miércoles, octubre 24, 2007

~10~ 4ª Temporada

En el capítulo anterior…

Gigi se esmochó en una tumba abierta del cementerio, y yo fui a pedir ayuda, cuando, parafraseando a las de Milenio 3, me encontré con LO INEXPLICABLE, y eso que yo lo cuento todo, todo y todo, súper bien, ¡nenas! Y la Gigi, según me contó más tarde, le dio un momento Goonies, y usó algo para ver en la oscuridad de las catacumbas… descubriendo, que no estaba ¡SOLA!


Hacía un frío pelón, pero pelón-pelón, y yo me encasqueté mi cazadora de súper puta, mis megagafas de sol, pese a que el cielo estaba negro como pelo de coño, a las nueve y cuarenta de la mañana en Madrid, pero me daba lo mismo, porque una Diva con gafas de sol en una mañana tan atroz, seguía siendo una DIVA, mientras que una Diva sin gafas de sol, se confundiría con un viandante más.

En el Zen me había cargado algunos temas del nuevo disco de la Kylie Minogue, y salí de casa oyendo el In My Arms, porque en menos que cantaba un gallo, lo tendría In My Arms, y me puse en marcha, con mi movimiento de hombros para seguir el ritmo de Kylie, pero andando con mucha solera, y a la gente que se me quedaba mirando, porque porsupuestísimo que iba cantando, les soltaba frases del estribillo:

”How do you describe a feeling?”

Y me paré en medio de la Gran Vía tres segundos, hasta el golpe de caja.

“How does it feel in my arms?
How does it feel in my arms?
Can you feel it? Tell Me…
How does it feel in my arms?”

Antes de terminar el tema estaba en la puerta de la FNAC, súper ideal, justo a las diez de la mañana, cuando un segurata abría las puertas, y me deslicé hacia el interior, tomando las escaleras mecánicas (de no existir escaleras mecánicas, ¡jamás compraría en la FNAC!), y subí hasta la planta de discos, dispuesta a hacer el menor trabajo posible para buscarlo, que para eso pagaban a aquellos chicos de los mostradores. ¡Que me buscaran ellos el disco!

-¡Hola! -Le dije a un chaval, con más cara de sueño que Solves-. Vengo a por EL DISCO… -y la criatura, sacada del Día de la Marmota, tardó en entender a qué me refería.
-¿Qué disco?
-¡¡¡EL DISCO!!!, nene, el de la Kylie.
-¿El 2 Hearts? –preguntó.
-¿Y para qué coño quiero el single? ¡Quiero EL DISCO enterito! El X. Que me faltan unas cuantas canciones que no tengo en el Zen.
-Pero si no sale hasta el día 26…
-Pues claro, nene: HOY.
-El 26 de Noviembre.
-Ya lo sé, nene: HOY –repetí.
-Hoy es 24 de Octubre.
-¿QUEEE…??? –chillé a pleno pulmón. Al ser tan temprano, no habían clientes en la FNAC, que si no, seguro que todo el mundo se hubiera vuelto hacia mí.
-¡HOY ES 24 DE OCTUBRE!
-¡¡¡PERO NO PUEDE SER!!! –volví a gritar.
-¡¡¡ES 24 DE OCTUBRE!!!

Y su grito me devolvió a la realidad. Una realidad en la que nadie querría estar en mi pellejo, sola en aquel pasillo de la residencia de ancianos, sujetando la puerta tras la que estaba ¡¡¡el terror de los terrores!!! ¡¡¡Y SIN MI DISCO DE LA KYLIE!!! ¡¡¡NO PUEDO MORIR SIN OIR ESE DISCO!!!

-¡¡¡No puedo morir!!! –grité, mientras la puerta se zarandeaba hacia el interior, y yo tiraba para afuera con todas mis ganas para que aquello siguiera encerrado y no saliera.

Hay gente que cuando está en un Border Line de esos, o sea, a punto de palmarla, dice que ven cómo toda su vida pasa a toda velocidad como una peli puesta a 78 revoluciones por minuto. Vamos, estilo jerga de pitufos colocados de popper y gas hilarante. Otros dicen que ven un túnel de luz, y a algún familiar al final, que les dicen “vente pa Alemania, Pepe”, o cosas así.

En mi caso, no, queridos. Porque yo en los casos de muerte, me da por pensar en las cosas que no he hecho, como comprarme el nuevo disco de la Kylie Minogue, ¡¡¡of course!!!

-¡¡¡SOCORRO!!! –grité, cuando el tirón hacia a dentro, estuvo a punto de amputarme los brazos.
Y claro, una Diva sin brazos, como mucho sale en la sección de sucesos de Antena 3, y no en una película, o en una serie de televisión, o llena 1750 páginas de si Biografía No Autorizada, aunque la Gigi seguro que por culpa de un buen talón (y no de Aquiles), la autorizaría, e iría a todas las entrevistas en los diferentes canales de televisión.

Perdiendo el equilibrio, calí de espaldas (mierda, y sin cámaras a la vista), pensé mientras me estampaba contra el suelo, porque si de algo estoy orgullosísima, ¡es de lo bien que caigo…!

La puerta se abrió de par en par, y algo en el interior me gritó. No fue un grito normal. Fue como un grito al revés. Como cuando gritas para adentro, y una extraña ráfaga que apareció de improviso, con un fuerte olor pestilente de tierra y hojas secas, se coló en mis tabiques hasta congelarme los pulmones, y el ser, con unas cuencas vacías y de un negro opaco, se fijó en mí.

