martes, agosto 28, 2007

~3~ 4ª Temporada

En el capítulo anterior...

La directora de la residencia de ancianos, Roberta (la Muerta), tras meternos miedo con una historia terrorífica y dejarnos con un manojo de llaves, como si nos hubiera visto cada de Señora Danvers de Rebeca, y los nervios hechos un manojo, se largó en su coche dejándonos solitas, en aquella espantahorrible y silenciosa residencia.


Nada más volver al interior, cerré la puerta, pero sin pasar el cerrojo, porque en aquel manojo de llaves... ¡cualquiera sabía cual era la llave correcta!

-¿Y si entra alguien, Dolly? –preguntó Gigi inmediatamente al ver mis intenciones.
-¿Es que no has visto cine de terror últimamente, nena? Si nos quieren matar, lo más seguro es que el asesino ya esté aquí dentro, nena… y si el asesino es del más allá de Murcia, seguro que sabe atravesar paredes y todo eso. Además, nena, estamos en el Capítulo 3, y no creo que nos vayan a matar tan rápido.
-Pues la Hidro-nena se ventila sus temporadas con menos capítulos, tía.
-Ya, pero yo sigo respetando el formato de 35 capítulos por temporada, más el prólogo y el epílogo.
-Es que tú eres más profesional.
-Porsupuestísimo, nena; ea, vayamos a investigar la segunda planta…

Subimos las escaleras como dos gatas, casi de puntillas para no hacer ruido porque por pequeño que fuera en aquel lugar tan grande... el más mínimo ruido sonaría como a pedo de elefante; dejamos las mochilas en la habitación que nos habían adjudicado, así, de sopetón y sin dejarnos elegir… y deshicimos el camino mirando el resto de habitaciones que había en el pasillo.

Por lo general habían tres camas por habitación, con un armario empotrado en la pared con seis puertas, tres mesillas de noche, tres sillones con aspecto muy cómodo, pero que olían a culovieja que espantaba (o sea a naftalina), y un televisor pequeño de esos que están colgados de la pared, pero sin monedas, como los de los hospitales.

Hay que decir, que nuestra habitación era mucho más pequeña que todas las que vimos, y que además, sólo tenía dos camas y un armario. Así que supuse que estaba destinada a las enfermeras que cuidarían de las abuelitas… cuando hubo abuelitas, claro... y cuando hubo enfermeras, ¡¡¡claro!!!, porque de todas las que fueron, no sobrevivió ni una, nenas.

Gigi estaba demasiado callada… y por el rabillo del ojo, vi que iba repitiendo mis movimientos… hasta que llegamos a una habitación grande y rectangular, que era un baño enorme, con varios lavamanos y varias puertas con retretes y todo eso que suele haber en el interior de un baño común… bueno, el pestazo a lejía, no era muy común que digamos, porque olía, como para cogerse un colocón a lo Parakoika Gonsales. Así que entramos y salimos tapándonos las narices, y fuimos a entrar a la última puerta, que casualidades de la vida, estaba cerrada con llave.

-¡Vaya!
-Será el trastero –dijo Gigi.
-O un lugar perfecto para esconderse, si eres el asesino, nena –y comencé a meter una llave tras otra, hasta conseguir abrir la puerta y… -¡La enfermería, nena! –y entramos a cotillear.
-A mi siempre me ha gustado la profesión de enfermera, tía.
-Eso es porque no has visto El Exorcista 3, nena.
-¿Con enfermeras gomitando verde, tía?
-No, nena, ¡con un asesino de enfermeras! Vamos, corta el rollo y entra padentro, nena.

En la enfermería había una camilla y unos taburetes, y muchos muebles metálicos con puertas de cristal (los muebles metálicos no son NADA cools, nenas y además siempre están fríos), y muchos tubos de cosas, y botes de pastillas, y gasas, y vendas, y esparadrapo (rebautizado por Gigi como "espantatrapos", que sigo sin entender por qué se alegró tanto de ver "espantatrapos" en una enfermería), y botes de betadine, y entonces Gigi soltó una carcajada y me enseñó una cajita rectangular al grito de:

-¡Deberíamos hacer camisetas con este slogan, tía!
-¿¿¿Con SCHERING??? –pregunté yo.
-No, tía, con esto –y le dio la vuelta a la caja-. ¡¡¡Uso Rectal!!!

Y nos dio la risa a las dos, hasta quedar sentadas en los taburetes de la enfermería, cuando un ¡PLANCH!, nos cortó la carcajada en seco. Sonó igual que cuando tiras una bandeja metálica al suelo… y nosotras, que hasta ahora íbamos sin hacer ruido alguno, aquello nos sonó como si nos clavaran dos consoladores en las orejas. Uno por cada oreja, se entiende, ¡no los dos por la misma!

