En el capítulo anterior...
Gigi y yo, cual Sherlock Holmes y Watson, pero en versión gay, con menos medios y sin un violín a mano que tocar, conseguimos ir encajando una a una, las piezas de este rompecabezas llamado Diario Secreto de Agapita González. Como es una información súper jeby, te jodes y no te la cuento en este resumen del capítulo anterior, PUTA, porque el tiempo corría en nuestra contra, y mí reloj se había quedado sin pilas hace unos cuantos capítulos...
-¡Sólo estaba consultando una cosa en el glogles! –dijo Gigi para disculparse de estar toqueteando el ordenador de Bruno.
-¿Estáis bien? –preguntó Sayuri.
-Sí, nena, pero creemos que ya hemos desencriptado El Código Agapita.
-¿Son estos dos? -preguntó el hombre de traje, que había entrado con Bruno y Sayuri.
-¿Quién es éste? –pregunté a Bruno.
-Es el jefe de… ese chico rubio que estaba con vosotros en las catacumbas.
-¡Anda! –digo Gigi.
-Pues debe pagarle una mierda, porque el pobre chico estaba ¡en bolas! –dije yo.
-¿Vosotros le habéis salvado? –nos preguntó como si no terminara de creérselo.
-Muy a mí pesar, porque no hacía más que interrumpir la narración –y miré a Bruno-. Bruno, Gigi y yo, si no tenemos que responder a preguntas tontas o a que nos cuelguen alguna medalla por haber salvado… a las que salimos con vida de allí, sin contar lo de las satanistas que terminaron todas muertas…
-Eso ya se lo conté yo, Dolly –dijo Gigi.
-Uys, pues muchas gracias, nena; es bueno saber que entre capítulo y capítulo, tu mejor amiga dejas algunos cabos atados con los personajes secundarios –y volvía mirar a Bruno-. Bruno, no tienes porqué creerme, pero Gigi y yo hemos de irnos a detener algo terrible que seguramente va a pasar. No sé si será en este capítulo, o en el siguiente. Todo sea que Gigi y yo, no nos pongamos a hablar como cotorras a lo Star Trek.
Mientras yo les soltaba este rollo, el hombre de traje nos miraba a Gigi y a mí, como si formáramos parte de una película polaca sin subtítulos. Sayuri se sonreía y Bruno parecía querer entender lo que le estaba contando a toda velocidad.
-Hemos de hacer algo súper importante. Gigi y yo, ¿vale? Sólas.
-¿Estaréis localizados en el móvil que me llamaste? -preguntó Sayuri y Gigi se sacó del bolsillo el móvil de las Bossini.
-¡Anda, el móvil de las Bossini! Pues no, sé que no debería decir esto, pero una Diva no puede llegar al final de la película en plan Meng-Diva; así que me pasaré por casa a darme una ducha, a ponerme algo que sea cool a la par que épico, para un épico final de la Tercera Temporada de Desperate Housegays, y cogeré mi móvil. En cuanto lo tenga, te llamo. ¿Oka? –y me dirigí a la puerta de salida.
-¿Podría hablar con vosotros? –preguntó el hombre del traje, que seguía sin presentarse.
-¡Pues ahora… como que nos pilla fatal, nena! –dije al salir.
-Salvar el mundo y todo eso da mucho estrés, tía –le dijo Gigi que me seguía muy de cerca.
Y abandonamos la comisaría de la calle Luna, como dos Power Rangers maltratadas por un niño esquizoide, pero súper dignísimas… entre otras cosas porque habíamos salido vivas tras nuestro enfrentamiento con el monstruo del infierno, y enfilamos el camino hacia casa, a PATA.
-¡¡¡¿Vamos a ir andando?!!! –me chilló Gigi cuando se lo dije.
-Mira, nena, el último taxi que cogí estaba conducido por un fan de la COPE. Prefiero ir andando y que me de el aire, que bastante culo de bicho he estado oliendo durante no se cuantos capítulos, nena.
No tardamos mucho en llegar a casa, porque la verdad, yo vivo como a 15 minutos de la comisaría; claro, que si llego a vivir en Vallecas, ¡porsupuestísimo que me cogía un taxi! Estuviera conducido por un oyente de la COPE, o por el puto peluche del suavizante, ¡o por Freddy Kruger en persona!
En el piso de Jessica y Manolo no había nadie. No es porque lo supiera telepáticamente, es que me harté de llamar al timbre y a la puerta con los nudillos, así que ante la desesperación, y sabiendo dónde localizar a Jessica (en el hospital), nos dimos una rapidísima ducha las dos (por separado, que conste, que yo a la Gigi la quiero un puñao, pero no para meterla en la ducha conmigo), cogí mi móvil, monísimo, y le dejé algo de ropa a Gigi, para que también afrontara en plan súper cool, el final de la Tercera Temporada de Desperate Housegays.
