?
-¡Qué Jeby! Soy Dolly, de la cabaña TRECE, aunque diga catorce, es la TRECE.
-¿Necesita algo?
-Pues sí: cobertura. Mi móvil no va, y ahora intentaba llamar al exterior y…
-Me temo que por ahora, sólo funcionan las comunicaciones internas.
-¡Neeenaaaa! ¿Eso se avisa antes, no crees? –y se quedó callada-. Es igual, ya me las apañaré. He sobrevivido a cosas peores, y a viejos tarados que querían mis ojos.
-Que pase un buen día.
-Lo intentaré –y colgué-. ¡Qué asco de vida country!

Como yo soy de las que no pueden estar quietas, y menos encerradas en aquella cabaña, por muy cool que fuera, me puse a investigar y encontré un plano de las instalaciones, con planning para nosotros, preparado por Takami Corporation, y varios folletos más; abrí el plano y aquello era ¡ENORME! Puesto sobre la mesa colgaba como un mantel de mesa camilla o de bodorrio. ¡Como se pierda la Gigi, no la encontramos ni con un GEPE-ESE!

-Dolly, nena, tienes que hacer algo. No has venido al campo para encerrarte en una cabaña tan cool –me puse los guantes, cargué dos o tres cosillas en la mochila cool que nos habían regalado, me puse mi gorrito de lana con orejeras peluditas (de Springfield), y me dije que me iba de aventuras. ¡Sí, yo sola! Pero sin mi ZEN. Es igual, cantaría, que sé hacerlo y muy bien.

Al ir a abrir la puerta, llamaron y me quedé paralizada desde la cabeza a los pies, aunque sin dejar de sonreír, con mi sonrisa de girl scout, porque me iba a explorar, pero completamente petrificada. Sólo movía los ojos. Como sea Gigi que se ha olvidado algo, juro por Dior que la mato; volvieron a llamar a la puerta.

-Seguridad –dijo una voz varonil al otro lado.

¡Qué habrá hecho ya esa demente! Me dije a mi misma, pensando en posibles accidentes para Gigi: escoñada por una ladera, atacada por un conejo de campo, picoteada por un águila real, o sin ojos por culpa de un cernícalo. ¡Qué jeby!

-Seguridad, ¿hay alguien?
-¡Sí! –dije saliendo de mi paralís, y abrí la puerta-. ¡Hola! –dije a un pedazo chulo de quitar el hipo y vuelta a darte, pero con estertores.

El segurata llevaba ese tipo de barba que le nacía desde las patillas y súper bien cuidada. Detalle a tener en cuenta, porque un heterosexual, no suele dedicar un minuto al vello facial, porque para ellos, es simplemente PELO y nada bello. Si no, fijaros en Rajoy. Oka, mal ejemplo. Punset. No por la barba, desde luego, nenas, sino por esa melena patrás alborotada. Claro que como yo no pienso mucho, por eso lo tengo liso, y no rizado como Punset. ¡Tendré que comprarme un champú para remediarlo!

-¿Todo bien? –preguntó el segurata.
-Ehhh sí, ¿por? ¿Ha pasado algo? –y sin darme cuenta, porque a mi los uniformes me tiran más que a un chino la soja, me apoyé en la jamba de la puerta-. ¿Está todo bien?
-Sí, señor, sólo estábamos comprobando… -dijo medio cortado-. Comprobando el número de visitantes. ¿Ha venido sólo o acompañado?

¡Qué jeby, neeenaaa! Qué forma de tirarme los tejos y sin ningún pudor. Sólo había visto algo parecido en un Balneario de Palma (entiéndase por Balneario, a una discoteca a pie de playa regentada por alemanes y hasta el culo de alemanes y alemanas en edad de merecer -follables todos ellos porque eran rubios cachas y súper monos-, más borrachos por el portero de la fábrica Ron Areucas).

-¿Y por qué lo preguntas? –pregunté en plan súper puta. Ya que me tiraba los tejos, no le iba a tratar de usted, ¿no? ¡Ni que fuera fetichista! Aunque me tiren los uniformes.
-Estamos haciendo un censo.
-Ah -dije con el lívido en el suelo-. Pues somos dos, pero mi amigo, que no es mi pareja –y el segurata arqueó las cejas pobladas que tenía-, ha salido a explorar.

Él sin decir nada, lo anotó en una tablilla que llevaba.

-¿Y estás tú sólo para todos los que estamos aquí?
-No –dijo más relajado-. Mis compañeros están en el perímetro.
-Pero aquí…
-Sí, un compañero y yo.
-¿Y hace mucho tiempo? –se quedó medio mosca, así que fui rápida-. Lo pregunto por lo del “fantasma”. ¿Lo has visto? No sé, en alguna de tus rondas y tal…
-No, lo siento, no hemos visto ningún fantasma.
-Y eso del “fantasma” no se trata de algún tipo de cachondeo, ya sabes, para hacer disparar un poco la adrenalina a los visitantes.
-Nnnno, que yo sepa.

Oka, Dolly, deja ya de preguntar que ha puesto esa mirada de “¿estoy hablando con una marika tarada, o con una oyente del Iker Jiménez?”, que para el caso, es lo mismo.

-Pues muchas gracias, majo.
-Mario.
-Bueno, Mario el majo, muchas gracias; voy a buscar a mi amigo, no sea que se la haya comido el Oso Yogui y esté agonizando por ahí sin brazos, le entren ganas de hacer pis, y no tenga a nadie que le baje la bragueta.

Nena, estás fatal, me dije cerrando la puerta, dejando a aquel segurata con cara de alucine, meditando en si había tenido una conversación con una persona normal, o con la turista tarada un millón. Bueno, la un millón no, porque éramos las primeras en pisar aquel sitio; me puse a andar, consulté el plano, y me miré una chapa muy mona que tenía en la cazadora, por si me perdía y tenía que tocarla y decir “Scotty, teletraspórtame”. Claro que el Scotty nunca respondía, porque debería estar encerrada y follando en una cabina del Lether, o en algún episodio de Star Trek.