Le indiqué a Gigi con un dedo que no dijera ni pío, ya que la enfermería era la primera habitación del pasillo, y la que estaba más cerca de las escaleras de la planta inferior. En aquel estado de nervios y silencio, no me preguntéis por qué, recordé los violines y el solo de trompeta de la banda sonora de Zodiac… y así, en plan súper de misterio, me acerqué a la puerta y sin hacer apenas ruido, le di una vuelta al pestillo cerrándola por dentro.

Gigi, que se había quedado más tiesa en su butaca, que los perros de caza ingleses cuando huelen a un zorro, una zorra o a la Camila Parker, me miró cagadísima de miedo y comenzó a levantar la mano derecha y apuntó con el índice hacia mis pies. Más concretamente ¡MIS ZAPATOS! Y a mí, que la curiosidad me pierde, bajé la vista…

Alguien había encendido la luz del pasillo, eso pensé, porque un brillo así como verdoso, se colaba por debajo de la puerta… y aguanté la respiración para oír mejor. Que lo he visto en muchas pelis de terror, y de verdad que funciona, nenas. Pero no aguantéis la respiración durante mucho tiempo, ¿eh?

Como si fuera la primera marika que pisa la luna (pero sin la bandera del arco iris), me alejé de la puerta hasta donde estaba Gigi, como unos tres metros o así, moviéndome como Neil Gay Armstrong, súper despacito, y sin dejar de mirar aquella fluorescencia verdosa e intermitente… respiré un poquito, sobre todo, para no morir de asfixia en el capítulo 3 de ésta Cuarta Temporada de Desperate Housegays, colocándome detrás de Gigi y localizando alguna vía de escape de aquella habitación, que la había... una ventana rectangular altísima y estrecha. Gracias a Dior que tanto Gigi como yo tenemos un tipo ideal, que si no, fuera lo que fuera lo que estaba detrás de la puerta, nos devoraría el culo antes de conseguir salir por la ventana.

La fluorescencia fue mitigándose, hasta desaparecer y la enfermería se llenó de un olor asquerosísimo. Como a hojas secas en un día de primavera, después de que algún perro se cagara en ellas. Asqueroso de verdad, nenas. Y entonces, se oyó el suspiro. Un largo y agónico suspiro… de sexo indefinido, porque parecía ralentizado... y que terminó en un lamento cansino durante varios segundos.

Gigi se abrazó a mí dándome el susto del mes, y se echó a llorar súper histérica, pero en voz baja.

-¡Tía, que yo no quiero morir tan pronto! Y encima tú te vas a casar, y yo sigo soltera, y me conocerán en la blogsfera como ¡Gigi la Virgen!
-¿Y a ti qué coño te ha dao, nena? ¿Quieres bajar la voz?
-¡Qué triste, tía!
-¡Pero qué triste el qué, Gigi! –y la separé de mí, mientras ella se limpiaba las lágrimas.
-¿No lo has sentido?
-¿Sentir el qué? ¿Cómo me dejabas sin aire, nena?
-No, tía, ¿no me digas que no lo has sentido?
-¡Pero el qué, nena!
-Ay, tía, ¡como tristeza pero en cantidad!
-¿Qué?
-No me digas que no lo has sentido.
-No, nena, no he sentido nada, sólo el pestazo ese, pero… ¡pero Gigi! ¡Si estás temblando! ¿Qué te pasa, nena? –y se abrazó a mí y se echó a llorar como en esas pelis americanas, cuando la novia está en el altar y el novio no aparece-. ¡Gigi, nena! ¡Para de una vez…! Ya, ya, ea, ea, ea… que no ha pasado nada… ¡NENA, que me estás asustando mucho! ¡GIGI!

Asustada como me puse al ver a Gigi bajo tal ataque de ansiedad, y ya que estábamos en una enfermería, busqué algo para tranquilizarla, pero yo que soy fatal medicándome (y mediando a los demás ni os cuento), encontré unos ansiolíticos que en realidad eran varios: Clonazepam, Diazepam y Lorazepam, y como todos terminaban en ¡PAM!, pensé que nada como un ¡PAM! para que se tranquilizara, y le di uno a Gigi con un vasito de agua, pero ella que seguía igual de atacada, ¡se tomó cuatro ¡PAMS! más de esos, como si aquello fueran lacasitos, nenas!

-Gigi, que este blog va de marika-ficción de terror, ¡no de cómo una marika ayuda a su amiga marika a dejar las drogas, nena!
-Ay, tía que ha sido como muy jeby…
-¿Pero el qué, Gigi? ¡Yo no he sentido nada!
-¡Porque estabas andando como una astronauta, PUTAZA!
-Andaba así para no hacer ruido, nena… ¡pero bueno! NENA… que no terminas de tranquilizarte. ¿Qué coño te pasa, Gigi?
-Por unos minutos… -dijo limpiándose las lágrimas-, me he visto la persona más sola del mundo, tía.
-¿Cómo?
-Sí, tía, me ha dado como una “despresión” de esas…
-¿Una depresión?
-Sí, eso también. Me han dado las dos cosas a la vez, tía.