Al salir, volví a llamar a la puerta de Jessica y Manolo, y tampoco estaban en casa.
-Nena, no tenemos más remedio que ir al hospital.
-¡Pero si nos encontramos bien, tía!
-Ya lo sé, Gigi, ¡pero allí es donde trabaja Jessica!
-Ah, vale… como siempre voy de paquete.
-Gigi, lo de ir de paquete se dice cuando se va en moto.
-Ya está la Elisenda Roca –y se puso en jarras-. ¿Y cómo se dice cuando una marica sigue a otra marica a un sitio donde se puden jugar la vida?
-¿Ir al Strong? ¡No vamos a ir al Strong, nena, vamos al hospital!
-Dolly, tía, me está entrando dolor de cabeza.
-Oka, nena, cierra el pico y sígueme.
Salimos a la calle y en cuanto pude, hice el primer gesto que aprendí cuando era pequeña. Gesto que aprendí incluso antes de hablar, y es el de levantar la mano para pedir un taxi. Claro que con mi presupuesto, no estaba yo para despilfarrar el dinero en taxis, así que, en la parada de bus de Gran Vía al lado del H&M, levanté la manita para detener un autobús de la línea 1, que me dejaría en Isaac Peral, justo al lado del hospital donde trabaja Jessica.
Le piqué a Gigi con mi metrobús, porque si espero a que encontrara el suyo en esa cartera que lleva, a lo bolsita de David el gnomo, nos darían cinco capítulos más y no había tiempo que perder; después corrimos al fondo del autobús a buscar sitio, que no había, pero mira, la carrerita nos sentó bien, porque así nos vieron todas desfilar por el bus con garbo y valentía.
Ya en el hospital, donde no se puede fumar, nos sentimos un poco perdidas, porque aquello tenía como 5 plantas llenas de gente, entre personal y gente que era carne de hospital, o sea, gente con algo para que la ingresaran, y visitas, y un ciego que vendía cupones, y la kioskera, y un viejo con cara de aburridísimo que estaba justo en el cartel de INFORMACIÓN; fui directa a él.
-Hola, buenos días. Busco a una amiga que se llama Jessica y que trabaja aquí como enfermera.
-…
-¿Usted es de información, verdad?
-Sí, pero no puedo darle ese tipo de información.
-¡Pues vaya mierda de información! –dijo Gigi.
-A ver, señor, que supongo que no habrá muchas enfermeras que se llamen Jessica, en este hospital, ¿no?
-No puedo darle esa información –dijo él, erre que erre-. ¿Le dijo en qué planta trabajaba?
-No es florista, es enfermera –puntualizó Gigi.
-Gigi, será mejor que me dejes a mí; a ver, señor, es urgente que localice a mi amiga Jessica. Es un caso de vida o muerte.
-El ochenta por ciento de la gente que entra por esa puerta –dijo señalando con su boli hacia la entrada-. Son de vida o muerte.
-Mire, ¿sabe lo que le digo? Que ya la busco yo solita. Aunque me meta dentro de los cuartos de los rayos X y me saquen fotos. ¡Gracias por nada! –le dije y tiré de Gigi para que me siguiera por el pasillo que tomamos.
-¡Mira, Dolly! Ese enfermero se parece al Hayden Christensen…. ¡Ya quisiera yo ser senadora galáctica para que me hiciera dos hijos! –y me miró preocupada-. Pero tranquila, que yo sobreviviría a la cesárea.
-Más te vale, nena… y déjate de enfermeros, que mientras hayan neurocirujanos que cobran más, ¡que se quiten los del MIR!
Seguimos andando y yo pensé en aquello que me había dicho Jessica, de que salía su compañera de trabajo a fumarse un cigarrillo. ¿Y si trabajaba en urgencias? Vimos un grupo de gente esperando, y me acerqué a un hombre de unos 40 años que esperaba en la cola.
-Perdone, ¿esto es urgencias?
-No, esta cola es para el urólogo.
Gigi y yo nos abrazamos y gritamos aterrorizadas. Cuando se nos pasó el susto, continuamos avanzando por el pasillo, donde había gente y más gente, y más enfermeros, y dos gitanas que se estaban quitando los 5 kilos de metales que llevaban encima, porque las iban a hacer unas radiografías, y al final, vimos que hacia la derecha había un pasillo con sala de espera, con mucha gente nerviosa, y supuse que aquello era la sala de espera de urgencias, porque tenían caras de estar muy nerviosos y preocupados.
