martes, febrero 21, 2006

~15~ 2ª Temporada

En el capítulo anterior...

¡Escribí lo que nunca, nenas! Casi nueve páginas y seguí viva, que suelo quedar viva siempre al final de cada capítulo, aunque en un Extreme Danger de flipar. O como decimos por Chueca: “tas’bien jodida, nena”; el lado positivo fue, ese reencuentro entre Gigi y su Madre (Jacinta), con el que más de una se habrá emocionado más que con el final de Falcon Crest, espero, y si no espero, ¡es plátano!

Corrí varios minutos más, hasta que me dolía la británica, que una es muy fisna y llama británica a la ingle, que suena a marika depilada y escocida. ¿En dónde? ¡En la INGLE, NEEENAAA!, así que aminoré el paso que no el trote feliz, dando grandes zancadas pero con muchísima más gracia y garbo, que en eso, no me gana ni la Norma Duval aunque se envuelva en 5.000 plumas y la acompañen una docena de bailarines marikas del Zoom.

-¡Vas muy bien, nena, vas requetesúper bien, nena! –y le di a mi reloj que se iluminó en azul, que marcaba los dos patitos y cincuenta y seis (22:56 para las marikas con relojes digitales), cuando desapareció el suelo, levanté la vista y salí despeñada ladera abajo... hacia una manifestación como las del PSOE, (aunque deberían renombrarse como PPSOE, porque se están volviendo más PP'ras que el propio Rajoy-a), pero llena de arbustos, ortigas y la madre que las parió a todas las fanáticas de las hierbas y las infusiones de hierbas.

No perdí el equilibrio, porque como estoy hasta el higo de ver los Goles en Antena 3, me puse a mover las manos como las brasileñas esas del Barcelona cuando meten un gol, que salen como marikas corriendo en tacones corriendo por una cuesta empinadísima, y conseguí mantener mi dignidad sobre el suelo, y no estrellarla contra él, como en otras ocasiones.

-¡Neeenaaa, eres la bomba! –me chillé por mi pericia, por que siempre está bien darse de comer al EGO, o nadie lo hará por ti, a menos que quieran hundirte en la mierda; tras sujetarme a unas ramas y conseguir detenerme, estaba súper acelerada, excitada y ¡LOST!-. ¡Vaya! –dije y miré a los lados en busca de algún tipo de iluminación que no existía, y que para colmo, al no haber luna, pues lo dicho, que me había quedado peor que la Björk en Bailando en la Oscuridad. Cegarruta perdida… y sin música -. ¡Mi ZEN! -me chillé otra vez, a mi misma, claro.

Cogí el ZEN y cambié el tiempo de los cinco segundos a más, que tiene la pantallita con esa luz tan cool, y lo utilicé a modo de linterna buscando una salida de entre los matojos, que sonaba a título de peli porno. ¡Folladas entre los Matojos! Y me acordé de Gigi.

-¡Ay Gigi! –suspiré, mientras seguía buscando una salida, porque subir otra vez por aquella pendiente, era un trabajito para los chicos de Al Filo de lo Imposible, y no para mí.

Al final y para no aburrios, porque es cierto que pasé varios minutos buscando una salida de aquella escombrera de matojos y yerbas varias, conseguí abrirme un caminito por donde la susodicha flora forestal era más baja que yo, y me abrí paso con el ZEN en una mano, y el móvil en la otra, al que le echaba un vistazo de cuando en cuando. ¡Un punto de cobertura! Bueno, menos da una piedra.

-...Shhh... calla –dijo una voz a varios metros por delante de mi.

Yo me quedé quietísima. Como las perras esas que usan para la caza. Las “galgas”. Me pegué la pantalla del ZEN contra el pecho para que la luz azul no me delatara; obviamente reconocí la primera voz... y la segunda con la que hablaba la primera voz también, pero como soy muy cabrona y quiero mantener el SUSPENS... no daré nombres. Os jodéis y os interesáis más por lo que se me iba a venir encima.

-¿Lo has oído? –preguntó la primera voz.
-Yo no he oído nada... -dijo la segunda voz con algo de temor.

Si los perros pueden detectar tu miedo mirándote, yo también puedo detectar el temor en la voz. ¿Por qué? Porque supongo que tengo algo de perra en el ADN, ¡nenas!