Lo llamo EL SER, porque no llevaba una plaquita distintiva con su nombre, claro.

Era alto, desgarbadamente esquelético, y la melena blanca flotaba eléctrica sobre una frente muy ancha y sin cejas. A simple vista, parecería un esqueleto con peluca, pero era algo más que eso. Sus brazos, encrespados, se estiraron cuan largos eran hasta agarrarme del tobillo, y mi cuerpo sintió una sacudida helada, como una daga que te clavan por la planta del pie, y que extiende su ponzoña hacia el gemelo.

Intenté escapar, pero misteriosamente, no podía apartar la vista de aquellas dos cuencas vacías, recubiertas de carne seca y fibrosa, cuando el ser abrió la boca y volvió a lanzar un agónico alarido que claro, al ser todo piel pegada a un cráneo deforme, más parecía una macabra sonrisa… pero aquello no tenía ni puta gracia, nenas. Era simplemente aterrador, y el frío de su tacto había conseguido paralizarme la pierna derecha hasta llegarme al culo.

Intenté patearle con la otra, volverme boca abajo y arrastrarme con las manitas a lo Salvad al Soldado Ryan, y escapar del espanto aunque fuera a rastrándome por el suelo. Cosa que jamás haría ni loca, porque las Divas sólo llevamos ropa de marca, y está súper mal visto, claro.

Oí gritos y pisadas por el pasillo, y fui a mirar en esa dirección, cuando me escurrí hacia atrás. ¡Estaba tirando de mí! ¡Me quería arrastrar hacia la habitación!

-¡¡¡SOCORRO!!! –chillé más fuerte aún, y pude ver en un plis plas, un grupo de gente, pero así, como muy fugazmente, porque ya tenía medio cuerpo dentro de la habitación, y no sentía ninguna de las dos piernas, y en mi cabeza, no por las orejas, sino dentro de mi cabeza, comencé a oír una musiquilla súper mareante. En realidad eran cuatro notas, como eso que se oye en LOST cuando hacen un fundido a negro. ya sabéis, el "Niii nooo NIII NOOO..."

-¡La Virgen! ¡Qué es ESO! –chilló una voz que no identifiqué, y de inmediato tenía las narices metidas en el sobaco de alguien.

Espero que esta parte la supriman de mis memorias, claro.

Me levanté en el aire y noté cómo tiraban de mí hacia el pasillo, mientras el espantoso ser (supongo, porque no sentía las piernas), lo hacía en sentido contrario.

-¡No le sueltes! ¡No le sueltes!

Gritó otra voz, y supuse que eran dos, los que tiraban de mí, cuando el ser chilló una vez más, y vi un rostro, porque pude sacar la cara de aquel sobaco, y luego el neón del techo se fue hacia abajo, y un sonoro portazo, y luego caer en el suelo con mucho estrépito, pero gracias a Dior, caí sobre algo blandito pero bien firme. Uno de mis rescatadores, supuse, y el cuerpo entonces reaccionó, y sentí unos espantosos calambres en las piernas.

-¿¿¿Qué demonios era eso??? –gritó otra voz.

Intenté orientarme o levantarme o moverme, descubriendo que había caído sobre Carmelo, el cocinero de la residencia, que estaba cuadradísimo. Y oye, que una no es de piedra y hasta hubiera tenido una erección, claro que con tanto calambre por todas partes, como que estaba yo para levantar lo que sea, pero aprovechando mi situación, coño, que no todos los días una cae sobre un cincuentón ¡con cuerpo de marine!

-¿Estás bien?
-¡¡¡BOM CHIKA WAH WAAAH…!!! –se me escapó, emborrachada por su desodorante Axe-. ¡Lo que estoy es bien jodida! –chillé, y me hice a un lado, para no aplastar a aquel hombre, mientras el enfermero del turno de día, un chaval de unos veinte pocos años, aterrado como nunca había visto a nadie, estaba pegado a la pared, con la vista clavada en la puerta de la habitación de enfrente-. ¡Hay un jodido monstruo aquí! –grité al fin-. ¡Y le estaba haciendo algo a uno de los viejitos!

El cocinero, me cogió de las axilas y me apartó de la puerta de la habitación, ahora cerrada a cal y canto, y en la que no se oía ningún ruido, hasta que una explosión de cristales nos asustó a los tres… y luego, un alarido que se alejaba en el infinito.

Tras unos segundos que se me antojaron eternos, el cocinero se acercó a la puerta, tocó el pomo con mucho cuidado, lo giró y la empujó suavemente hacia adentro.

-¿Sigue ahí el bicho?

Como no me respondió, tuve que reunir fuerzas, conseguir ponerme de rodillas, y gatear a cuatro patas hasta colocarme debajo y entre sus piernas, que en otro momento sería de lo más erótico, pero lo que había quedado en la habitación, era capaz de matar todo el lívido.

La ventana de la habitación estaba rota, y sobre la cama, con los brazos en una postura grotesca como si intentara abrazar a alguien invisible, uno de los abuelitos, yacía sin respirar.

-¡Quién es! –pregunté mirando hacia arriba.
-Creo que es… Genaro –dijo el cocinero.

Genaro era el viejo que siempre estaba cabreado con el universo, y entonces, el enfermero del turno de día se puso a gritar y salió corriendo por el pasillo.


martes, octubre 16, 2007

~9~ 4ª Temporada

En el capítulo anterior…

A Gigi y a mí, nos dio por hacer un review de “Las Grisom”, y nos metimos a investigar el cementerio adyacente (como las cabinas del Leather, que son todas adyacentes) a la residencia de ancianos, con tal mala pata (y lo digo por Gigi), que cayó en una tumba abierta y luego más abajo… a un sitio súper oscuro: ¡las catacumbas del cementerio!