Varios metros después, andando por el sendero, tras leer varios carteles tontos, con rutas a seguir y con la única compañía de La Niebla de John Carpenter, me guié por el mapa porque no quería ver la cascada no se qué, ni el bosquecillo de no se cuantos, sino el Lago Takami. Sí nenas, aquí a todo le ponían el prefijo Takami y se quedaban más anchas que la Teté Delgado viendo un partido de fútbol con alitas de pollo y cuatro salsas.

-¡Lago Takami! –dije en voz alta al ver el cartelito-. ¡Poooooor aquí! –me dije a mi misma, porque cuando no tengo a nadie con quien hablar, y pienso mucho, me gusta oír mi voz para saber que sigo viva y no estoy tarada.

El camino comenzó a descender, y mis botas patinaron un poco sobre la hierva y las hojas secas del suelo, que con tanta humedad estaban como piel de calamar, pero era transitable. Vamos, que no era de los que sales patinando y los bajas de culo, cogiéndote de los tobillos. Era del tipo de ir a trote, o te escoñas fijo, en realidad el trote se convirtió en carrerilla, no carrera. Carrerilla es cuando alguien te asusta y corres como con los calzoncillos por las rodillas, o sea, con muy poco arte para maniobrar, pero yo me defendí, y estuve de carrerilla varios metros, para no resbalar y caerme, porque ahora sí, aquel dichoso sendero se había vuelto peligroso, hasta que se niveló, y oí el CHOF! CHOF! de pisar agua.

Retrocedí, agitada por la carrerilla, y miré a los lados. Algún tipo de ave cabrón, graznó a lo lejos, dando un toque siniestro a aquel momento. Estaba a la orilla de algo, supongo que el lago, pero no se veía una mierda por culpa de la dichosa niebla.

Un ¡GLUP! Acuático sonó a lo lejos. Me quedé quieta, y levanté las orejeras de mi gorro. No se oía nada, y esperaba que el dichoso pájaro que me asustó segundos antes, se hubiera estrellado contra la alambrada eléctrica ¡GLUP! Ahí estaba otra vez. Sonaba delante de mí, en el lago.

-¡Hoooolaaaa! -chillé al lago, y segundos más tarde, y sin eco que me devolviera el saludo, volví a oír el ¡GLUP!, pero en otro lado, aunque seguía estando en frente de mí.

Como soy muy desconfiada ¡y quién no, en un decorado de terror como éste!, cogí una piedrecita que tenía a los pies y la lancé al lago.

¡GLUP!

Me di la vuelta y miré hacia la pendiente. Sólo se veían los fustes de los árboles y algunas plantas locas que crecían por todas partes.

¡GLUP! Sonó a mi espalda.

-Gigi, si eres tú, ya puedes estar eligiendo entierro o incineración, neeenaaa.

¡GLUP!

No me di la vuelta hacia el lago, pero sí me puse las manos en jarras, y escudriñé por donde la niebla me dejaba ver, que era poco, pero yo tengo la vista muy aguda y todo eso, y pude ver más plantas y más árboles que minutos antes no estaban.

¡GLUP!

Bordeé la orilla del lago sin dejar de mirar hacia el bosque, hasta que pisé madera, y me descubrí ante un pequeño embarcadero como el de Creepshow. En un día soleado, estaría de vicio, claro, pero ahora mismo era tétrico-tétrico, como aquella vez que hubo un apagón en el súper de El Corte Inglés de Callao (un sótano, vamos), y yo me quedé atrapada en un pasillo, rodeada de comida mexicana, y me dio por cantar “El Rey”, pero desde el principio del estribillo, cuando dice aquello de: "con dinero o sin dinero…"

Anduve por el embarcadero hasta el extremo que terminaba en el lago, y descubrí una cuerda que había atada a él, y que se internaba en la niebla, hacia el interior del lago. Me puse en cuclillas, porque yo arrodillarme NEVER, DARLING, cogí la cuerda y tiré de ella. Oí cómo el agua chapoteaba, y cómo la cuerda arrastraba algo pesado… ¡¡¡Un bote!!! ¡Qué cool, neeenaaa!

En cuanto estaba al lado del embarcadero, me dejé arrastrar por la emoción y salté dentro del bote, para ponerme a chillar de forma histérica, clavándome los dedos en las mejillas, como lo hizo Tippi Hedren en la cabina telefónica, cuando la atacaron todos aquellos pájaros en la peli de Hitchcock.

-¡¡¡UNA MUERTAAAAAA!!!

miércoles, enero 18, 2006

~9~ 2ª Temporada

En el capítulo anterior...

Tras mi paranoia en el IKEA, dada por un susto del copón con pedo de la Gigi, y vuelta a la realidad, Olivia, la mandamasa del súper chiringuito de cabañas de Takami Corporation, nos había tranquilizado a todos, con aquella historia sobre el pueblo vecino que no veía con muy buenos ojos un complejo turístico como aquel y por ello, se dedicaba a asustar a to kiski con el fantasma de Fernando Morales, y su hacha.

Es curioso como el ser humano, marika o no, tiene una facilidad espantosa para adaptarse a lo que sea. Sacan la ley del tabaco, y todo el mundo se pone a chillar como si fuera el fin del mundo, para que después, cuando ya está en funcionamiento, ver que no pasa nada, por fumar menos; o cuando se te jode el pc, y tú te pones histérica corriendo en círculos, hasta que el informático te dice “está jodido un cable” y ya te quedas más tranquila, pero sigues tendiendo el puto pc muerto, y no puedes fumar en esa cafetería que tanto te gustaba.

En el Valle Takami estaba ocurriendo algo similar. Nada más poner un pié en él, nos habían metido un susto de narices, pero de los de dejarte en el sitio, y de los que piensas antes de morir: “¡¡¡Moriré sin ver la última película de George Clooney, aunque salga feo!!!”, y luego Olivia nos dijo a todos “es un farsante y aquí no hay fantasmas”, y la reacción general fue de silencio e irnos a comer todos una fabulosa barbacoa en un día llenísimo de niebla, de los que te alejabas cinco metros, y había que llamar a Paco Lobatón para que te encontraran.

Gigi y yo estábamos con nuestros platos de plástico, llenos de carne y más carne a la BBQ, y con unas rodajas de pan de campo de quitar el hipo. Ya te imaginas, de esas súper rebanadas preñadas de miga, con las que sueñas en transformarte en mantequilla para escurrirte por la superficie.

