viernes, abril 20, 2007

~32~ 3ª Temporada

En el capítulo anterior...

Además de conocer una ruta ideal para ir de compras por el centro de Madrid (de lo más chic y cool), casi muero estampada y estrellada como un bicho de autopista en el parabrisas de Fernando Alonso, por culpa de una vieja ex legionaria, ¡que conducía un jodido Smart! Y todo por perseguir la ambulancia donde Amanda (ahora poseída por el espíritu de la Agapita González), huía con Jessica y Gigi, ¡¡¡como rehenes Zellweger!!!


-¡EL SEMÁFORO ESTÁ EN ROJO! –chillé como nunca lo había hecho antes, y hasta con un tono de virilidad, ¡que ni sabía que tenía en mi cuerpo!

La vieja legionaria pisó con tanta fuerza el freno, que por un momento me imaginé cómo le salía el pié por la carrocería del Smart, porque claro, los Smart son tan pequeños, que como te descuides, te sales de él a lo ¡Picapiedra!

-¡Yo me bajo! ¡VAMOS QUE SI ME BAJO! ¡Pero ME BAJO cagando leches, neeenaaa!

Intenté arrancarme el cinturón de seguridad, pero aquello era tan estrecho, que ni aunque me operaran de las caderas o me quitaran 5 costillas en Cambio Radical, hubiera conseguido soltarme del cierre del cinturón.

-No se ponga nervioso, agente ¡que ya casi los tenemos!
-¡NO, señora ex legionaria! Prefiero seguir con la persecución en bus o en el jodido metro, ¡a jugarme la vida con usted!
-¡Sus compañeros la acaban de detener!
-¿Cómo? –y miré hacia delante, sin dejar de intentar liberarme del cinturón de seguridad.

¡Era cierto! Dos policías, a la altura del McDonalds, le hacían indicaciones a la ambulancia. Mi cinturón hizo CLIK y me liberé; sin pensármelo dos veces, abrí la puerta del Smart y salté a la calle justo en el momento en el que el semáforo se ponía en verde.

-¡Dónde va! ¡Que ya casi los tenemos! –oí cómo gritaba la jodida vieja a mi espalda.

Yo eché a correr como nunca, intentando no ser atropellada por los coches que ya comenzaban a ponerse en movimiento, y cuando alargué el brazo para abrir las puertas traseras de la ambulancia, esta hizo un ruido rarísimo, la ambulancia, nenas, no las puertas, ¡y salió disparada!

-¡Ahhhhh NO!

Grité y salté a lo Niurka Montalvo, deseando que alguien me grabara en esos momentos con alguna cámara de vídeo y que luego lo pasara a DVD Blu-ray, para que vieran a cámara lenta el estupendísimo salto que di, sin despeinarme gracias a mi gomina Giorgi, que es ¡LO-MÁS! Puedes participar en una orgía y salir sin despeinarte. Aunque no está a prueba de gómitos demoníacos, como ya comprobé en los capítulos anteriores.

-¡¡¡DETENGAN ESA AMBULANCIAAAA!!! –grité, como si me fuera a oír alguien.

Pero claro, estamos en Madrid, en la jodida Gran Vía, donde los coches sólo saben hacer una cosa, tocar el claxon, mientras los peatones que quedan en el paso de cebra, ¡corren por sus vidas!

-¡DETENGAN LA AMBULANCIA!
-¡¡¡TARAAAOOO!!! –me gritó un conductor al correr entre los coches.

Miré hacia atrás, me fijé en la matrícula y le grité al conductor.

-¡DE MURCIA TENÍAS QUE SER!

La gente se arremolinaba en los cristales del McDonalds, flipados, emocionados y agradecidos por el auténtico espectáculo que les estaba dando. Se pegaban a los cristales como esos peluches con ventosas que llevan los retrasados mentales en sus coches y que creen que son bonitos, ¡y no lo son!; la policía salió a mi encuentro en el preciso instante en el que la ambulancia aceleraba apresuradamente ¡y casi se lleva a uno de ellos por delante!