-Juraría que por allí hay alguien... espera –y se oyó un ruidito, como de agacharte a coger algo, y después a menos de un metro de mí, sonó tal pedrada contra la maleza o tronco de un árbol, que casi se me escapa un pedo del susto.
-¿Por qué no hacemos lo que hemos venido a hacer, y te dejas de tirar piedras como un crío? –le reprochó la segunda voz.
-Seguro que es ese crío idiota que se nos ha pegado todo el tiempo.
-Es un crío, no te pases... y además está medio tocado.
-Sí, está bien... vamos, abre la mochila.

Oí ruiditos de cremalleras, del frusfrús de una bolsa de plástico, y después las voces, sonaron amortiguadas, como si hablaran con unas de esas mascarillas que se pone el Michael Jackson, para no comerse los culitos de los niños sin protección, aunque la Gigi diga que es para la polución, fijo que se las pone para los palominos infantiles.

-Agggg –dijo la segunda voz-. Esto apesta.
-Shhh... –le mandó a callar la primera voz.
-¿Dónde los dejamos?
-Tíralos al lago. Así nadie los tocará por error.
-En ese lugar, lánzalos tú. Llegarán más lejos.

Se oyeron más ruidos, ruidos de plástico y luego de tejidos, las ropas de esos dos hijosdelagranputa que pergeñaban un atentado en el Valle Takami, y que yo era como aquel niño con orejas de soplillo, en Única Testiga, acojonadita por si me sonaba el móvil, era descubierta e INFECTADA con aquel material que estaban arrojando al lago.

¡CHOFFFSSSHHH...!!!

-Creo que voy a vomitar –dijo la segunda voz, con toques de veracidad, porque se le entrecortaba la voz.
-Trae... –dijo el otro, y segundos después...

¡CHOFFSSHH... ... ... ... CHOFFFSSSHHH!!!

Y luego oí otra cosa, como una ola o similar, claro que en los lagos no hay olas. Quiero decir, olas del tipo de hacer surf y cortarte las uñas de los pies en ellas mientras mantienes el equilibro. O sea, nenas, OLONES. Aquello sonaba a olones surferos de la costa Oeste americana.

-¡Dios míos! –chilló la segunda voz.
-¡Joder! –chilló la primera voz-. ¿Qué fue?
-¡Vámonos!

Y yo tiesa como un poto de salón, con mi ZEN y móvil pegados al cuerpo para que no brillaran o emitieran ruiditos, cuando los dos ecoterroristas comenzaban a dar voces y a chillar, y yo no veía ni un carajo con pelos.

El oleaje se incrementó formando remolinos, o remolinos fueron las imágenes que me vinieron a la cabeza con aquello que estaba oyendo, y después... lo más inexplicable. ¡Manguerazos, nena! Sí, suena poco cool, pero era igualito a usar una manguera de regar el jardín, para fustigar a latigazo limpio a lo que tengas al lado, en este caso, a esos dos ecoterroristas, y a la grava o a la tierra con piedras, de la orilla del lago.

En ese momento, me importó menos que un CD de Ambar (antes conocida como Tamara) del top manta, lo que pudieran hacerme aquellos dos que chillaban con auténtico pánico, mientras les atizaban con mangueras de jardín, y pensé en mí (¡y cuando no!), y en sacar mi culito de aquel berenjenal en el que me había metido de la forma más tonta (¡y cuando no!).

Me di la vuelta súper dispuesta a subir la endiablada pendiente abrupta y matojil, cuando oí los alaridos de horror y dolor, de la segunda voz.

-¡¡¡No me dejes aquí!!! ¡¡¡Ayúdame!!!

No me lo decía a mi, desde luego (a menos que fuera telépata para detectar mi aura o mi miedo), se lo decía al otro con el que estaba hablando, pero el pánico que contenía aquella voz era tal, que no pude eludirla o hacerme la loca (que me lo sé hacer cuando me sale del chirli y estoy de Oscar). No podía ponerme el ZEN a tope y hacer como si no hubiera oído nada. No, nenas.

-¡¡¡HIJO DE PUTA!!! ¡¡¡SOCORRO...!!! –chilló hasta desgañitarse la segunda voz.

Me di la vuelta y corrí hacia los berridos de mujer, sabiendo que no era yo al que habían llamado hijo de puta, claro. Aquella voz de mujer era la peluda del Greenpeace, Cristina, como había sabido desde el principio, pero no lo dije, nenas, porque quería mantener el SUSPENS; y su acompañante que había oído, era el guarreras del melenas: Genaro.