-Tía –dijo Gigi con la boca llena-. ¡Qué bien hemos hecho en quedarnos!
-Sí, nena, pero recuerda que no nos hemos quedado para morir atragantadas con una costilla, ¿eh? Come con moderación, que esto no es El Paso, en la happy hour, ¿vale?
-Jo, es que está todo…
-Chorreando, nena. Esto tiene más grasa que una clínica de liposucciones. A ver si cuando volvamos a Madrid, las marikas de Chueca al vernos nos gritan: “Por allí resopla”.
-¿Resopla quién?
-Moby Dick, Gigi, Moby Dick –y siguió mirándome como si fuera vestida de Milly Vanilli-. Nena, Moby Dick, la ballena.
-¡Anda! –dijo súper ofendida-. Eso lo serás tú; y la Moby esa no era una ballena, era un “chacalote”, lista.
-Un ca-cha-lo-te, Gigi.
-¡Lo que sea! Pero no voy a engordar, porque todas las mañanas me levantaré tempranito, y me pondré a correr por el campo, y estaré súper estupendísima, y cuando regrese a Madrid, estaré tan oxigenada y tan guay, que en cuanto entre a un bareto, se quedarán todas eclipsadas ante mi visión.
-Sí, te verán con las mejillas arreboladas y dirán: “mira, ahí llega una paleta de provincias a ver un bar gay de verdad”.
-Eres lo pior, tía.
-Pero Gigi, ¿Cuándo has hecho tú footing?
-¿Qué?
-Que cuando has corrido… ¿cuando has hecho deporte tú?

Gigi se quedó pensativa, hasta que chascó los dedos y me dijo con cara de inspiración total.

-Aquel día que me fui a Lavapiés a comprar un perchero, y me salieron dos macarras que querían atracarme.
-Eso no es hacer deporte, eso es salvar el pellejo, ¡neeenaaaa!
-¿A que está todo exquisito? –dijo una voz madura de mujer, interrumpiendo nuestra conversación.

Nos volvimos hacia las dos ancianas, que vestían casi idénticas, y fisonómicamente hablando eran casi idénticas y tenían el mismo tipo de moño alto.

-¡Hola! –nos dijo una de ellas alargando la mano, y claro, yo que iba de educada, me limpié con la servilleta y le fui a dar la mano, cuando me recorrió una descarga que ríete tú de lamer con la lengua una batería de un coche.
-¡Ay! –chillé.

Y en ese momento la otra le dio la mano a Gigi, a la que también parece que le soltó un calambrazo, porque Gigi dijo ¡Ay!, y luego las dos ancianas, sin perder la sonrisa, nos volvieron a dar las manos (a las que no habíamos saludado, claro), y otra vez corrientazo al canto, que nos hizo chillar ¡AY! Y hasta dar un brinco, como ese saltito mega gay que hace Supermán antes de salir volando marcando paquete.

Yo miré a Gigi, que estaba súper flipada, porque con el corrientazo su fantástico plato de carne a la BBQ había volado por los aires, cuando aquellas dos psicópatas de la tercera edad, se nos acercaron más, pero sin perder la sonrisa.

-¡Qué tal! –dijo la otra que no había hablado.
-Pues un pelín voltaicas, señoras -y me sacudí la mano para desentumecer los dedos.

Las dos ancianas se miraron y sonrieron.

-Es de herencia familiar –dijo una de ellas.
-A nuestro padre le cayó un rayo -dijo la otra.
-Y aunque sobrevivió –dijo la una.
-Lo de atraer electricidad –dijo la otra.
-Es como una herencia familiar –terminó de decir la una y se puso a reír, como la otra.
-¿Pues vaya putada no? –preguntó la Gigi, con menos tacto que una marika borracha del Lether a las tres y media de la mañana de un sábado; así que tuve que rescatarle.
-Hola, somos Gigi y Dolly –esperé una reacción por su parte, pero creo que las dos ancianas tenían tantas ganas de rajar con quien fuera, a parte de darle calambrazos, que no les importó nuestros nombres.
-Somos Rosa –por la otra-, y Pepa Cabrera, de la familia Cabrera.
-¿La familia Cabrera? –preguntó Gigi-. ¿De qué me suena ese nombre?

En ese instante las dos ancianas su pusieron de lado, como si fueran a ponerse a bailar o algo así, y comenzaron a cantar moviendo las manos en plan Juanita Reina.

-Las mejores carnes de reses, los mejores asados y estofados, no comas en un sitio cualquiera y ¡ven a comer en Casa Cabrera! –y terminaron en una pose y con una amplia sonrisa de brillantes dentaduras postizas, pero de las caras.
-Te-ca-gas… -dije bajito a Gigi-. ¡Y yo sin el ZEN pa grabar el spot!
-¡Holy Manolis, tía!–dijo Gigi más impactada que yo.
-¿A que nos reconocéis ahora? –nos preguntó Pepa, que de las dos, era la más parlanchina, y la que siempre comenzaba las frases, que su hermana Rosa terminaba.
-Pues… -y sonreí como una estúpida-. ¡Quién no va a conocer a Las Hermanas Cabrera! –y miré a Gigi, al tiempo que le transmitía telepáticamente que ella también las conocía. La Gigi, lo captó en el acto.
-¡Por Fagor! ¿Quién no las va a conocer, señoras? Con esas descargas que…
-Ya, Gigi –y Gigi cerró el pico.

Pepa se inclinó sobre nosotras, tras comprobar que nadie la observaba. Su hermana Rosa la imitó en el gesto, pero con más cara de susto.

-Quería deciros… que tanto mi hermana, como yo, no creemos que se trate de "alguien disfrazado".-dijo siniestra alargando la última palabra.

Entonces, tanto Gigi como yo, pegamos un alarido del carajo parriba, cuando una nueva sacudida eléctrica nos azotó a ambas hasta los pelos del chichi. A Gigi le chisporrotearon los dientes y las pestañas se le quedaron más tiesas que los pelos del coño de una china.

-¡PEEEpaaaa! –le chillé al tirar de mi mano que me había cogido.
-Uis… perdón, hijo –dijo ella y retiró la mano.