Para los que no conozcan lo que es La Red de San Luis, que no es un Santo que se cuelga a lo Spider-Man, sólo les puedo especificar que es una confluencia rarísima que hay a la atura de la Gran Vía, donde coches que salen de la Calle Fuencarral (lo más para una marika que quiere ir de compras), se incorporan a la Gran Vía en ambos sentidos de circulación.

Así que os podéis imaginar, coches por delante, por detrás, una ambulancia escopetada, dos policías tirándose a los lados, y yo corriendo como si fuera la puta prima de Steven Seagal. Y como todas sabéis, las Divas ¡NO PODEMOS SUDAR! Y yo no es que sudara, es que me había convertido ¡en el dodotis que se pone la Concha Velasco cuando sale de copas con sus amigas del Museo Egipcio!

Menos mal que la Amanda estaba poseída por el espíritu de Agapita González, y lo de meter primera se le dio tan mal, como se le da el caminar en línea recta a Nati Abascal después de salir a cualquier "acto cultural", donde le ponen garrafón con una aceituna, y le cuelgan un cartel de Prohibido Fumar, no sea que la señora explote en una combustión espontánea; la ambulancia se caló, volvió a arrancar haciendo eses, y yo salté sobre ella como aquellos pulpos asquerosos de goma que vendían en los años 80’s, y que al tirarlos contra la pared, bajaban rodando en vertical. Pues eso mismo, pero con menos tentáculos, me pasó a mi con las puertas traseras de la ambulancia.

Sí, nenas, conseguí caer sobre la ambulancia, arañar toda la parte trasera en busca de algo donde poder sujetarme, y suerte que se me metió la punta de mi zapato entre el guardabarros y la matrícula, con lo que por lo menos, estaba enganchada, ¡pero no sería por mucho tiempo!

Cogí el tirador de la puerta y abrí hacia fuera, cuando la ambulancia tomó velocidad en el sentido contrario (y sin parar de hacer eses), y yo quedé colgando de una mano, mientras manoteaba con la otra.

-¡GIGI, HELP ME, PUTA!

Gigi, en el interior, gritaba y con las manos extendidas al estilo Cristo, o sea, de crucificada, intentando no estrellarse contra los laterales de la ambulancia; Jessica, por el contrario, se había caído de la camilla, al hueco que hay entre esta y el lateral de la ambulancia, y yo detrás, colgando como una puta cometa, a lo Bruce Willis, pero con más pelo, claro, y sudando a mares.

-¡Vamos a morir! –gritó Gigi con todas sus ganas.
-¡Sí, nena, pero yo lo haré primero como no me ayudes!

Llevada por los nervios, el terror, o las ganas de experimentar algo nuevo, la Gigi se colocó una mascarilla de oxígeno y abrió la botella que se puso a silbar al salir a presión.

-¡Pero qué mierda estás haciendo! ¡Échame una mano, PUTA!
-¡Estamos perdiendo presión! ¡ESTAMOS PERDIENDO PRESIÓN EN CABINA!
-¡GIGI! ¡Te estás colocando!
-¡Fuera-de-mí-COCHE! –gritó Amanda la poseída, y dio un volantazo y yo salí volando en sentido opuesto.

Se me soltó la punta del zapato de donde me había enganchado, y caí al asfalto, pero claro, me he visto tantas veces el Lago de los Cisnes, que fui capaz de correr con el culo apretado y de puntillas a fin de no soltarme de la puerta de la ambulancia.

-¡GIGI!
-¡ME ESTOY HIPERVENTILANDO!
-¡¡¡GIGI!!!
-¡QUE ME HIPERVENTILO, TÍA!
-TE ESTÁS METIENDO OXÍGENO PURO, NENA, ¡¡¡ESO NO COLOCA!!!