Intentaron forzar la puerta de la enfermería, y las dos chillamos de buena gana, porque aquel momentazo ¡bien se lo merecía! Y lo hiciemos, mejilla con mejilla, en el más puro estilo ABBA.

-¿Quién está ahí? –preguntó una voz cantidad de varonil desde el otro lado.

viernes, agosto 24, 2007

~2~ 4ª Temporada


Tras empezar con muy mal pie esta Cuarta Temporada de Desperate Housegays, decidí que lo mejor era largarme de casa con Gigi, a la residencia de ancianos en la que había desaparecido Rosario Fitis. Antes muerta, que soportar a mi madre, nenas… y así fue cómo llegamos allí y fuimos atendidas por la directora del centro: Roberta.


Roberta andaba muy rápido, y tanto Gigi como yo comenzamos a agobiarnos de lo rápido que andaba y hablaba a la vez, y encima ¡sin signos de puntuación!, pero no os preocupéis, que para eso estoy yo, y así os podéis enterar bien de todo lo que nos contó mientras andábamos por pasillos tétricos y con poca iluminación, subiendo escaleras y abriendo puertas y más puertas…

-En este momento sólo tenemos a doce abuelitos en la residencia.
-¿Abuelitos? –chilló Gigi-. ¿Es una residencia para la Tercera Edad Gay?
-¡Gigi! No me seas cateta, nena –dije yo-. Es un término genérico, para referirse a abuelitos y abuelitas.
-No, no, no, no… -dijo Roberta súper rapidísimo-. Sólo tenemos abuelitos.
-O sea: ¡que es una residencia para la Tercera Edad Gay!
-¡Gigi!
-Sinceramente, no sé si son gays o no… -dijo Roberta deteniéndose en seco, y como iba andando tan rápido, a detenerse Gigi y yo seguimos andando como unos diez metros más, frenamos y nos dimos la vuelta-. ¿Dónde estáis?
-Aquí… -dije yo desde detrás, y se volvió hacia nosotras.
-¿Y qué hacéis ahí?
-Señora Roberta… es que usted anda muy rápido y habla muchísimo más rápido aún –dije yo intentando ser todo lo educada que pude, pero la muy puta me miró abriendo más el ojo que tenía de mayor tamaño, escrutándome como si fuera un Sudoku con decimales.
-Bien, bien, bien… -dijo y se puso a andar otra vez, manipulando un aro metálico en el que había como veinte llaves diferentes de todos los tamaños y formas-. Desde que abrimos la residencia… eso habrá sido… allá, por el año noventa y dos… siempre han pasado cosas… poco corrientes.

El “poco corrientes” lo dijo con extrema lentitud, y para una mujer que hablaba escupiendo 500 palabras por minuto, seguro que le dolió cantidad en la lengua.

-¿Cómo que poco corrientes? –pregunté yo, mientras ella abría otra puerta.
-Veréis… algunos ancianos han llegado a nuestra residencia ya viudos… otros, por el contrario, venían con sus esposas… pero… a los pocos meses… ellas fallecían.
-¿Sí…? –preguntó Gigi así, como en súper tono politono de tensión.
-¿Y morían de alguna enfermedad o de alguna cosa rara, como en The Ring?
-No, no, no… se quedaban dormiditas. Simplemente.
-O sea, que decían “voy a echarme una siestecita”, ¿y no se volvían a levantar?
-Así es –dijo de forma seca, y nos condujo por otro pasillo-. Pero… hará, cuatro o cinco años, ellas, las ancianitas que vienen a quedarse en nuestra residencia, lo hacen por muy poco tiempo.
-¿Se mueren antes? –preguntó Gigi.
-Así es…a la última no le dio tiempo de abrir la maleta y acomodarse. Llegó con prisas, porque tenía incontinencia, y fue directa a los baños… y como no volvía, Pepe, nuestro enfermero, fue a buscarla y se la encontró sentada en la taza. Muerta.
-¡K JEBY! –dije yo súper asustada.
-¿Y sólo han fallecido las ancianas? ¿O ha muerto alguien más?
-Qué bien preguntas, Dolly, hasta pareces una periodista de verdad.
-Gigi, por favor…

Roberta se quedó pensando una fracción de segundo.

-También falleció Susana, una de nuestras mejores enfermeras en el año dos mil, y en el dos mil tres Gladis, otra enfermera que contratamos. Su estancia fue de dos semanas.
-¿Y de qué murieron?
-Infarto.
-¡¡¡!!! –las que me conocéis, sabéis que pongo ésto cuando algo me asusta realmente de verdad.
-Luego se corrió la voz y ya no tenemos enfermeras. Así que ahora sólo tenemos a dos enfermeros: Pepe y Antonio, turno de noche y turno de día, y Carmelo el cocinero, que llega todos los días a las seis de la mañana.
-O sea, que todas las fallecidas han sido… ¿mujeres? –preguntó Gigi.