Gigi y yo, convertidas en dos miembros del club de fans de los Jackson Five, y con los pelos estilo afro centrifugado por un Twister, pusimos un metro de distancia entre las hermanas Cabrera y nosotras.

-¿No han pensando en ponerse unas tiras de plástico en los zapatos, para tener una toma de tierra, señoras? –preguntó Gigi, en uno de esos momentos de locuacidad que sólo ella tiene.
-Sí, no es mala idea –dije yo-. Pero rebobine –y chasqué los dedos para recordar el nombre de la señora, que no sé qué coño tiene que ver que chasque los dedos con mis procesos mentales, pero nena, como que funciona-. Pepa… ¿qué ha dicho sobre el falso fantasma?
-Que no creemos que sea… falso –dijo Pepa.
-Creemos que es un fantasma de verdad –dijo Rosa.
-¿Un fantasma de verdad? –preguntamos Gigi y yo, alisándonos los pelos afro que se nos habían puesto.
-Atravesó la pared de nuestra cabaña –dijo Pepa.
-Pero si el hacha hizo –y Gigi repitió aquella tontería de la mano, estilo “cinco lobitos”.
-Gigi, dice que el hacha parecía de verdad, no un hacha fantasma –y le dije bajito a Gigi-. ¿Quieres parar ya de hacer esa tontería con la mano, nena? –y me hizo caso.
-Mi hermana Rosa, me llamó cuando yo estaba en el servicio, diciendo que una pared estaba brillando.
-Eso es, brillaba como el ámbar.
-¿Cómo esas piedras con bichos muertos dentro? –preguntó Gigi.
-Ese es otro tipo de ámbar, Gigi –y las azucé, sin tocarlas, para que continuaran con el relato-. Brillaba la pared, ¿y luego qué?
-Yo salí del baño –dijo Pepa.
-Y la pared seguía brillando, era un brillo latente, y entonces salió una mano.
-¿De la pared? –chillamos Gigi y yo. Pero esta vez chillamos por miedo, no por que nos hubieran tocado las “Hermanas Calambre”, como las conoceríamos desde entonces.
-Y después de la mano, salió un hombre, sin nariz –continuó diciendo Rosa con cara de yuyu-. Y se nos quedó mirando a las dos, de arriba abajo.
-Cuando yo llegué al saloncito, aquel hombre TRANSPARENTE y sin nariz, me miró también de arriba abajo, y recuerdo perfectamente que cerré la puerta de la cabaña antes de ir al servicio, y la pared por la que había aparecido, no tenía ventanas o puertas.
-¡Qué Jeby! –se me ocurrió decir-. ¿Y les dijo algo?
-¿Cómo salió luego? ¿Por la pared, o abriendo la puerta? -preguntó Gigi.
-¿¿¿Les dijo algo??? –pregunté súper cagada de miedo.

Las Hermanas Calambre se miraron. Era ese tipo de miradas del estilo “¿se lo decimos?”. Una mirada de jiñe entre ellas, y de meter jiñe general a nosotras.

-¡POR DIOR! ¡Os ha dicho algo el desnarigado! –y ellas me asintieron con gravedad-. ¡Qué! ¡Qué!
-Tras mirarme de arriba a bajo… -comenzó Pepa.
-Nos apuntó de forma grosera con un dedo… -siguió Rosa.
-Y dijo –y aquí se le sumó a Pepa la voz de Rosa, y dijeron las dos -. “Una noche sin luna”.

Y Gigi y yo esperamos a que terminaran de recitar ese tipo de maldición gitana, pero las Hermanas Calambre no dijeron nada más, porque el mensaje que habían oído era simplemente ese: “una noche sin luna”.

-¡QUÉ JEBY! –dije súper flipada de miedo.
-A nosotras nos dijo: “hasta que el último no pague, nadie descansará”.
-Eso suena a profecía –dijo Rosa, que por primera vez, fue la que habló antes.
-“Hasta que el último no pague, nadie descansará… una noche sin luna” –dijo Pepa en plan súper lista, uniendo nuestras frases. La suya y la nuestra.
-Suena raro… -dije y miré a Gigi, e intenté ser coherente ¡y sin beber!-. Veamos: a ustedes os dijo una cosa, a nosotras otra, pero ninguna de las dos tiene sentido a… no… ser… -y mis ojos se desviaron hacia al resto de nuestros compañeros, que comían y bebían como si nada pasara, en aquella fantástica barbacoa en la niebla-. A no ser… que a cada uno de nosotros el fantasma de –y chasqué los dedos otra vez-. ¡Fernando Moráles! Dijera a cada uno de nosotros parte de ese mensaje… o maldición.

Las Hermanas Calambre entonces, se preocuparon por la situación, aunque Gigi y yo ya estábamos requetepreocupadas desde hacía horas, desde “el tren de la bruja”, pero molaba saber que no éramos las únicas acojonadas por la situación, porque cuando el mal rollo se comparte, como que es menos mal rollo, ¿no?

-A vosotros os intentó atacar con un hacha –recordó Rosa.
-Sí, sí –dije yo intentando ordenar el Tetris mental que tenía-. Pero a ver: -y se me fueron las manos a la cadera, en plan violetera gay-. En este sitio hay gente que ha estado trabajando, y no les ha pasado nada, así que QUIERO creer, que el fantasma ese es inofensivo, porque la del buffet –y chasqué los dedos-. Esa que lleva camisas de tu estilo, Gigi: la Jacinta; Jacinta le ha visto y no le ha pasado nada, a parte de asustarse hasta el tuétano.
-Sí, tía, ¡es verdad! –dijo Gigi-. ¿Entonces qué vamos a hacer, Dolly?
-Por lo pronto, acabar este capítulo que me está quedando más largo que los créditos finales de Matrix… ¡ya veremos que hacemos en el siguiente capítulo, neeenaaa!
-Sí, tía, porque este capítulo, tiene cuatro páginas del “guord”.
-¡Qué jeby, neeenaaa! ¿Las cuentas?

viernes, enero 13, 2006

~8~ 2ª Temporada

En el capítulo anterior...