Y recordé que se lo estaba diciendo (en realidad se lo gritaba) a Gigi, el mismo que una vez que me pilló limpiando la cocina con amoníaco y comenzó una disertación sobre las trufas y las formas de conseguirlas, bien con perros entrenados o con cerdos. A Gigi le duró la verborrea de las trufas como dos horas y cuarenta y cinco minutos (hasta que me di cuenta de que estaba colocada in extremis), y desde ese día jamás podré ver una trufa, si no es imaginándomela en la boca babosa de un chucho de mierda, o entre los dientes de un gorrino con el rabo ensortijado y el culo en pompa.

Corriendo de puntillas como corría, saltando como una virgen recién desvirgada, vi la parte delantera de la ambulancia y el atasco monumental al otro lado del parabrisas. No tuve que hacer nada más. El frenazo que dio Amanda la poseída, me precipitó como un supositorio infantil al interior del vehículo, mientras yo gritaba y me soltaba de la puerta trasera para no perder los dedos. Claro, porque eran los dedos de la mano derecha, y me gustaría conservarlos, por si una vez me caso, y me ponen un Bvlgari, nenas.

Aterricé de narices, pero con un estilazo propio de mi estatus de Diva, sobre la camilla y avancé medio metro más, hasta casi salir por la parte delantera del conductor; la ambulancia traqueteó, se ve que estaba haciendo algo extraño, aminoraba la velocidad para meterse en el carril bus y volver a acelerar.

Me levanté de un salto acolchado (porque no olvidemos que estaba sobre la camilla), le arranqué a Gigi la mascarilla de la cara, además de darle dos sopapos para que dejara de decir tonterías, y un sopapo más, porque me salió del coño y porque me encontraba muy alterada, y salté al asiento del copiloto.

-¡Detén esto, hijadelagranputa!

La ambulancia que iba a 60kmh (lo sé, porque pese a mi pánico, vi el cuenta kilómetros), giró 90 grados a la altura del Círculo de Bellas Artes y enfiló línea recta contra la fuente de la Cibeles, esquivando dos taxis, un motorista de SEUR, que no iba a llegar a tiempo porque le dimos por detrás y salió volando con moto, paquetes y todo contra la mediana ajardinada, que esa misma mañana había regado Gallardón, y por fin conseguí hacerme con el volante.

-¡FRENA, MALA BESTIA!

Y la Amanda, me miró, con sus ojos llameantes y pisó más el acelerador.

Con el tráfico detenido en nuestro sentido, nosotros seguíamos a 100 kmh, invadiendo la mediana contra la fuente de la Cibeles que estaba rodeada de coches y más coches.

-Mira, endemoniada de los cojones: soy la prota de este blog, tengo MUCHO background ¡y no puedo morir!
-¿Y yo tengo de eso? –preguntó Gigi desde atrás.
-¿Qué si tienes el qué?
BAS GRAU, tía!
-¡Gigi! Cierra el pico, nena, que no es el momento.
-Pronto –comenzó a decir la Amanda al pisar el acelerador-. Nos veremos en el infierno.

Yo hubiera preferido que nos viéramos en el Heaven, con todas las marilicras y futuras osas bailando en plan Cool, pero no, nenas, la zorra de la Amanda, poseída por el espíritu de Agapita González, tenía razón.

Pronto… nos íbamos a ver en EL INFIERNO.

sábado, abril 07, 2007

~31~ 3ª Temporada

En el capítulo anterior...

Intentando prevenir a Jessica de un ataque asesino del más allá de Murcia de Agapita, descubrimos para nuestro horror, que Agapita, ¡¡¡era hermana de Jessica, neeenaaa!!! Más súper jeby, que cuando descubrimos en directo un sábado por la tarde, que Clara podía andar, la señorita Rottenmeyer antes era un hombre, y que el Abuelito se montaba shows zoófitos con Niebla. ¿Y qué hacían Heidi y Pedro mientras? Pues cantar lo del: “Yo-leró, leró-Y-uuu, leró, Y-uuu, leró, Y-UUUU….”, porque no conocían a Mika, ¡¡¡claro!!!