-¡ESTOY PISANDO CACAS, TÍA! ¡¡¡DE LAS BLANDITAS!!!
-¡No te muevas, Gigi! ¡Voy a pedir ayuda!
-¡Pues hazlo por teléfono! ¡No quiero quedarme sola, tía!
-¡GIGI! Mi abuela decía:
-¡Me importa un carajo lo que decía tu abuela, Dolly! ¡Sólo quiero que me saquen de aquí!
-DECÍA –enfaticé para ver si se tranquilizaba de una vez-. Que había que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos, porque los muertos, como están muertos, no pueden hacernos daño, nena.

Como no dijo nada, supuse que se había tranquilizado, pero no fue así.

-¡Seguro que tu abuela no estaba enterrada en mierda hasta las rodillas, debajo de un cementerio cuando dijo eso, tía!
-Pues no, lo decía muy a menudo, pero no en este tipo de situación –y se me ocurrió algo-. ¿Por qué no enciendes el mechero, y así viendo donde estás, te tranquilizas un poco?
-¿Cuándo me has visto a mí fumar, tía?
-¡No me digas que no tienes un mechero!
-No fumo, Dolly, ¡eres tú la que fuma!
-¿Qué no fumas? ¡Serás hijadelagranputa! ¡Bien que fumas de mi tabaco cuando vamos de copas, Gigi!
-¡Porque soy una fumadora de “actos sociales”!
-Mira que han dicho cosas de los bares de ambientes de Chuecha, nena, pero de eso a considerarlos “actos sociales”… ¡Ni que se pasara por allí la Esperanza Aguirre, neeenaaa...!
-¡¡¡Quieres sacarme de aquí de una vez???
-¡Bueno, va!

Y salí por piernas de allí, de vuelta a la residencia, que no os creáis, pero es un trecho bien largo y como toda Diva sabe, correr conlleva sudar… ¡Y LAS DIVAS NO SUDAMOS! Vale que iba puesta de barro y demás mierdas en la cazadora y el vaquero, pero bueno, como Diva, podría excusarme diciendo que estaba marcando tendencia y todo eso, pero el sudor o llevar la cara con más brillos que Tita ¡Cerveza!, no es de Divas, sino de ¡Meng-Divas! Así que a tres metros de la entrada, dejé de correr, me atusé un poco el flequillo y las patillas (que es dónde el sudor suele fijarse), me peiné las cejas y subí los escalones súper digna e inspirando por la nariz, que es lo que los médicos recomiendan para no hiperventinarse ni mineralizarse; ya en el pasillo, ¡sorpresa! ¡No había ni un alma! ¿Dónde coño estaban todos?

-¿Hooolaaa…? –dije súper mosca, y vi al fondo del pasillo, por el rabillo del ojo, porque estaba mirando hacia las escaleras que tenía en frente, y que no pensaba subir ¡ni muerta!, cómo cruzaba algo blanco de una habitación a la otra-. ¡Enfermero!

Grité e intenté hacer memoria de cómo se llamaba el enfermero del turno de día… hasta que caí en la cuenta de que ¡no nos habían presentado!

-¡Enfermero del turno de día!

Le llamé y caminé con paso raudo al final del pasillo, que era más largo de lo que creía, hasta que me detuve con una mano en el pecho para controlarme el sofocón y miré hacia el interior de ambas habitaciones. La de la derecha estaba vacía, y era una habitación que como ya comenté en otro capítulo, era para el personal. Ni coqueta ni hostias, súper funcional y punto.

Y a mí izquierda, en la otra habitación, estaba el enfermero de día, de espaldas a mí, como arropando a uno de los abuelos que se habían tumbado a hacer la siesta o algo de eso.

-¡Menos mal que encuentro a alguien! ¡Necesito ayuda, enfermero del turno de día!

Y el tipo de blanco, algo más flaco de lo normal y con una melena larga, súper despeinada y de color blanco, dejó lo que estaba haciendo ¡y sin mover las piernas!, se giró 90 grados; en realidad tendría que haberse girado 180 grados para tener un contacto visual pleno, pero nenas, con 90 grados vi TODO lo que tenía que ver y he de deciros que: ¡¡¡AQUELLA COSA NO ERA EL ENFERMERO DEL TURNO DE DÍA!!!

Agitando las manos cómo sólo una Diva que vive un terror extremo (a lo Kidman en Los Otros, o a lo Belén Rueda en El Orfanato, haciendo de la Kidman en Los Otros, pero sin la enana de Poltergeist), grité a pleno pulmón abriendo tanto o más la boca, que como nunca lo había hecho cuando voy a mi dentista (monísimo, por cierto) y que una vez me dijo que no necesitaba un blaqueamiento porque tenía los dientes perfectos. ¡Faltaría más!

Más aterrada que las Gemelas Olsen ante un plato de judías con chorizo, cuando estaban tratándose de aquella anorexia que tenían, chillé varias veces, manoteé en el aire y mi muñeca se aferró al pomo de la muerta como una gárgola de la Catedral de Notre Dame, antes de tirar hacia mí y cerrar la puerta de la habitación donde estaba ¡ESO!