Por lo visto, todo le mundo había tenido un Encuentro en la Tercera Cabaña, con el yayo mirón, pajillero, toca puertas y desnarigado (¡parece mentira, nenas, pero “desnarigado” es una palabra que existe!); Yo sólo le vi una vez, Gigi dos, así que en total tuvimos ¡dos apariciones de esas! Y en la última, él dijo algo blandiendo el hacha, Gigi se tiró un pedo y yo me desmayé (de la impresión, no por el pedo).

Toda marika por lo menos una vez en su vida, tiene que ir a un IKEA.

Sí, nenas, los IKEA son la Disneylandia de las marikas, de las parejitas que se van a casar, de la gente sin glamour que quiere comprar algo cool para presumir con la vecina que va a verla en bata y con rulos… aunque para nosotras, el IKEA es una experiencia cósmica en la planta de las habitaciones de mentirijillas, con esos bolsos cutrísimos amarillos, con los que te puedes lanzar en paracaídas desde Torre Picasso y planear hasta llegar a Toledo, para comerte un bocata de calamares con una familia japonesa súper encantadora.

Gigi y yo íbamos súper felices de la muerte, vestidas a la última, y Bruno que está tan cuadrado, cachas y huele tan bien, empujaba el carrito en la sección de menaje del hogar, o como yo la llamo: “trastos raros pero de diseño, que tendrán alguna utilidad cuando entras con ellos en la cocina”. Para el resto de mortales, seguirá siendo “Menaje del Hogar”.

Gigi se perdió entre unas estanterías de tarros de cristal, y yo me quedé a la entrada de la vajilla, buscando una fuente muy chula que le vi a Bree Van de Camp, en Desperate Housewive, mientras Bruno se comía una zanahoria.

-¿Qué haces? –le pregunté algo flipada y cortada.
-Tengo hambre.
-No, si eso ya lo veo –y me quedé muerta cuando vi que en nuestro carrito, había una compra enorme de comida: lechugas, zanahorias, acelgas (¡pero si yo no como acelgas!), lentejas, Mochis (¡pero si los mochis los compro en una tienda coreana del mercado Los Mostenses!).
-Ya tengo todo lo que quería comprar –dijo Gigi, con una colchoneta hinchable de playa, con forma de cocodrilo. No Lacoste, sino de birria de cocodrilo con cara de La Campos. Espantoso de cojones.
-¿Dónde has sacado tú eso? –le pregunté súper flipada, porque en la otra mano y bajo el sobaquillo, Gigi llevaba una sombrilla de playa-. Aquí está pasando algo muy raro.
-¿Cómo que raro? –preguntó Gigi.
-Pues raro de raro, neeenaaa. ¿Desde cuando hay artículos de playa en el IKEA? ¿Artículos de playa al lado del “menaje del hogar”?
-¡El siguiente! -chilló una voz femenina, aguda y súper borde.

¡Pero que le pasa al IKEA! Me dije a mi misma: ¿desde cuando dejan entrar comida en el carrito? ¿Desde cuando tienen artículos de playa? ¡Y desde cuando las cajeras son bordes en el IKEA!

Estaba delante de la caja, con todos los trastos del carrito, el set playero de Gigi, y con Bruno que olía tan bien, comiéndose su zanahoria bocado tras bocado.

-¡Nena! -le dije a Gigi-. ¿Ya estamos en la caja, sin pasar por la jardinería? Gigi, te repito que aquí pasa algo... ¡muy raro!
-¡Oye! –me chilló la cajera borde, inclinándose sobre la máquina registradora y atravesándome con sus ojillos marrones-. Hasta que el último no pague…

Y levantó un dedo para señalar a todos los que esperaban en la cola tras de mí, que eran como ciento y la madre, y volvió a mirarme de manera acusadora la cajera del infierno.

-Nadie descansará…

Y al decir esto, la cajera extendió los brazos hacia mí, y se pudrió viva en menos que dices “Supercalifragi listicexpialidocious”; yo chillé, y la cajera putrefacta y gusanosa voló atravesando la caja y el lector de código de barras ¡¡¡sin pitar!!! y saltó sobre mí.

-¡Nadie descansará! –repitió con voz de ultratumba-. ¡Hasta que el último no pague!
-¡Gigi! ¡Dale la VISA! ¡Dale la VISA, NEEENAAA!

-¡Dolly! –me dijo Gigi, pero no la vi a ella, sino a muchas caras que me miraban.
-¡Dale la VISA, Gigi! ¡Que me está llenando de gusanitos! ¡Dale la VISA, neeenaaa!
-Dolly, tía, ya ha pasado todo –dijo Gigi y vi su cara.
-¿Qué ha pasado?
-Te has desmayado, tía –y me ayudó a levantarme.
-¿Y dónde estamos? –dije intentando centrar las pocas neuronas que me quedan funcionales, echando un vistazo a mi alrededor.

Aquello parecía el Lobby del complejo, y los que me miraban como si fuera una resucitada de una película de Romero, eran nuestros compañeros de viaje; la cocinera, Jacinta, me trajo un vaso de agua.

-Pobre niño –dijo súper maternal, encasquetándome el vaso de agua en la boca.
-Gracias, señora –dije y me lo bebí todo, todo y todo, porque cuando estás súper asustada, haces lo que te digan.
-Tía, ha sido súper jeby. ¡Intentó matarnos! –dijo Gigi.
-Sí nena, qué cajera más espantosa, por Dior. ¡No vuelvo a ir al IKEA, por lo menos... ¡en una semana!
-¿Qué cajera?
-¿No fue la cajera?
-No, no fue la cajera –dijo Jacinta súper convencida de ello.
-¿Y entonces quién fue? –pregunté al resto, pero todos estaban tan cagaditos de miedo, que no tuvieron valor para decírmelo. Pero Jacinta, que iba en plan Grisom del CSI, me lo soltó a bocajarro.
-Fue el fantasma de Fernando Morales.
-¿Fernando Morales? ¿Es alguno de Pasión de Gavilanes?
-¡Pamplinas! –oí la voz de Olivia, que vino hacia nosotros-. ¡No hay ningún fantasma! –y miró a Jacinta-. Deberías volver a tu puesto…

Yo me levanté del suelo, y Gigi me ayudó a sentarme a su lado, mientras Jacinta regresaba tras el mostrador del buffet, y Olivia, con una sonrisa muy encantadora, y entrelazando los dedos, parecía absorber todas las energías del buen rollito para tranquilizarnos.