Dolly, no entres en pánico que desvarías, nena; me dije a mí misma, porque sí, nenas, estaba “enpanicándome” con todo lo terriblemente terrible que había ocurrido en el capítulo anterior. Jessica secuestrada por el fantasma de Agapita González, que a su vez, había tomado posesión del cuerpo de Amanda, la enfermera fumeta, que ya le había visto yo que tenía cara de cabronaza, pero claro, no era problema de ella misma, ¡es que estaba poseída, nenas!

-¡Gigi! –grité a los cuatro vientos, mientras la ambulancia se alejaba a toda pastilla, y yo me llevé las manos a la espalda-. ¡Mierda! ¡No me he traído mis jets a lo Boba Fett! Así que tendré que correr –y salí corriendo para atajar la vuelta enorme que tendría que dar la ambulancia al Hospital, antes de salir a la carretera.

Pero salir… ¿HACIA DÓNDE? Porque la Plaza de Cristo Rey tiene varias salidas, nenas. Por ejemplo, si tira a la derecha, para abajo por la Avenida de los Reyes Católicos, se iría después por la avenida de Reina Victoria, Plaza del Cardenal Cisneros y… ¡Avenida Complutense! Con todos esos estudiantes universitarios tan monos y tan aplicadas ellas, estudiando como locas, ¡sin saber lo que se les venía encima! ¿Acabar esta temporada en la Ciudad Universitaria? ¿A lo American Pie o Porkys? (en el mejor de los casos) ¡Ni de coñas, nenas!

¡Yo estaba vestida para un final épico, nenas! ¡Y QUERÍA MI FINAL ÉPICO! Y como sé que no iban a hacer una película de mi vida, a menos que la dirigiera Michael Bay y la produjera Jerry Bruckheimer, cosa imposible, opté por la salida épica, y esta era: enfilar la calle Isaac Peral, pillar el primer desvío a la derecha y entrar en la calle de la Princesa hasta Plaza de España, haría un alto para saludar a los extranjeros que sacan fotos a la estatua de Don Quijote y Sancho, y seguiría recto por la ¡¡¡¡GRAN VÍA!!!

Sí, nenas, ESE era el trayecto de finales épicos. Sólo faltaba que el Demonio de Agapita lo supiera también y pensara como yo, claro.

Con la lengua fuera, llegué antes que la ambulancia a la gran Plaza de Cristo Rey, que en realidad no tiene nada de plaza, sino que es una rotonda que lo flipas, y me paré para recuperar el aliento y para ver hacia dónde cojones salía la ambulancia disparada, cruzando los dedos para que no tomara rumbo hacia la calle de Cea Bermúdez, que tiene menos Glamour, que Victoria Beckham vomitando tras un almuerzo de uvas y cacahuetes.

-¡Allí está! –dije a voz en grito al descubrir cómo salía la ambulancia a toda leche, con las señales luminosas puestas, y haciendo sonar de cuando en cuando las acústicas.

Y os juro, nenas, que aquellos cinco segundos, fueron los cinco segundos a cámara lenta de mi vida, donde me vi (a lo viaje astral y todo), cruzando los dedos para que se dirigiera hacia la calle Isaac Peral, sorteando coches como si fuera La Ambulancia del Terror, pasando por delante de mis propias narices, con las puertas traseras abiertas y con Gigi intentándose agarrar de donde podía, gritando como si en el Sprienfield no tuvieran camisas lolailo talla L, rojas con topos negros, y girando a toda velocidad hacia la calle… ¡¡¡ISAAC PERAL!!!

-¡YUPIIII! –grité dando un salto y eché a correr tras la ambulancia, sin darme cuenta que el semáforo para peatones estaba ¡en rojo!, y sin pensar en que casi muero atropellada en los dos pasos de peatontas que crucé… si no fuera por mi dominio con el hula-hop en los 80’s, que me ayudó a esquivarlos, ¡estaría requetemuertísima en un parachoques!