En ese momento, Roberta fijo que se dio cuenta de que la miramos de arriba abajo, ¡porque bien podría ser un travesti, de lo jodidamente fea que era la tía!

-¿Qué insinuáis?
-Sólo es una pregunta profesional, pero… –comenzó Gigi-. ¿SIEMPRE ha sido usted una mujer?
-¿Qué tipo de pregunta profesional es esa?
-¡Coño, pues una pregunta, tía!
-Gigi… señora Roberta, haya paz… estamos aquí para investigar… usted nos llamó, ¿recuerda? –la mujer parecía que comenzaba a tranquilizarse-. Es que si como bien ha dicho, todas las fallecidas han sido mujeres… ¿cómo es que sigue usted viva?

Tras una larga pausa y visibles signos de nerviosismo, mirando por encima de su hombro, dijo:

-¿Por qué creen que ando tan rápido?
-¿Para quemar grasas? –preguntó Gigi.
-¡Gigi!
-Ando rápido porque este sitio me espeluzna. Nunca estoy más de treinta segundos parada… y cuando me detengo a hacer alguna gestión, la hago en mi coche. He montado allí la oficina desde que han comenzado las muertes… en serie.
-¿En serio? –preguntó Gigi.
-He dicho en serie.
-No, señora, me refería a que si “en serio” tiene usted la oficina en el coche…
-Sí… y llevamos mucho tiempo parados, seguidme –y abrió la última puerta.
-K JEBY, Dolly, tiene la ofi en el coche... -me dijo Gigi en plan presentadora de Bricomanía.
-Pues tampoco es tan jeby, nena, yo tengo en mi ZEN, radio, reloj, música y varios capítulos de Mujeres Desesperadas, y no presumo de ello... ¡y en menos espacio físico, nena!
-También es verdad, tía.

La última puerta, en el segundo piso, era la que conducía a las diferentes habitaciones para las mujeres, como nos dijo súper rapidísimo, y como no quiero que os agobiéis, os lo cuento y lo resumo; en la primera planta están los hombres y en la segunda, completamente vacía, era la dependencia de las mujeres, pero ahora sólo estábamos nosotras dos, que íbamos a ocupar la habitación del fondo, justo encima de la habitación del enfermero Pepe (turno de noche). Así que si dábamos unas patadas en el suelo, Pepe se levantaba y nos ayudaría en lo que fuera.

-Os dejo las llaves… -dijo Roberta.
-¿Para? –pregunté yo.
-Venís a investigar qué pasa en la residencia, ¿no?
-Oh, sí, claro, claro… -y cogí las llaves-. Así que podemos movernos… por toda la residencia, sin hacer mucho ruido porque los abuelitos están dormiditos, e investigar un poco…
-Muy bien… yo me voy… -y nos miró con puro terror-. ¿Me acompañáis a la salida?
-¡Porsupuestísimo! –dije yo súper educada, y porque además teníamos que ir a buscar las mochilas con nuestras cosas en el coche, pero no se lo dije, claro.

Tras despedir a Roberta y sacar nuestras cosas del coche, regresamos al interior de la residencia en medio de un silencio sepulcral… hasta que habló Gigi.

-Menudo rollo nos ha soltado la tía, Dolly. Parece sacado de Historias para no Dormir sin drogarse antes, tía.
-Sí, nena… como para dormir tranquilas…
-Pero ha omitido muchas cosas, tía.

Y yo me paré y me puse en jarras.

-A ver si ahora por leer el Cosmo, vas a ser más lista que yo, Gigi.
-A ver, tía, recuerda que no somos las primeras que manda nuestro feje, ¿vale?
-Ah, ¿sí? Pues no me acordaba. ¡Demasiados Ginlemon en Torremolinos este verano, supongo! ¿Y cuantos ha enviado el jefe?
-Rosario Fitis fue la quinta, y antes habían desaparecido cuatro más.
-Pues claro, Gigi, que sé contar…
-Y de los cuatro anteriores, tres eran hombres…
-¿Y ME LO DICES AHORA, HIJADELAGRANPUTA?
-¡Coño, tía, es que me he acordado mientras acompañábamos a Roberta la Muerta a su coche oficina!
-¿Y para qué coño te tomas el multicentrum, nena? ¡PARA LA MEMORIA, GIGI!

sábado, agosto 18, 2007

~1~ 4ª Temporada

En el Epílogo-GO! de la Temporada Anterior...
Y entonces me puso por el altavoz del contestador de la redacción, una cacofonía de ruidos rarísimos, y unos gritos de terror indescriptibles, y golpes, y cristales rotos, y más gritos… hasta que comprendí que aquella tía histérica que pedía socorro, auxilio, piedad y no paraba de berrear “no, por favor, noooo”, a lo Hostel… era…


-¡¡¡Rosario Fitis!!! –grité.
-La misma, Dolly –dijo mi jefe-. Y parece que está en peligro.
-¿En peligro nada más? ¡¿Pero si grita como si le sacaran los empastes con un pinchito para comer caracoles, Jefe?!
-Mmm, sí, eso mismo me pareció a mí, la cuarta vez que oí el mensaje.
-¿Habrá llamado a la policía, no? –y mis ojos miraron a Bruno.
-¿Para qué?
-¡Coño, para ver si sigue viva, Jefe!
-No creo que siga viva. Y tampoco responde al móvil, Dolly.
-¡SUPONGO! Si no está viva, ¿cómo va a responder al móvil, Jefe?
-Quiero decir… que su coche sigue en el hotel del pueblo, y en la residencia no ha dado señales de vida.