-Creo, que debería darles una explicación… -nadie dijo nada, claro, porque todos estábamos esperando a que alguien nos diera una explicación-. Hace dos años, cuando Takami Corporation compró los terrenos para construir este complejo, muchos ganaderos del pueblo colindante, a unos doce kilómetros, se opusieron diciendo que estábamos en un terreno ilegal. En una reserva ecológica o parque nacional.
-A mí me lo parece –dijo con muy mala baba Genaro, el greñas del Greenpeace.
-Siento decirle que no lo es; la zona donde nos encontramos fue comprada a un antiguo ganadero, y se construyó respetando todas las leyes vigentes. Si conociera la cultura japonesa, sabría que ningún japonés invierte en nada, de lo que no esté absolutamente seguro al ciento por ciento de que es una operación legal -dijo alargando la última palabra.
-¿Y entonces… porqué está rodeada de dos alambradas electrificadas? –preguntó Cristina, la melenuda del Greenpeace.
-Hemos tenido… varios actos de sabotaje, y un conato de incendio que a punto estuvo de devastar toda esta zona, además de herir a dos de nuestros trabajadores. En todo momento, Takami Corporation ha respetado las normas de construcción y protección del entorno natural. Es más, gracias a nosotros, en cuarenta kilómetros a la redonda disponen de un parque de bomberos privados. Bomberos pagados por nuestra corporación.

Gigi y yo nos miramos con caras de golfas... pero golfas-golfas, cuando Olivia dijo la palabra BOMBERO. Y es que para una marika, un BOMBERO en tu cama causa el mismo efecto a tener para ti solita, como decorador, al mismo decorador-diseñador del IKEA.
¡Pa volverse LOCA, VAMOS!

-¿Si es así, si han mejorado las infraestructuras... por qué los habitantes del pueblo de al lado están en contra?
-Porque venían a esta zona a cazar ciervos y perdices de forma ilegal -y Olivia volvió a alargar la última palabra-. La doble alambrada sólo se levanta en el Noroeste del complejo, el más próximo a la carretera nacional y al pueblo conflictivo. En el resto no se ha edificado nada, y los animales pueden moverse con total plenitud, durante las cuatro estaciones del año sin alterar sus comportamientos de migración. Takami Corporation dispone de biólogos y zoólogos, que hacen un exhaustivo informe de la zona, antes de poner una piedra.
-Ya –dije yo-. No quiero que parezca que voy de amiga de los animales, aunque tengo una hámster fucsia, pero, si un ciervo o una perdiz van y se topan con la alambrada, se quedan fritos, al igual que el pajarillo ese que se electrificó cuando entrábamos.
-Las medidas aéreas no se han instalado aún…
-¿Medidas aéreas? –preguntó Gigi.
-Pero sí las terrestres –continuó Olivia con su explicación-. A veinte metros de todo el perímetro eléctrico, se han colocado dispositivos acústicos para disuadir a los animales terrestres de acercarse a la doble alambrada.
-Pues yo vi a un perro…
-Se trata de detonaciones, no de ultrasonidos. Disparos de aire comprimido para disuadir a los animales a acercarse… como los que se utilizan para las palomas en las grandes ciudades.
-Pero entonces… -dijo con voz temblorosa Meri, la madre gorda del niñopiñata-. El fantasma que vimos… el que la señora –y miró hacia Jacinta-, ha dicho que se llama Fernando Morales.
-El que nos atacó –saltó Gigi-. Iba armado con un hacha, pero yo conseguí cerrar la puerta… y después desapareció.
-¿Qué? –dije megaflipada y la miré-. ¿Tú hiciste eso?
-A ver, contigo desmayada no podría correr, tía, así que opté por la técnica del atrincheramiento.
-Qué jeby, nena… me dejas de piedra pómez.
-Ese… “fantasma” –dijo Olivia-. Suponemos que se trata de alguien del pueblo, disfrazado, que intenta sabotear este complejo turístico.
-¿Seguro? –preguntó una de las dos ancianas.
-¿A cuantos fantasmas conocen que llamen a las puertas, o que espíen por las ventanas, señoras y señores? –preguntó Olivia.

Todos nos quedamos como confusos y sin saber qué responder.

-Pero no deben preocuparse, he llamado a la central y han mandado más hombres de seguridad, para que realicen rondas en el complejo, sin que les molesten, y para que su estancia aquí sea lo más agradable posible.
-Muchísimas gracias, reina mora –dijo la impertinente voz de La Rata Gustavo-. Casi nos dejamos arrastrar por el miedo, provocado por ese terrorista de pueblo disfrazado de payaso, y creo que puedo decir como portavoz de todo el grupo…
-¿Cuándo te han elegido? –pregunté yo-. ¿Entre los días que hay desde el capítulo 7 al capítulo 8? ¿O cuando se me jodió el güiondous y no pude actualizar el blog, nena?
-Piñata…
-Gracias por tu apoyo, nene -dije al niñopiñata, y me dirigía La Rata Gustavo-. Si hablas, habla por ti, nena, no nos metas a todos en tus zapatos, ¿entendido?

La Rata Gustavo me miró, parecía que iba a decir algo, pero se mordió el labio inferior con muy mala leche.

-Bien –dijo Olivia-. Esta es toda la explicación que puedo darles. Si aún así, alguno de ustedes prefiere regresar, el autobús saldrá dentro de –miró su reloj súper cool-, cuarenta y cinco minutos, tras la barbacoa que se prepara para el almuerzo. Los que decidan seguir con nosotros, lo único que tienen que hacer es disfrutar de estos siete días en las cabañas de lujo de Takami Corporation que han ganado. Gracias por su atención –y abandonó el comedor, en plan modelo brasileña que sabe cimbrear las caderas, apretando el culo pa'dentro. Olivia podría ser una repelente de narices, sí, pero tenía un estilazo en su repelencia, que daba envidia.

En el mismo instante todos se pusieron a hablar formando corrillos: las dos ancianas con la madre y el niñopiñata, la pareja de pijos con la pareja del Greenpeace, La Rata Gustavo con su novio... y yo con Gigi.