Sonaron claxons, frenadas y oí hasta algunos golpes de carrocería, pero no miré atrás. ¿Para qué? Seguro que todos esos conductores que habían chocado para no atropellarme, tenían seguro que les cubría del accidente múltiple cuando una marika les cierra el paso; por un instante, inclusive, corrí en paralelo a la ambulancia conducida por Amanda, poseída por Agapita, y me detuve sin aliento al llegar al semáforo donde tendría que parar por cojones, porque estaba en rojo… ¡PERO NO PARÓ! ¡NO PARÓ!

La ambulancia siguió a toda velocidad, dejando a los peatones de la calle Isaac Peral con un susto de cojones, pegando gritos de histeria y yo corrí, y corrí hasta el primer coche (sin pensármelo dos veces, como suelo hacer en estados de crisis), abrí la puerta con una mano y saqué mi súper cartera de U (Adolfo Domínguez, para las pocas glamorosas que no sepáis lo que significa una U aunque os la graben a hierro en el coño, PUTAS!), y grité algo que siempre quise gritar:

-¡POLICÍA! ¡SIGA A ESA AMBULANCIA! –y salté al asiento del copiloto, colocándome el cinturón de seguridad antes de lanzar mi “Grito del Mes”.

El Grito del Mes, es ese tipo de grito que sólo puedes lanzar una vez al mes, por lo JEBY de la situación, lo absurdo y terrible que puedes estarlo pasando. Y aquella situación era realmente terrible, nenas. ¿Pero dónde coño me había subido?

¡UN SMART! ¡Una auténtica birria de coche! ¿Por qué no hay un Smart Transformer? Pues dejad que os resuelva esa duda, nenas: ¡porque los Smart’s son unos coches de mieeeerdaaa! ¡Y no estaba conducido por Bruce Willis, noooo...., sino por una abuela de unos 80 años, de esas que conducen con la barbilla sobre el volante y sus gafas de 20 dioptrías pegadas al parabrisas. Por ESO, nenas, lancé mi “Grito del Mes”.

-¡Estoy detenida porque el semáforo está en rojo, agente! –dijo la abuela de pelo lila, tan redondeado, tieso y de aspecto acartonado, ¡que se podría montar un Scalextric con el circuito de Monte Carlo!-. ¡El semáforo está en rojo! –repitió.
-Sí, nena, pero esto es un asunto policial, ¡de vida o muerte! ¿Sabe lo que es eso?
-¿De vida o muerte? ¡Claro que sí! ¡QUE ES DE VIDA O MUERTE! –gritó la anciana octogenaria, pisó el embrague, sacó del punto muerto la palanca de cambios, metió primera y pisó el acelerador como quien pisa a otra marika, por salir un fin de semana con el mismo modelito de Jack & Jones que tú.

El jodido Smart salió cagando peladillas de allí. De 0 a 50km en segundos, y a mí se me encogió el tanto el culo, que mis nalgas mordieron la tapicería del asiento y me fui “patrás” de la velocidad, como seguramente se le había encogido el coño a la Franka Potente cuando iba de copiloto con Matt Damon ¡en El Caso Bourne! Pero ni íbamos en un mini cool... ¡sino en un JODIDO SMART!

-¿Sabes quién fue la primera mujer que se alistó en la Legión? –dijo la vieja chocha de felicidad.

Entre que ya me veía muerta, con la matrícula de algún coche incrustada en la boca, solté una risita incontrolada y respondí:

-¡No me lo diga! ¡No me lo diga! Que me lo vería en la punta de la lengua si me la encontrara para gritar! ¿Una mujer que parecía un hombre?
-¡Esa misma! ¡Esa era yo! –dijo feliz al meter segunda y después tercera, sin dejar de acelerar.
-¡El bus! ¡EL AUTOBÚS! ¡QUE NOS COMEMOS EL JODIDO AUTOBÚS, ABUEEELAAA! –berreé al ver cómo el autobús salía de su parada, un autobús de esos que van con gas, al que ya me imaginaba empotrada y un tremendo hongo de fuego y humo negro surgiendo de nuestra colisión.