-¡¡¡ESTÁ AQUÍ!!! ¡¡¡SOCORRO!!! –chillé y tiré hacia fuera, mientras que desde el otro lado, intentaban abrir la puerta y el pomo quería deslizarse entre mis manos-. ¡¡¡QUE ALGUIEN LLAME A CARMEN PORTER!!! –grité, pensando que una tía tan fea como ella y con esos dientes, sería capaz de matar de un susto a aquella espantahorrible cosa que había dentro de la habitación-. ¡¡¡QUE ALGUIEN LLAME A LOS DE MILENIO 3!!! ¡¡¡O QUE LLAMEN AL EJÉRCITO!!!

Esto no lo había hecho antes, en ninguna de las Temporadas anteriores de Desperate Housegays, pero… para mantener la tensión y basándome en lo que Gigi me contaría dos horas después, que fue cuando la sacaron de donde estaba…

Gigi, como decía, aguantaba estoicamente tapándose la nariz con una mano, mientras que con la otra se subía el cuello de la camisa para hacer lo propio con la boca y no meterse en los pulmones el pestilente olor de las catacumbas del cementerio.

-¡Dolly!

Dijo que me llamó varias veces, pero claro, yo había ido a pedir ayuda para sacarla de donde estaba, así que me saltaré todos los tacos e improperios que dijo de mí, porque aunque en este blog hablemos de cosas de marikas, de comer pollas y de follar, o que por ejemplo, Gigi se empastillo y se tire a enfermeros porque estaba traumatizada, intento no decir tacos, porque las Divas no decimos tacos, nenas. Eso es más de kinkis poligoneras.

Tras varios minutos y viendo que nadie le respondía, Gigi intentó moverse, pero la mierda que había en el suelo, blandita y pestilente, le llegaba hasta las rodillas, y no quería moverse mucho no fuera que se trataran de arenas movedizas.

A ver, nenas, que estamos hablando de Gigi, y Gigi no sabe que en España no hay arenas movedizas. Hay arena, pero en las playas de Canarias, y en la costa, pero no arenas movedizas, pero claro, Gigi se acordaba de lo que lloró cuando Ártax, el caballo de Atreyu, se murió ahogado en las arenas movedizas de La Historia Interminable, que curiosamente, no era tan interminable como decía el título, porque la película duraba 94 minutos, aunque sí que se hacía larguita de cojones, nenas.

Pronto algo captó su atención. Algo brilló cuando se movió un poquito a su izquierda, pero como todo estaba oscuro, el brillo desapareció. Así que volvió a menear los hombros pero sólo un poquito, y lo volvió a ver brillar. Luego volvió a moverse, pero más despacio hasta que el brillo apareció nuevamente y se detuvo, como Gigi, de mover los hombros y girarse. Había algo enterrado en la mierda, que sobresalía un poco y reflejaba la luz cenital del exterior.

Con mucho cuidado de no perder de vista el brillo, Gigi se armó de valor y arrastró los pies lentamente, como si fuera una de esas que se van al Polo Norte, y el viento les da de frente, ya sabéis, como inclinada. Una cosa muy rara, que no me extiendo porque cuando Gigi me lo contó, parecía que fuera la prima de Amuntsen, ya sabéis, esa que tenía mucho tiempo libre y una brújula y se fue a buscar el Polo Norte... ¡¡¡Y LO ENCONTRÓ!!!

Cuando consiguió llegar hasta el objeto, alargó un brazo y lo cogió por una de las esquinas y lo sacudió como si fuera una bolsita de té, para quitarle toda la roña que tenía encima, hasta descubrir que tenía forma cuadrada, superficie de cristal y… ¡un retrato! Pese al terror que vivía en aquellas catacumbas, Gigi no pudo dejar de decir:

-¡Qué señora más fea, por dios! –y se tapó la boca de inmediato, mirando a su alrededor llena de miedo.

Estaba claro que aquel retrato era de alguna de las "inquilinas" del cementerio, y si era una "inquilina"… quién te decía a ti que no se levantara de su tumba al grito de: “¿a quién llamas fea?”

Tras unos segundos, sin ruidos, ni protestas de la difunta de la foto, Gigi utilizó el cristal del marco para reflejar la luz que llegaba desde arriba, y así poder hacerse una composición de lugar. Con suerte, podría encontrar una escalera por la que salir de allí… pero en cambio, y para su desgracia, lo que vio no le gustó nada. Pero nada de nada.

No se asustó por ver varios ataúdes rotos, flotando sobre el cieno oscuro y pestilente. Tampoco se asustó porque algunos de ellos dejaran entrever a sus inquilinos, y tampoco se asustó porque el techo que pendía sobre ella, preñado de humedad, colgara peligrosamente sobre su cabeza, dispuesto a desprenderse y aplastarla en un chasquido de dedos.

Lo que vio y no le gustó nada, pero nada de nada... era lo que había en el fango. Algo que cuando dirigió la luz hacia él, se sumergió de inmediato dejando unas pompas o burbujas, grandes y numerosas, explotando en la superficie.


jueves, octubre 11, 2007

~8~ 4ª Temporada

En el capítulo anterior…

Comencé con las primeras entrevistas a los abuelos de la residencia, mientras Gigi abría las ventanas para no morir del pestazo, gracias a los “cuescos” que se tiraba a diestro y siniestro Leonardo, hasta que un grito nos impactó a todos. Era un grito de “me voy a morir”, y en realidad así fue, porque pronto descubrimos el cadáver de Roberta la Muerta, en su coche oficina, en el mismo parking de la residencia.