-Gigi. Tú viste a ese pavo –le pregunté en petit comité.
-¿El yayo sin nariz?
-El mismo, nena. ¿Tenía pinta de fantasma de verdad, o de paleto de pueblo vestido de fantasma?
-El hacha era de verdad, porque hizo –e hizo un gesto estilo “cinco lobitos”, pero súper rápido.
-¿Que hizo un qué?
-Que cuando levantó el hacha, brilló así –y repitió ese gesto tan raro-. Vamos, que era de verdad, pero… con tanta niebla, sí, vale, parecía un fantasma, pero si un fantasma lleva un hacha, son hachas fantasma, ¿no? Y no hacen –y volvió a hacer esa tontería con la mano.
-¿Sabes? Hay veces que me das unas contestaciones, que me dejas flipada, nena, pero tomaré esta como que sí, era un pavo disfrazado con un hacha de verdad, porque los fantasmas, al ser etéreos, no pueden coger objetos.
-¿Entonces qué hacemos, Dolly?
-Me da a mí… que nos vamos a quedar, neeenaaa.
-¡BIEN! –y se puso a aplaudir.

viernes, enero 06, 2006

~7~ 2ª Temporada

En el capítulo anterior...

Nuestra felicidad tras descubrir el interior de la cabaña que me había tocado, por enviar un esemese (en mi interior aventura) se fue al traste cuando Gigi dijo que un yayo misterioso nos espiaba por la ventana. Yo al yayo no lo vi, pero eso no quita para que me pusiera histérica; cuando llamaron a la puerta, los dientes me castañearon.

-Gigi, nena, ve a abrir tú…
-Dolly, tía, que aunque yo de lejos parezca tonta…
-De cerca lo eres, cielo.
-¿Será puta? La cabaña la has ganado tú. Es tu cabaña y deberías abrir tú.
-Sí, pero como tú eres mi invitada y yo necesito de una esclava para que me atienda, te ordeno que vayas a abrir la puerta, que para eso has venido de gratis.
-Sabía que esto tenía trampa –dijo rotunda, cruzándose de brazos.

TROCK!!! TROCK!!! TROCK…!!! Volvieron a llamar con más urgencia.

-¿Y si es el yayo ese que vi? –se preguntó en voz alta.
-Pues se lo mandamos a Concha Velasco para su programa Mi Yayo es el Mejor.

Gigi me miró no del todo convencida, me cogió de la muñeca y me arrastró hacia la entrada, sin hacer ruido y chistándome (sin decir palabra), para que me mantuviera en silencio; andando de puntillas, como dos bailarinas rusas con ladillas del Bolsoi (que eso ayuda para andar como andan), nos detuvimos frente a la puerta.

Entre Gigi y yo existían años de amistad, por eso pasamos a la Versión Original Subtitulada. Vamos, que movíamos los labios nada más, y aún así, nos enterábamos perfectamente de lo que una le quería decir a la otra. Si estuviéramos en una película, seguro que mis diálogos aparecían con la letra en itálica, más que nada, ¡porque yo era la prota, claro!

V.O.S. –Gigi, la ventana.
V.O.S. –Marrana tú.
V.O.S. –La-ven-ta-na –
me ayudé de mímica-. Mira por la ventana a ver quién es.
V.O.S. -¿Y por qué yo?
V.O.S. -¡Tener amigas para esto! ¡Deja! ¡Ya miro yo!

A lo Bolsoi, puntilleé haciendo dos pas ballonnè (saltar dos veces como una pelota, pero en plan chiripitifláutica) y un arriè (que es como llaman las del ballet, a andar hacia atrás), hasta llegar a una ventana que tenía unas bonísimas cortinas blancas, con rayas horizontales de color marrón. ¡¡¡Viva Flashdance!!!

Aparté un poquito las cortinas para mirar fuera. Al otro lado sólo había niebla y más niebla, y no se veía absolutamente nada, a parte de una montañita de troncos de madera, ideales para una chimenea, con un tocón de madera con un hacha clavada al lado. ¡¡¡UN HACHA!!!

TROCK!!! TROCK!!! TROCK…!!!

Me volví hacia Gigi, en el instante en que ella estiraba la mano hacia los cierres de la puerta, y comenzaba a retirarlos sin hacer ruido, cerrando los ojos y apretando los dientes, como si eso sirviera de algo para que el cierre no hiciera ruido, pero era Gigi, y decirle que eso no serviría de nada, era como perder el tiempo hablando con un cactus; Claro que como los cierres eran nuevos, no chirriaron ni nada por el estilo; fui hacia ella y la detuve.

V.O.S. -¿Qué haces, loca? ¡Ahí fuera hay un hacha!
V.O.S. –Tú déjame a mí.
V.O.S. –En mala hora te puse esas pelis de Bruce Willis, Gigi –
le pedí en plan V.O.S. cogiéndola por los hombros-. ¿Quieres estarte quieta y no ir de heterosexuala?
V.O.S. –Tranquila.

Pero tranquila, era lo último que podía estar; Gigi ya había quitado los cierres, cogido el pomo y, apoyando la otra mano contra la puerta, tras hacerme una señal para que retrocediera un paso, abrió la puerta hacia dentro a tal velocidad y con tal decisión, que creí que la había arrancado del marco. ¡Le salió la Hulka que llevaba dentro!

-¡¡¡QUÉ COÑO ESTÁ PASANDO AQUÍ!!! –chilló Gigi a la niebla, en plan Queen Latifah, muy al estilo marika negra del Harlem, más Harlem de todos los Harlems.

Afuera no había nadie. Sólo niebla, demasiado húmeda para mi gusto, y diminutas gotillas de agua, pulverizadas por un pulverizador gigante.

-Gigi –dije bajito-. No hay nadie.
-¿A qué velocidad puede correr un yayo? –me preguntó.
-Depende –hice memoria-. ¿El yayo va a pié o en coche?
-¿Qué demonios está ocurriendo?

Nos preguntó una voz profunda, varonil e inquisidora, que provocó que Gigi y yo nos abrazáramos y berreáramos a la niebla, de la que surgió una forma alta llena de pelos, y vestida como una chafardera. ¡Era la hedionda del Greenpeace!