Y en ese momento pensé, ¿si quizá había algún vínculo de sangre entre mi Jefe y Gigi...?

-¡CLARO! Porque… ¡NO-DEBE-ESTAR-VIVA… JEFE!
-Siento decirte esto, Dolly, pero tienes que posponer la boda.
-¡Pero si aún no tenemos fechas, ni nada!
-¡Mejor! Así no tienes excusas...
-¿Excusas? ¿Excusas para qué?
-Para ir a esa residencia.
-¿Quééé...? Soy gay, soy una Diva y... ¡no puedo ir a una residencia por muy periodístico paranormal que sea, Jefe!, además: ¡me acaban de pedir matrimonio con un pedazo de Bvlgari ideal de la muerte! Y tengo a mi futuro marido delante de mí.
-Vaya, pues felicítale de mi parte.
-Bruno –le dije a Bruno-, mi Jefe, que está como una cabra y que quiere que me ocurra lo mismo que a la Rosario Fitis, o sea, morir y desaparecer de una forma espantahorrible de verdad –dije fingiendo degollarme con el índice de la mano izquierda-, dice que te felicite por la futura boda.
-Qué detalle.
-¡Ni detalle, ni detalla! Y menos mal que me lo ha pedido a mí, que si se lo dice a Gigi, fijo que pierde el culo para decir ¡¡¡que sí!!!

Y sonó el timbre de la puerta. Y yo, que puedo hacer dos cosas a la vez, aunque no chuparla y cantar tirolés, como las marikas de esa peli de marikas tirolesas... ¡¡¡Yorelé Yyy Uuu…!!!, y fui a abrir la puerta.

-¡Tía! ¿Te ha llamado el Jefe? ¡Nos envía al rescate de la Rosario Fitis! ¿A que es súper emocionante, tía?
-¡BASTA! –grité al verme arrastrada hacia un remolino de nuevas aventuras y peligros (de muerte, no lo olvidemos, nenas, peligro de MUERTE), al ver a Gigi en la entrada de casa con su ropa de “investigación de campo” y mochila a la espalda.

Conté hasta diez fresisuis con los ojos cerrados y al volver a abrirlos, ¡Gigi seguía allí! ¡No era una pesadilla lo que estaba viviendo! Pero no era la Gigi que conocéis, nenas, porque desde la Tercera Temporada de Desperate Housegays, la Gigi había hecho muchas cosas y ahora vestía en plan Gay Scout, súper ideal de la muerte, porque por fin lee el Cosmopólitan, Casas con Encanto y el Vale. Sí, sí, sí, nenas.