-Debe oler cantidad, tía –dijo Gigi.
-¡Pero si la acaban de matar, nena!
-Ya, tía, pero como llevas una semana sin actualizar el Blog, tía, ¡debe oler cantidad!
-Ah, bueno, sí… -y me crucé de brazos, mientras pensaba cómo podían haberla matado en pleno día, mientras yo estaba con mi interrogatorio a los abuelos.

Como este blog cuenta la Vida de una Diva Desesperada (o sea, yo), no me voy a entretener con el “qué pasa cuando descubres un fiambre y todo el asilo se llena de guardia civiles, forenses, juez”… y somos acribilladas a preguntas, como si aquello fuera el 50X15 de ¿Quién mató a la Muerta?. Más que nada, porque me extendería varias páginas, y para eso está la Grisom y sus chicas del CSI, no yo. ¡Yo tenía que hacer cosas!

Fue un día del demonio. Los abuelos comieron a su hora. Gigi y yo no. Los abuelos vieron Sé lo que Hicisteis, y se rieron de lo lindo (porque les oímos). Gigi y yo no, porque no paramos de dar vueltas a la residencia, buscando pistas, después de que todo el gentío se fuera, y se llevaran el cadáver de Roberta, la directora del centro. Lo cierto es que se la llevó la grúa, porque como el coche también era una escena del crimen y todo eso, pues eso, que se llevaron a Roberta y a su coche oficina.

Entre pitos y flautas… eran las seis de la tarde, hacía frío, pese al sol del cielo despejado y las suelas de nuestros zapatos habían pisado de todo y no preguntéis, pero echaba cantidad de menos la limpieza de la ciudad, porque en el campo, por mucho que digan ¡hay mucha mierda en el suelo! Hasta Gigi encontró caquitas de algún conejo o liebre. Pero tranquilas, no se las metió en la boca por mucho que se parecieran a los “Maltesers”.

-Dolly, tía, tengo hambre y frío –dijo mirando al cielo y atrás, hacia la residencia, ya que andando, andando, habíamos llegado a la entrada del cementerio que lindaba con la residencia.
-¡Gigi! ¿A que no sabes lo que se me ha ocurrido?
-Si es hacer un tour para ver lápidas, no, tía.
-¿Desde cuando tienes telepatía, nena?
-Llevamos cuatro temporadas juntas, tía… -y dejó la respuesta en el aire, como Joan Baez, pero sin esos pelos (zoológico y caldo de cultivo para cualquier piojo que se precie) y sin esa cara de amargada que tienen todas las canta autoras mal peinadas.
-Hasta el momento, hemos creído que la residencia está enfantasmada, ¿cierto? –y Gigi asintió-. Pero a Roberta la han matado fuera, y a plena luz del día –y me dio un rollito de filósofa de fin de semana, aunque estábamos a jueves-. ¿Y si nuestro asesino, viene de otro sitio, coge de la residencia lo que necesita, y se vuelve a su lugar de origen? –y mientras decía esto, señalé hacia el cementerio, luego hacia la residencia y vuelta otra vez al cementerio.
-¿Cómo los zombies, tía?
-No, nena, los zombies salen de los cementerios, pero no vuelven, porque siempre están con mucha hambre y van en plan botellón. Paran donde hay que comer y luego siguen andando.
-Ah… entonces sería más, ¿cómo Drácula?
-Pues sí, sería más rollito Drácula.
-¡Ah… bueno, entonces está tirado! Sólo tendremos que buscar a un tipo con pelucón y bata roja… y luego gritar un poco, y echar a correr.
-No me digas que sólo has visto el Drácula de Coppola, nena.
-¿Es que hay más?
-¡Sígueme! –dije dándola por imposible y entré en el cementerio.
-¿Qué te siga? –gritó desde fuera.
-Sí, nena, que si no tendremos que hablar a gritos como los de Villa Arriba y Villa Abajo… -y seguí andando por el cementerio, con cuidado de no pisar nada raro, como una tumba o una muerta mal enterrada y todo eso.

Para ser un cementerio pequeño, era cantidad de mono y coqueto, dentro de las normas de monadas y coqueterías que podían HACER en los cementerios, claro. No es cuestión de compararlo con el Zara o el H&M; era un rectángulo perfecto, y las paredes que lo conformaban, hacían a la vez de “estanterías” llenas de nichos, en un 90% vacíos. El suelo era verde, y la hierba crecía como los pelos de Diana Ross, o sea, a su bola… y pese a que no había por allí ningún tipo de riego, la hierba estaba verde.

-Dolly, tía, esto es súper feo.
-Es un cementerio, nena, ¡no la Feria de Abril!
-¡Y parece un cementerio de enanos!

Y tenía razón, las distancias entre lápida y lápida eran demasiado cortas. Como bien sabemos todas, en España al difunto se le entierra en horizontal, y no en vertical, como en los EEUU, para que queman más en menos espacio, claro. Seguro que a la americana que se le ocurrió esa idea, era una clienta del IKEA.

-No eran enanos, nena, es que antes, la gente era más bajita.
-¡Porque eran enanos, tía!
-Que no, Gigi, que era porque la gente era más baja.
-Ah… o sea, que si dos maricas, dentro de –se detuvo a mirar una lápida-, dentro de cincuenta años, se pasean por el cementerio donde estemos enterradas…
-Nos llamarán enanas, nena, sí.
-¡Pues a mí que me incineren! Paso de que venga una puta cotilla a llamarme enana cuando esté muerta.
-¡NENA! Mira esto… -grité señalando una lápida, y Gigi, que estaba a varios metros, vino corriendo en zig-zag, haciendo cosas raras como Jack Nicholson en Mejor Imposible-. ¡Pero sin pisar las tumbas, neeenaaa!
-¡No estoy pisando las tumbas, tíaaa…! –chilló y se fue para abajo.