-¡Desgraciado! –le chillé-. ¿Qué coño intentas? ¿Matarnos de un susto?
-¿Qué susto? –preguntó la peluda del Greenpeace.
-¿Por qué nos metes miedo? –le preguntó Gigi, y él se quedó confuso.
-Hemos visto a alguien rondando nuestra cabaña, y después llamaron a la puerta –dijo como defendiéndose o disculpándose al vernos blancas como folios.
-A nosotras también nos han espiado –dije yo.
-Un yayo -aclaró Gigi.
-¿Un yayo? –se preguntó y se quedó pensativo-. Cristina dijo que también vio a un anciano mirando por la ventana.
-¿Qué Cristina?
-Mi novia –dijo él.
-¡Tía, esto es lo peor! -me gritó Gigi a la cara-. ¡Nadie nos dijo que con la cabaña, te regalaban a un yayo pajillero! –dijo Gigi, superada por la situación.
-¿Se masturbó? –me preguntó la greñuda del Greenpeace.
-No –dije yo-. Bueno, ¡no sé!
-¿Y por qué has llamado a la puerta a lo bestia?
-Eso. ¿Por qué? –pregunté también, no iba a dejar que la Gigi, fuera la marika activa, y menos, la prota de este relato.
-Yo no he llamado a vuestra puerta... a nosotros también nos espiaron, y luego golpearon la puerta –dijo el melenudo del Greenpeace.
-¿Ah, sí? –dijimos las dos a la vez, súper acojonadas de los nervios.
-Tía –me dijo Gigi mirándome a los ojos-. En esta cabaña no voy a pegar ojo ni con una caja de Orfidales.
-Pues mejor, ¡porque no los he traído!
-¡Qué me estás contando! –me chilló Gigi, y claro, me dejé arrastrar y chillamos juntas la ausencia de Orfidales.
-¡Genaro! –dijo una voz femenina que surgía de la niebla, con el cuerpo de la tal Cristina, la desgreñada del Greenpeace, novia del tal Genaro.
-¡Qué jeby, neeenaaa! ¡Aquí la gente no se mueve, se teletrasporta en la niebla!
-Estoy muy asustada, Genaro –dijo abrazándose a él-. ¿También lo habéis visto? –nos preguntó, pero nosotras como teníamos cara de haberlo visto también, además de tener ojos de marikas cagadas de miedo, que se abrazaban para combatirlo, la tal Cristina supo leer entre líneas-. Sí, vosotros también habéis visto al anciano sin nariz.
-¡¡¡¿¿¿SIN NARIZ???!!! –chillamos las dos y miré a Gigi.
-¿Por qué no me dijiste que no tenía nariz, puta?
-¡Porque no se la vi!
-¡Claro que no se la viste! ¡Si no tenía nariz! ¡¡¡¿Cómo vas a ver algo que no tiene?!!! –le chillé superando los veinte decibelios.
-Deberíamos buscar a la chica de la agencia, y hablar de esto con ella -dijo el Genaro.
-Eso, y que nos llame un taxi y nos mande a casita cagando leches, pero ya mismo.
-Dolly, ¿y tu premio, tía?
-¿Crees que voy a estar tranquila un segundo más, sabiendo que hay un yayo mirón sin nariz y llama puertas, rondando por ahí… entre la niebla?

Algo, en alguna parte chisporroteó. Si no fuera por la espesura de la niebla, hubiéramos visto que a pocos metros de la casa, había un altavoz atado a uno de aquellos árboles, por el que se disparó una musiquilla muy lunch… a lo hilo musical de ascensor de oficina con pasta, y una voz pregrabada comenzó a hablar.

-Estimados clientes del complejo de casas rurales y cabañas de Takami Corporation, nos complace informarles que dentro de diez minutos, se ofrecerá el almuerzo en el recinto de la barbacoa, junto al lobby –y siguió la musiquilla petarda-. Les esperamos. Gracias por su atención –y continuó la musiquilla petarda, bajando a fondo.

Oímos voces y pisadas sobre la tierra. Aunque la niebla seguía siendo muy espesa, pudimos imaginar, más que ver, y además de oír, como el resto de compañeros de premio desandaban el camino hacia el lobby del completo turístico. Hablaban a voces y entre ese vocerío, conseguí entender cosas como: “qué desagradable ha sido”, “espero que se trate de una broma”, "Piñataaa...", “¿quién era ese hombre?” y parte de otra frase, que llenó mi reserva de histeria del día: “¡y no tenía nariz!”.

-Nos veremos en el lobby –nos dijo Genaro y se fue con su novia Cristina del Greenpeace, hacia donde iban todos los demás.
-Gigi, nena –le dije-. Sé que ésto te va a deprimir cantidad, pero deberíamos buscar un sitio con cobertura, o llamar desde el teléfono del lobby a Bruno, y nos piramos a tal velocidad, que creerán que somos dos hologramas.
-Sí, tía, esto es demasiado “dellabí” para mí. ¡Hasta hecho de menos el olor a culo y popper del cuarto oscuro del Lether, tía!
-Pues ni barbacoas, ni barbaculos. Cogemos nuestras maletas, las bolsas que nos han regalado y tiramos pa Madrid.
-¡Pero inmediatamente, tía…! Que me quedan ¡muchas pollas por comer!, antes de que un yayo pajillero, llama puertas y sin nariz, me mate de un susto.
-¡Y seguro que hasta tiene caries en la dentadura postiza! –dije para cargar más las tintas.
-¡Tíaaa, que me gomito!

Corrimos hombro con hombro hacia el interior de la cabaña, cogimos nuestras cosas, yo me pasé por el WC para robar las toallitas los jaboncillos y los albornoces… porque vale que estuviera aterrada hasta el hígado, pero de eso a ser una marika tonta para no llevármelos, ¡y un cojón de mona pakistaní, neeenaaa...!

Al regresar a la puerta, las dos nos detuvimos como congeladas por un rayo paralizador de los de Star Trek, porque afuera, entre la niebla, se perfilaba una silueta encorvada, con un hacha en las manos… impidiéndonos la salida.

-Hasta que el último no pague, nadie descansará…

Gigi chilló con tanta fuerza que se le escapó un pedo, y yo me desmayé.
No por el pedo, sino, ¡porque aquello era demasiado jeby para mis ojitos, neeenaaa!