-¡Tía, éste puede ser el reportaje de nuestra vida! –dijo súper emocionada.
-¡GIGI, éste puede ser el reportaje que ACABE con nuestras vidas!
-¿Qué es eso que tienes en el dedo?
-¡UN BVLGARI, NENA!
-¿Y pa qué?
-¡Porque Bruno me ha pedido el Matrimonio, nena!
-¡QUÉ JEBY, TÍA! ¿¿¿TE VAS A CASAR??? ¡Déjame verlo! ¡Déjame verlo!
-No que lo llenas de babas, nena. Míralo de lejos... –y posé a lo Letizia, pero con muchísimo más estilo, ¡porque yo lo tengo!
-¿Ha llegado Gigi? –preguntó mi Jefe por el móvil.
-Sí, pero no. Estoy demasiado emocionada... y agradecidaaa..., para salir pitando con Gigi a esa residencia satánica que matan a periodistas.
-Pero nosotras no somos periodistas, tía –dijo la Gigi.
-¡Anda la lista! ¿Y te crees que por eso no nos van a matar como a la Rosario Fitis?
-Dolly –volvió a hablar mi Jefe por el móvil-. Tenéis que ir esta misma noche. La directora del centro os está esperando, y ha sido tan amable, que incluso os ha preparado una habitación para que paséis allí la noche, sin tener que buscar hotel en el pueblo cercano.
-¡Vamos a dormir en la residencia del terror, tía! –gritó Gigi, que había pegado la oreja a la parte del móvil donde no hay altavoz, y que oyó el comentario de nuestro Jefe.
-¡Gigi! Ese sitio es... es... es... ¡¡¡peor que unas vacaciones en Huesconsing, nena!!! Muere gente, caen tiestos con geranios del cielo ¡y nieva! ¡Y yo quiero casarme, coño! –y miré a Bruno-. ¿Verdad que sí, Bruno?
-Sí... pero...
-No, por favor. No, Bruno, no, ¡tú, no! Me has pedido matrimonio con este Bvlgari, y eso quiere decir que... ¡¡¡LOS PEROS NO EXISTEN!!! Hablamos de MATRIMONIO y BVLGARI, no esa mierda que hizo el Bustamante en Bali, donde te visten de blanco y te ponen una toalla en la cabeza. Teatrillos, no, nene.
-No nos vamos a casar Mañana, Dolly. Hay que tramitar el papeleo, hacer la lista de invitados, buscar una fecha...
-Tu futuro marido piensa con la cabeza –dijo por el móvil mi Jefe.
-Mi futuro marido puede volver a la soltería ¡ANTES DE CASARSE, JEFE! –ésto no puede estarme pasando a mí. Yo no empiezo las temporadas de Desperate Housegays así, tan aceleradas... ¡Coño! ¡Pero si parece que mi vida se ha convertido en una película de Bruce Willis! -¡¡¡Corta el cable azul!!! ¡¡¡Corta el cable azul!!! –chillé perdiendo los nervios.
-A ver Dolly –dijo Gigi en tono solemne, aunque la pinta de marika que tenía con aquella gorra del CSI New York y la mochila la delataban-. Podemos ir a investigar, y mientras, Bruno va preparando los papeles de la boda, ¿no?
-Pues NO, Gigi, porque para ese entonces, podríamos estar MUERTAS, como Rosario Fitis, ¿o es que lo has olvidado, nena?
-Pues no, tía, pero como somos heroinómanas, sé que no vamos a morir, Dolly.
-Gigi –y respiré hondo-. Querrás decir que somos heroínas, no heroinómanas, nena.
-Tú me has entendido, ¿no? Pues ya está, tía.
-Hay tiempo para todo, Dolly –dijo Bruno.
-Sí, hay tiempo... hay tiempo hasta para preparar un bonito funeral para nosotras dos. ¡A mí que me incineren y que mis fans se esnifen las cenizas! –grité al techo.
-No os va a pasar nada. Es sólo una residencia de ancianos, ¿no?
-Eso es, Dolly –dijo mi Jefe por el móvil-. Es sólo una residencia de ancianos.
-¡Donde la gente MUERE y DESAPARECE, coño! –grité medio desquiciada.

Y volvieron a llamar al timbre de casa.

-Jefe, ya le llamaré y hablamos con tranquilidad. Esto es demasiado para un primer capítulo de la Cuarta Temporada de Desperate Housegays... y sé que si sigo con esta dinámica, el oro blanco del Bvlgari va a desaparecer, porque ¡son unos anillos muy sensibles!

Colgué y abrí la puerta... y descubrí que aún no era demasiado para un primer capítulo de la Cuarta Temporada de Desperate Housegays, ya que al otro lado había una señora de unos cincuenta años, con un traje de esos que llevan las maris que ven el culebrón de TVE, y se sientan a charlar a la salida de la misa de ocho, con dos maletas en cada mano.

-¡Parece mentira…! –comenzó a decir la mujer a voz en grito-. ¡Que tenga que enterarme por el blog, QUE MI HIJO SE CASA!
-¡¡¡MADRE!!! –grité yo con el estribillo de Bernard Herrmann sonando en mi cabeza, pero sin ducha, ni cortina, ni sangre. Aunque más que un estribillo, era un acorde, claro.

Fui a cerrar de un portazo, pero la muy... cabrona, metió la punta del zapato del pie derecho, ese donde no tiene sensibilidad desde que se fue a una clínica para supuestamente adelgazar, y las cargas eléctricas le dejaron el pie derecho con menos sensibilidad que la garganta de Liza Minelli para la ginebra.

-¡Dolly! –chilló Gigi-. ¡TIENES UNA MAMÁ!
-¡YERNO, A MIS BRAZOS! –gritó mi madre soltando las cuatro maletas y echó a correr hacia Bruno para darle un abrazo de quebrantahuesos y no se cuantos besos en las dos mejillas, hasta ponerle de carmín como al Monchito de José Luis Moreno.
-¡TIENES UNA MAMÁ, DOLLY!
-¿Quieres dejar de repetir esa frase, Gigi? ¡Tú también tienes una mamá, aunque la encontraste en la Segunda Temporada de Desperate Housegays, nena!
-¡Pero no me lo habías dicho, Dolly!
-¡Y tú tampoco me dijiste que tu madre aparecería en la Segunda Temporada, nena!
-Entonces estamos empatadas, tía.
-¿Madre? –afirmé más que pregunté volviéndome hacia ella, y me horrorizó ver cómo había dejado a Bruno tras tanto besuqueo-. ¿Se puede saber qué haces aquí?
-¿Tú qué crees? ¡Acompañar a mi hijo en el día más feliz de su vida!
-Madre, ni este es el día, ni este es el capítulo donde me vaya a casar… así que ya puedes estar cogiendo tus cuatro maletas y... ¿a dónde diablos pretendías ir con cuatro maletas? ¿A BRASIL?
-¿Cómo que a dónde voy? ¡A quedarme aquí!