-¡¡¡SOCORRO!!! -chilló otra vez, pero en un nuevo todo, un todo de “socorromundis”, de ese que sólo sueltas cuando sabes que no tienes escapatoria, y sólo quieres que te ayuden a salvar el pellejo, sea como sea.

Salté matojos y aparté otros tantos, guardando a buen recaudo en el interior de los bolsillos de mi cazadora de súper puta el ZEN y el móvil, porque vale que me diera momento Vigilantes de la Playa, pero coño, ¡que me había costado mi dinerito los cacharritos!, y no los iba a perder ni romper porque una peluda del Greenpeace se pusiera a chillar como si le hicieran un Fist con un ariete del Señor de los Anillos.

Salí al descampado donde minutos antes habían estado los dos ecoterroristas, y como si fuera un dibujo animado, las piernas se me tensaron para pararme en seco, aunque la inercia me hizo derrapar en plan cool y sin caerme, claro.

-¡¡¡HOLY MANOLIS!!! –chillé súper fuerte, porque era FUERTE lo que estaba viendo, neeenaaasss.
-¡¡¡AYÚDAME!!! ¡¡¡AYÚDAME!!! –berreó con los ojos desencajados, chillándolo súper rápido y sin aire en los pulmones.

Pese a que me asusté muchísimo, porque su rostro parecía sacado de una careta de halloween, y de las caras, o sea, una careta de esas que no parecen caretas porque son súper reales y súper asquerosas para dar un súper susto... fui a su lado y antes de cogerle la mano, vi que tenía puestos unos guantes de plástico.

-¡Qué has tocado con esas manos, cochina!
-¡AYÚUUUUDAMEEEEEE!!! –se desgañitó como si le retorcieran el pescuezo.

El grito me impresionó tanto, como cuando vi La Cosa. No La Cosa de Carpenter, sino “La Cosa” de Felipe-Lipe. Que es tan COSA que no se puede comer de un bocado. Chupar y lamer, hasta que te den calambres faciales, pero comer, ¡ni loca, neeenaaa!

Cristina se aferraba al fuste de un árbol, como una gata a un canalón por el que está a punto de caer y perder una de sus siete vidas, y berreaba y chillaba como una auténtica lunática, pero si quería ayudarla, lo haría con muchísimo cuidado, porque sabía que había estado manipulando con sus manos enguantadas algo muy tóxico y... a ver si por ayudarla, se me iban a pudrir las manos o a salirme alguna guarrería y luego ¿cómo me iba a hacer una paja? ¿EH? Es que hay que pensar en todo, neeenaaas...

Humanitaria, sí. Tarada mental, no.

La dejé con sus chillidos histéricos, calvando las uñas al tronco de aquel árbol, y yo intenté agarrarla a la altura del codo, porque no quería que me tocara con aquellos guantes plásticos. Además, tenía una mascarilla de algodón que le colgaba del cuello, y muchos arañazos en la cara. Entonces las tripas le hicieron ruido... y vi los anillos gruesos, rugosos y costrosos, que se formaban en su cintura.

Era como si una lombriz enorme la hubiera enrollado desde más abajo del culo hasta el estómago. Pero sólo la había enrollado a ella, no al árbol; la agarré con toda la fuerza que pude del codo y la axila de su chaqueta, y tiré tierra adentro...

El árbol donde Cristina se había aferrado como un koala, era el más próximo a la orilla del lago... del que emergía un larguísimo tentáculo. ¡El mismo que la había apresado!

-¡¡¡NEEENAAA!!! –chillé súper histérica-. ¡¡¡PERO QUÉ ES ESTOOOO...!!!

2 comentarios:

Peibols dijo...

Ay mi Gigi que se pierde todo esto!

Pues yo no la salvaría, tú. Encima de que tira al hippie moderno, que fijo que lleva pantaloón de telita marca-cola. A mi esos peludos me ponen de un bruto.. más que ShureLick Holmes

Frank Palacios dijo...

Onli, nena, es que mis aventuras, o las cuento así, o me encierran como a la peluquera por LOCA!

Pero créeme, 99% de realidad, más un 1% de glamour, para darle chicha a la cosa.

Peibols, tú eres de las mías: el Hombre y el Oso... pero no te confundas, estos dos eran los greñas, a los que denominé del Greenpeace, no la parejita de pijos, que el pijo sí que estaba weno, nena.

Y sobre Gigi, mejor que no esté en este capítulo, porque en el Capítulo 16, ¡¡¡la cosa se pone más negra, neeenaaa!!!