Pero para abajo del todo. Desapareció, como si la tierra se la hubiera tragado.

-¡GIGI! –y corrí hacia ella, o hacia donde había desaparecido, frenando en el mismísimo borde de la zanja, para no terminar como ella dentro de una fosa abierta, a la espera de un nuevo inquilino del cementerio-. ¡GIGI! –chillé al verla espanzurrada a dos metros bajo tierra- ¡NENA! ¿Estás bien?

Gigi tosió, escupió algo que se había comido, tierra supongo, una tierra de color rojo y casi arcillosa, y comenzó a levantarse.

-¡Tía! –tosió varias veces y se limpió la cara-. ¡Creo que me he comido algo!
-Has comido tierra, nena. Tranquila.
-¡Y una mierda! ¡Creo que me he comido algo! ¡Se está moviendo! -y se tocó la garganta.

Miré a los lados, en busca de una escalera o una rama para subirla, porque NI MUERTA iba a bajar a donde estaba, y no vi nada a la vista.

-Gigi, tranquila, que voy a pedir ayuda. No te muevas.
-¿¿¿BROMEAS??? ¡ESTOY EN UN NICHO, TÍA!
-Tranquila… que ahora vuelvo.
-¡No, tía! ¡Que aquí se mueve algo!
-Es tierra, Gigi. No te muevas que vuelvo enseguida.
-Que no, tía, que te digo que aquí se mueve ¡¡¡algo!!!

Me paré y miré el suelo arcilloso que pisaba Gigi, y allí no se movía nada.

-Son imaginaciones. No te dejes arrastrar por el pánico, ¿vale?
-¡Oye, que la que está en el hoyo soy yo, hija de la gran puta! Y si me da la gana de dejarme arrastrar por el Pan Rico, ¡me dejo!
-Gigi… inspira por la nariz y espira por la boca…

Y Gigi se puso a hacer ruidos raros con la garganta, como aquella vez que estábamos comiendo en un burguer, y yo pensé que estaba haciendo una gracia, y resulta que la tía se estaba ahogando viva, porque el jodido pepinillo de la hamburguesa se le había enrollado en no sé donde de la garganta, y casi se me muere en medio de la comida.

-Nena, me estás asustando. Deja de hacer eso, ¿quieres?

Pero Gigi, no me hacía caso. Agitaba las manos como si fuera a salir volando de allí como en los dibujos animados, haciendo ruidos rarísimos con la garganta, mientras se le ponía la piel de color ciruela, y ahí sí que me asusté.

-¡GIGI!

Indecisa de saltar abajo con ella para auxiliarla (pero entonces seríamos dos marikas atrapadas en un hoyo), o tirarme al suelo para agarrarla por cualquier parte y subirla (con lo cual me pondría perdida de hierbajos y tierra, y todas sabemos lo que cuesta sacar una mancha de hierba de la ropa), decidí sacrificar mi vestuario, tirarme al suelo e intenté cogerla; al principio y en cuanto me vio, intentó agarrarse de mí y yo de ella, y cada vez estaba más de color violeta, y por mucho que Gigi saltara, no conseguía cogerla de la mano y subirla, hasta que me dio un buen susto al desplomarse de rodillas y toser muy, pero que muy fuerte, dándose un puñetazo en el esternón y una cosa salió disparada de su boca.

-¡Ay! –dijo sin aliento, con lágrimas en los ojos y volviendo a recuperar el color de la cara-. ¡Casi me ahogo, tía!

Lo que había escupido Gigi era de un amarillo tan brillante, que de inmediato las dos nos fijamos en aquel diminuto objeto.

-¿Nena, qué coño es eso que has escupido?
-Ay, tía, casi no lo cuento –y comenzó a ponerse en pié, cuando el suelo de barro se agrietó y se hundió lanzando un grito largo y con mucho eco.
-¡¡¡GIGI!!! –grité viendo el agujero oscuro por el que había desaparecido Gigi, y después el diminuto objeto amarillo que parecía brillar… ¡o moverse! ¡¡¡SE ESTABA MOVIENDO!!! Volví a mirar hacia el agujero y llamé a Gigi-. ¡¡¡GIGI!!! –y miré nuevamente aquella cosita amarilla, que reptaba en círculos como si quisiera enterrarse en la tierra-. ¡¡¡GIGI!!!
-¡¡¡TÍA!!! –la oí gritar pasados unos eternos segundos, y sentí un tremendo alivio al oír su voz.
-¡¡¡GIGI!!! ¿Estás bien?
-¡Claro que no, tía! –chilló con algo de eco-. ¡Estoy en unas caca-cumbas!
-¡Dirás catacumbas, nena!
-¡No, tía! ¡Esto está lleno de CACAS!

martes, octubre 02, 2007

~7~ 4ª Temporada

En el capítulo anterior…

Tras ser confundida con un urólogo (no preguntéis más), Roberta, la directora del centro, me presentó a los habitantes de la residencia, once abuelitos y uno más, que iba en plan rollito Hombre Invisible, pero el de la peli de Blanco y Negro, claro. Me presenté, aunque no sirvió de nada, y pedí un voluntario para comenzar con mis preguntas. Gigi, tan eficiente como una perra de caza inglesa, me ayudó en la selección.