Y se me escapó tal carcajada, que por la cara que puso Gigi, cualquier médico de la Seguridad Social me daría un bono gratis de estancia indefinida en cualquier psiquiátrico del país.

-¡Ni de coooñaaa, madre! –dije más rotunda, que Sue Hellen cuando volvió a la bebida.
-Pero es tu madre, Dolly –dijo Gigi.
-Sí, y esta es MÍ CASA, no la suya.
-Tener hijos para esto –dijo de la forma más afligida que pudo fingir.
-Dolly –dijo Bruno.
-Si hay una cosa que sobran en Madrid, son...
-¿Madres? –preguntó mi madre.
-No, madre: ¡HOTELES! Y mira por dónde que no te hacen falta, porque tienes una casa.

Tras un breve silencio incómodo, donde Gigi no dijo ninguna tontería y se limitó a mirarme mega flipadísima, me fui al dormitorio y comencé a preparar una mochila con “cosas que debe tener una Diva si se va de casa”, sí, sí, muy a lo Isabel Coixet, cuando entró Bruno en la habitación.

-¿Dónde vas?
-A cualquier parte a kilómetros de mi madre, Bruno. La conozco como si la hubiera parido, aunque en éste caso es al revés, pero ni muerta me voy a quedar en casa con ella rondando por aquí. ¡Nunca le perdonaré... –y callé, porque hay cosas que una Diva no debe decir, aunque sea en su Biografía NO Autorizada-. Me voy con Gigi a ese espantahorrible lugar donde desaparece gente y después mueren dando muchísimos gritos por teléfono móvil. Así que... si te llamo y me oyes gritando como una perraka en DANGER, deja el papeleo de la boda, nene –y salí de la habitación.
-¿Nos vamos? –preguntó Gigi súper emocionada.
-¿Te vas? –preguntó mi madre súper mosca.
-Sí, Gigi, nos vamos, y madre, por favor, no pongas esa cara de sorpresa que habrás ensayado durante hoooraaas ante el espejo.

Cogí a gigi de la mano y salí de allí todo lo rápido que pude, pero sin sudar, porque las Divas, no podemos sudar, claro….


Una hora más tarde, y sabiendo que estaba por la cuarta página del World, cuando lo normal en cada capítulo de mis temporadas, es que tengan tres páginas… y tras decirle a Gigi que no iba a contarle qué era lo que había pasado entre mi madre y yo, Gigi se puso a cantar eso de “un elefante, se columpiaba... en la tela de una aaaraña” y claro, tras cuarenta minutos con esa murga... y a punto de producirme un derrame cerebral, no me quedó otro remedio que contárselo, y casi nos estrellamos, porque conducía Gigi, que aunque iba a 80 km porque está en su primer año de conductora novel, como yo, una curva cerrada y de noche, es una curva cerrada y de noche.... y las curvas cerradas y de noche, ¡¡¡no se toman en cuarta y a 80km hora, nenas!!!

-Tía, ¡pero eso es súper fuerte! –gritó Gigi tras controlar el volante-. ¿Y por qué no me lo habías contado antes tía?
-Porque esas cosas no se cuentan, Gigi. ¿Ves? Te lo he contado, después de todos estos años que nos conocemos, pero ni se me ocurriría contarlo en este blog, nena.
-Y no me extraña, tía, porque es ¡¡¡súper jeby!!!
-Y ahora no vayas tú a cascarlo, ¿vale?.
-Claro que no, tía.
-Prométeme que no lo contarás aunque estés en un peligro de muerte, nena.
-¡Que no lo contaré, tía!
-Prométemelo, nena, que tú cuando estás en peligro de muerte siempre sueltas cosas que no deberías.
-Te lo prometo, tía.
-¿Me entiendes ahora?
-Sí, tía... súper jeby... seguro que tras este diálogo, la Rafaela, la Hidro, la Dannie y Nacha la Macha te saldrán por el mesenYES a preguntar ¿¿¿qué te hizo tu madre???
-Sí, nena, y menos mal que este relato es en diferido, que si no, se me pondría el Messenger como un árbol de navidad con ventanitas; por cierto, nena, ¿dónde coño estamos?
-¿Y yo qué sé, tía? La que lleva el mapa de carreteras eres tú.
-¿YO un mapa de carreteras, en mi bandolera de Adolfo Domínguez? ¡JA! Debes estar bromeando, nena. Antes me afeitaría la cabeza al cero y cantaría lo del “hare hare, hare krisna”...
-Bueno, pues entraremos en esa área de servicio a preguntar, tía.
-Vale, Gigi, ¡Pero no entres en cuarta, ni en tercera! Que te veo venir...