El Smart invadió el carril contrario, en una peligrosa maniobra capaz de producirle diarreas durante un mes a Fernando Alonso, y volvió a colocarse delante del autobús de los cojones, y yo tragué (o lo intenté) sabiendo que era la última vez en mi vida que iba a tragar, antes de palmarla por culpa de aquella anciana sociópata de la legión con legionela.

Y me entró la risa, claro, al imaginarme como Cáprica, la rubia cañón de Battlestar Galáctica, diciéndome a mi misma que era una cylon y que si la palmaba no pasaba nada porque me descargaría en otro cuerpo de rubia cañón, dentro de la nave resurrección y todo resuelto. ¡Y UNA MIERDA, NENAS!

-¡Abuela, va usted a NOVENTA! ¡Y ESTAMOS EN UN CENTRO URBANO! ¡QUÉ COJONES! ¡ESTAMOS EN LA JODIDA CALLE PRINCESA!
-¿Quiere detener a esa ambulancia verdad?
-Sí coño, pero también quiero seguir ¡VIVA!
-¡Pues dispárele a las ruedas, agente! –me increpó la muy zumbada.
-¿Qué le dispare? ¿Qué le dispare con qué?
-Sí, hombre, ¡con su arma reglamentaria!
-¿Mi arma? ¡Es que la tengo en el tinte!
-No te preocupes, yo tengo aquí la mía.
-¿QUÉÉÉ…???

Chillé flipadísima cuando la abuela, sin dejar de hacer eses para esquivar los coches de nuestro carril, y los del carril en sentido contrario, abría la guantera y sacaba algo parecido a eso que llevaba Harry el Sucio. ¡Y no era un jabón Dove, no! Ni un disco de los Dover! ¡¡¡Era un voluminoso revolver de acero!!!

-¿Tiene una pistola?
-¡Fui tres veces campeona de tiro de España, y tengo licencia de armas cortas! ¡Sírvase usted mismo, agente!
-¿Qué ME QUÉÉÉ?
-¡Coja el revólver, apunte a las ruedas de esa ambulancia y DISPARE!
-¿Yo disparar en medio de la calle Princesa?
-¡Ya no estamos en Princesa, esto es la Gran Vía, agente!
-¿Y nos hemos pasado la Plaza de España sin darme cuenta? ¿A qué velocidad va?
-A CIENTO VEINTE. Que es lo legalmente permitido.
-¡Pero en autopistas y autovías, so descerebrada! ¡NO EN CIUDAD! ¡EL SEMÁFORO, EL SEMÁÁÁFORO!!!

A la altura de la plaza de Callao, giró con tal violencia que yo me estampé contra el cristal, y mi huevo derecho aprisionado en mis vaqueros épicos, salió disparado hasta llegarme al gaznate; no sé si fue por el color en el testículo o por el delirio de situación, que comencé a oír sirenas a mi espalda. ¡Dos coches de policía nos pisaban los talones!

-¡REFUERZOS! –gritó la vieja súper feliz-. ¡Qué bueno que ha pensado en todo agente!
-¡AY MADRE! ¡Que no llego viva al Capítulo 32!

La caja de cambios y el embrague rugieron cuando la vieja bajó de 5ª a 4ª, ¡¡¡aunque el cuenta kilómetros seguía marcando 120kmh!!!

-Por Dior, ¡dígame que la aguja se ha roto ahí!
-No, agente, ¡vamos a ciento veinte! –chilló a la altura de La Casa del Libro y el edificio de Telefónica, donde había un atascazo de tres pares de cojones, como suele haber siempre en esa altura de la Gran Vía.