Como los abuelos estaban tan cooperativos, como una concentración de medusas de las playas valencianas, decidí que para ganar tiempo (y no perderlo con entrevistas unipersonales), esperé a que desayunaran y los convoqué a todos en la sala de la TV. En realidad, se fueron todos sin decirles nada, porque acababa de empezar AR, y querían ver los resúmenes de Gran Hermano. Así que aproveché las circunstancias y fui tras ellos.

-Gigi, digo yo, que no estaría mal que como ayudante, consiguieras los nombres de los abuelitos MENOS, del que va en plan Hombre Invisible…
-¿Y eso por qué, tía?
-Pues porque es INVISIBLE, nena.
-Pero si no es invisible, tía. ¡Yo lo veo!
-Ya lo sé, Gigi, pero si él quiere creerlo, ¿para qué amargarle el día?
-También es verdad –y se quedó pensativa, cosa que siempre me da miedo-. Espero que cuando me haga mayor, no me den tonterías de esas, ¡como de creerme invisible!
-Tranquila, Gigi, no hace falta que te hagas mayor para que te den tonterías de esas, porque ya te dan.

Entramos en la sala de la TV, me coloqué en frente de ella, la apagué y me volví hacia los abuelitos; todos se me quedaron mirando, como si Dios hubiera dado al PAUSE de sus vidas.

-¿Qué coño está haciendo? –gritó al fin uno de ellos-. ¡Iban a poner las imágenes del jacuzzi!
-Don’t Panic. Es Gran Hermano, y repetirán esas imágenes del jacuzzi tantas veces como haga falta, hasta que se les desprendan las carnes de los huesos.
-¡Pero bueno! –protestó otro abuelito.

Yo chasqué los dedos y Gigi comenzó a pedirles el nombre a todos ellos (menos al Hombre Invisible), mientras a mí me poseía el espíritu de Patton (el general), y les soltaba un speech, que ríete tú de los speechs de Fidel Castro.

-Caballeros –comencé a decir, y a mandar de izquierda a derecha con las manos a la espalda-, en esta residencia, desde hace meses, y según algunos, desde hace años, vienen produciéndose extraños fenómenos inexplicables, que han llevado a más de uno y de una, al hoyo. No es para tomárselo a broma, porque sus vidas, dependen de la información que puedan darnos a Gigi y a mí, para resolver este caso, y así todos ustedes, consigan llegar con vida al Capítulo 35 –y dejé de andar de izquierda a derecha, porque comenzaba a marearme-. Espero que la información que tengan sobre dichos hechos, nos ayude a todos a resolver este enigma mortal –dije enfatizando esta parte final, porque me pareció súper importantísima.
-Disculpe –dijo uno de los abuelos.
-¿Sí?
-¿Es usted maricón?
-Y periodista vocacional –dije súper orgullosísima.
-PRO-ROK! –apostilló el culo de alguien.
-Ciertamente, nos encontramos en una situación de cagarse… de miedo, pero estamos aquí para descubrir qué provoca estos fenómenos paranormales… y detenerlos.

Uno de los abuelos levantó la manita, sin dejar de sonreír; Gigi me trajo el listado con sus nombres, y yo me quedé medio flipada.

-¿Cómo se les ocurrió a sus padres ponerles estos nombres? ¿Consultando la Wikipedia o qué? –miré hacia el abuelito con la mano levantada-. Disculpe, ¿usted es?
-Eustaquio –dijo con dificultad, porque la dentadura superior se le movía más que las bailarinas de Tata Golosa, así que deduje que no es que me sonriera, es que tenía puesta una dentadura postiza dos tallas mayor y sin pegamento-. ¿Cómo pretenden terminar con lo que hay aquí?
-Primero hemos de saber qué es lo que hay, Eustaquio, para saber como actuar. Ya sabe, como los doctores –y parece que ninguno me entendió, con lo bien que hablo y me expreso-. Quiero decir, que un médico no hace una operación a corazón abierto, y cuando van a implantar el marcapasos dice: “¡coño, pero si era una apendicitis lo que tenía este señor!”.

No me considero cómica, pero oye, que les entró tal ataque de risa a los abuelitos, que más de uno perdió los dientes de las risas.

-¿Pero qué puede hacer un urólogo, con lo que hay aquí? –protestó el abuelo que ya conocía del capítulo anterior, el tal Genaro que me había confundido con un urólogo.
-Para empezar no soy urólogo.
-Es maricón –apuntilló otro abuelito.
-Y periodista vocacional –cumplimentó Eustaquio.
-PROOOK! –exclamó el mismo culo de antes, y todos los abuelitos se volvieron para mirar a uno de ellos, muy poquita cosa y con cara de muy asustado.
-Para ya, Leonardo –le pidió uno de ellos.
-Gigi… abre alguna ventana antes de que terminemos como los extras de La Lista de Schindler –y Gigi fue a abrir las ventanas.
-Es que ayer nos pusieron fabes –se excusó Leonardo.
-No pasa nada, Leonalgas, digo, Leonardo, pero si quiere dar su opinión, intente que su trasero no se le adelante… -y volvieron a reírse hasta perder otra vez las dentaduras- ¡Coño! A ver si lo mío va a ser el Club de la Comedia y no los casos paranormales.

El hombre invisible levantó la mano, pero yo que soy muy lista, le ignoré y seguí a lo mío.