Y la muy burra metió primera y el coche pegó tal berrido, que mis uñas se quedaron grabadas en el salpicadero del coche como si aquello fuera el Paseo de la Fama de Hollywood; tras media hora preguntando, y varios bosquejos en servilletas, ya teníamos claro, más o menos (más menos que más), la forma de llegar a la residencia del terror, en la que había desaparecido Rosario Fitis, compañera nuestra del periódico sensacionalista Increíble pero Cierto.

Y mientras yo me enteraba de cómo coño llegar a la residencia, la Gigi, se compró el CD de Añoranza Flamenca de Manolo Paradas por 7,50€, (que podéis ver la foto del testimonio gráfico en mi corcho de las Divas).

Una hora más tarde, llegamos...

Era noche cerrada, tirando ya a madrugada avanzada cuando tomamos el desvío hacia la residencia. Los faros nos revelaron su nombre... y Gigi, que le va la marcha, lo repitió en voz alta.

-¿Esperanzador Atardecer?
-Por lo menos no se llama Prados Soleados, como el de las Chicas de Oro, nena; cuidado con el árbol ése Gigi.
-¿Árbol? Eso no es un árbol, Dolly –y dio a las luces largas-. ¡Es un ciprés!

Y yo lancé un grito, porque no era un ciprés, ni nos íbamos a estrellar contra él, porque Gigi lo esquivó. Grité, porque era muchos cipreses, y detrás de ellos, había algo alto y blanco. ¡Una tapia!

-¡Gigi! ¿Cuántas residencias para ancianos conoces con un cementerio al lado?
-¡Esta es mí primera residencia cementeriosa, tía!

Condujimos hasta la entrada de la residencia, rectangular, de dos pisos con luz sólo en la entrada, y con un monovolumen aparcado, el único coche que había por aquel lugar, y el único coche que vimos tras una hora de conducir por el camino de tierra y cemento.

-Frena, Gigi, o entraremos en la residencia con el ¡COCHE!

Y frenó... bien, para mi sorpresa. Eso sí, antes de que apagara el motor ya había puesto yo el freno de mano, por si las moscas. No quería empezar esta Cuarta Temporada de Desperate Housegays, con dos marikas escayoladas de pies a cabeza.

-Qué poco confías en mí, Dolly –dijo Gigi al apagar el motor.
-No es que no confíe, nena. Es el instinto de supervivencia...

Y dejé la frase en el aire, al mirar hacia la entrada de la residencia por la que salía alguien de tamaño medio, algo gordo y con el pelo a lo afro; yo fui la primera en bajar del coche con un estilazo que ni os imagináis. Gigi hubiera sido la primera en bajar, pero como tenía el cinturón de seguridad aún puesto, salió disparada otra vez hacia el asiento por no quitárselo antes.

Fui hasta lo que imaginaba era la directora del centro, y la verdad, me llevé una sorpresa, porque era como si a una mujer la vistes de hombre, y luego la vuelves a vestir de mujer. Vamos, que era una cosa rara de cojones, y que se daba un aire con Cristina Almeida, pero sin gafas y sin esas verrugas de la cara, pero con el mismo peinado, la misma altura y los mismos kilos mal repartidos por todo el cuerpo.

-Pensaba que os habríais perdido –dijo y me ofreció la mano, que yo estreché.
-Uis, pues no lo pienses, mujer, porque la verdad es que nos perdimos, pero luego en una gasolinera que está como a 100 kilómetros nos dijeron cómo llegar. Somos del periódico Increíble pero Cierto.
-Sí ya lo imaginaba hablé con vuestro feje qué cosa más rara lo de vuestra compañera Rosario Fitis qué cosa más rara no... ocurre algo.
-No, nada, nada... es que habla usted muy rápido y sin signos de puntuación, señora.
-Roberta.
-¡La Muñeca Muerta! –Chilló Gigi.

Roberta, a quien de ahora en adelante pondré en este blog todos los signos de puntuación para que la entendáis bien, nos miró abriendo un ojo más que otro. O bien era porque tenía un ojo de cristal, o porque tenía un ojo más grande que el otro, nenas.

-Perdone a mi amiga, pero es que siempre que oye el nombre de Roberta, suelta esa coletilla.
-Roberta, la Muñeca Muerta, fue la muñeca más vendida en los 80, señora –aclaró Gigi.
-Ah… -dijo ella muy mosca, y hasta diría que el ojo que tenía de mayor tamaño, se hizo más grande para revisarnos a las dos-. Es muy tarde y tengo una hora de coche de vuelta a casa. Os llevaré a la habitación que os he preparado… -dijo y se puso a andar hacia el interior de la residencia de ancianos con pasitos cortos pero muy rápidos.

Gigi me miró, yo la cogí de la mano, y juntas subimos los cuatro escalones hacia el interior de la residencia… en la que había desaparecido Rosario Fitis…