-Por lo que me han comentado… en esta residencia se pasea La Llorona –silencio sepulcral-. Y no hará falta decir que les creo, porque anoche mismo, cuando llegamos Gigi y una servidora, intentó atacarnos –tenía la atención de todos ellos.
-Pero no nos mató, porque nos encerramos en la enfermería y nos empastillamos.
-A ver, nena, que aquí la única que se empastilló fuiste tú, Gigi.
-Porque tú me distes las pastillas, Dolly.
-Porque estabas súper histérica diciendo tonterías, nena.
-Porque me entró muchísima “despresión”.
-PRO-ROK! –exclamó con sorpresa el culo de Leonardo.
-Leonardo, por favor, controle su esfínter, que esto es muy serio –y me puse en jarras-. Sí, nena, te pusiste más melancólica apostólica que los discos de Alejandro Sanz, y te tuve que sedar, nena.
-¡Eran pastillas, no sedantes!
-¡Pero eran de la FARMACIA, nena! Que tenían receta, coño.
-¿Les atacó La Llorona de verdad? –preguntó aterrado otro de los abuelos.
-Le atacó a ella, yo como estoy vacunada y todo eso, me limité a tranquilizarla con tranquilizantes.
-A Segismundo le ha intentado atacar varias veces –dijo el abuelo que estaba sentado al lado del otro, y Segismundo asintió.
-Es lo peor que me ha pasado en esta vida. Más que lo que pasé en la Guerra Civil.
-¿Y a que se sintió fatal? –le preguntó Gigi.
-Me sentí la persona más insignificante de este mundo –dijo Segismundo, con mirada ausente, voz baja y casi en un hilo de angustia.
-¿Ves, tía? –me lo echó en cara Gigi-. ¡No me lo estaba inventando!
-Que ya, nena, que te he visto en tu salsa, y lo de anoche era TODO improvisación.

Entonces uno de ellos se echó a llorar, y los demás, se levantaron con dificultad y se acercaron a él, dándole palabras de apoyo. Todos, menos el Hombre Invisible; Leonardo también se levantó, pero vino hacia nosotras, así que antes de que su culo anciano hablara otra vez por él, Gigi y yo nos tapamos las narices.

-Es Amador. Su mujer murió de forma muy rara hace unos meses. Antes de que murieran las enfermeras –nos dijo bajito, y su culo, guardó silencio.
-¿Su mujer fue la que murió en la taza del retrete? –preguntó Gigi.
-No seas bestia, nena –y miré a Leonardo-. ¿Su mujer la jiñó jiñando?
-No llegó ni a eso.

Y un pestilente olor se me coló por los tabiques nasales (porque me había destapado la nariz), y le iba a cantar las 40 a Leonardo y su culo, cuando aquel olor no me recordó a pedo de fabes del día anterior, sino a algo pestilentísimo que ya había olido antes. No, tampoco se trataba del cuarto oscuro del Leather. Aquello olía exactamente a…

-YEEEEEEEEEEEEEEEEEERRRRRRRGGGG!!!! –berreó alguien en alguna parte.

Era un grito sobrenatural. Algo que sólo podría brotar de la garganta de un ser humano, cuando se encuentra ante la misma muerte, o con la cara de Carmen Porter (la Alien 8 de Cuarto Milenio), con sus dientes desnivelados y tan separados, que se podrían insertar entre diente y diente el mango de un paraguas, o cuando descubres que Tasheta te ha plagiado el Blog, y gritas y vemos un plano de la Tierra desde el infinito espacio, con el grito en off.

Cogí a Gigi de la muñeca y eché a correr, pero me detuve al oír PRO-ROK!

-¡LEONARDO!

Por error, había arrastrado conmigo a Leonardo, así que le dejé en el pasillo, regresé a la sala de la TV, donde estaban todos aterrorizados, cogí a Gigi de la muñeca, y eché a correr por el pasillo con ella.

Uno de los enfermeros (que tenía un polvo y que no conocía de nada aunque sí su uniforme) se unió a nosotras, preguntando quién había gritado, y al llegar a la entrada principal, el cocinero (que tenía un repolvo) apareció desde la puerta de la cocina.

-¿Qué ha sido eso? –grité-pregunté, porque para eso era la protagonista y tenía que tomar la iniciativa.
-Ah sonado arriba –dijo el enfermero de día.
-No, creo que ha sido abajo, en las calderas –dijo el cocinero.
-¡No, porque no había eco! –apuntó Gigi.
-¡Es cierto! ¡¡¡Ha sido un grito sin eco!!! ¡Porque si no acabaría en ERG... ERG... ERG...!

Y los cuatro, que estábamos a la entrada de la residencia, miramos al exterior a través de las puertas de cristal, hacia el parking de la entrada, donde estaba el coche-oficina de Roberta… que en esta ocasión estaba ¡¡¡MUERTA!!!

Salimos al exterior a trompicones, porque nos dio el punto de salir todos a la vez por la misma puerta, cuando saltamos los pocos escalones de la entrada hacia el coche y allí estaba. Con el cuerpo retorcido en una postura imposible, con un pié emergiendo por la ventanilla del coche, el tacón del otro clavado en la tapicería del techo y la cara estampada entre el ángulo del parabrisas y el salpicadero, Roberta nos observaba con ojos desorbitados, mandíbula desencajada, y los pelos humeantes y despeinadísimos. ¡Parecía la causante de los apagones en Cataluña, la tía!

Aterrorizada, miré hacia los lados ¡y allí no había nadie! Y mira que hay un campo de visión de más de medio kilómetro a la redonda, pero ni rastro de quién había matado a Roberta…

Desde las ventanas del primer piso, los abuelos nos observaban, y entonces Gigi dijo:

-Tía, ¡Roberta no lleva bragas!