-Por aquí, Gigi –y me siguió hasta otro puesto de información, donde había una enfermera de unos sesenta años detrás de un cristal, y otra puerta doble y de plástico, y otra puerta más, abierta de par en par que era por donde entraban las ambulancias-. Disculpe, señora.
-Señorita –me corrigió la mujer.
-Disculpe, señorita… estamos buscando a una amiga nuestra que trabaja aquí, es enfermera y se llama Jessica.
-¿Jessica?
-¡La conoce! –dijo Gigi.
-Sí, Jessica –dije yo.
-Ahora mismo está en box, y no pueden pasar -dijo la señorita de sesenta años.
-Ah, vaya, ¿y tardará mucho?
-Está con un ingreso.
-¿La han ingresado? –preguntó Gigi.
-Está ocupándose de un paciente. Accidente de tráfico.
-Qué susto nos había dado, señorita –dije yo, y mis ojos se fueron directos a una rubia monísima, una ATS, que salía de box con una cajetilla de tabaco en la mano-. Gigi, mira, debe ser ella.
-¿Jessica? ¡Esa no es Jessica, tía!
-Jessica no, tonta, su compañera de trabajo, la giri que fumaba como un carretero. La que Jessica creía que le estaba poniendo los cuernos con Manolo.
-Dolly, creo que me he perdido.
-Si te hubieras leído el Capítulo 13 de esta temporada, seguro que hasta te acordarías de su nombre: ¡AMANDA! –dije en voz alta, y la rubia se volvió hacia nosotras; y yo le sonreí a Gigi-. ¿Ves? –y me volví hacia Amanda-. ¡Hola, nena! ¿Eres Amanda, verdad? La compañera de trabajo de Jessica…
-Sí -dijo la chica medio perdida.
-Es que mira, somos los vecinos de Jessica, y tenemos algo súper urgente que decirle.
Amanda nos miró de forma extraña, y se encendió un cigarrillo en la plataforma metálica que conectaba con la entrada de ambulancias.
-Está dentro, en box –dijo en tono seco.
-Bueno, pues gracias por la ayuda… esperaremos a que salga. Gracias…
Dije súper cabreada y me crucé de brazos. Gigi hizo lo mismo, por empatía, o porque no sabía donde meter las manos, y así esperamos siete eternos minutos, donde la hijadelagranputa de Amanda, se fumó su cigarrillo con una pachorra “quepaqué”, hasta que llegó a toda velocidad una ambulancia con las luces en plan vídeo clip de Madonna. Gigi y yo nos apartamos, mientras salían de ella dos enfermeros y sacaban una camilla con alguien con mascarilla de oxígeno puesto; Amanda, por su parte, apagó el cigarrillo de inmediato y ayudó a entrar al paciente, mientras los del SAMU-ERTO le contaban no se qué, de lo que le pasaba al que llevaban en camilla: que se había caído en plena calle o así.
Al meter la camilla en urgencias, las puertas que son como de plástico duro, se abrieron de par en par, y yo agudicé la vista para ver si veía dentro a Jessica, y la vi, nenas. Casualidades de la vida, o porque este capítulo se estaba acabando, ella caminaba hacia nosotras, y a Gigi y a mí nos dio mucha alegría y levantamos la manita para saludarla y así nos viera… ¡y nos vio!
-¿Dolly, qué haces aquí?
-Nena, que se acaba el capítulo y tengo que decirte algo ¡muy importante!
-Díselo, Dolly, que se acaba el capítulo, tía.
-Gigi, que ya lo sé, no me metas prisa, coño.
-¿Qué sucede? –preguntó Jessica súper nerviosa.
-Nena, no es lo que tú crees. Manolo te quiere, ¿vale? Y no te está poniendo los cuernos con nadie.
-Pero…
-No, nena, atiende y escucha. ¡Está siendo poseído!
-¿Poseído?
-Sí, tía, como cuando es época de rebajas, y te entran ganas de comprar muchas cosas y no sabes por qué te entran esas ganas de comprar muchas cosas… -dijo Gigi.
-Sí que lo sabes, nena, te entran ganas de comprar muchas cosas, porque ¡TODO está rebajado! –dije yo-. Pero ese no es el tema que nos toca ahora, Gigi; Jess, nena, tu chico, Manolo, está siendo poseído por un demonio.
-¿Qué? –dijo ella mega flipada.
-Sí, nena… se ve que cuando Manolo vivía en Murcia, tenía una novia…
-¿Qué? –volvió a preguntarme con cara de muchísimo jiñe.
-Y ambos hicieron un pacto de sangre, pero su novia, Agapita, que se vino a Madrid, fue captada por una secta y murió, y ahora quiere llevárselo con ella. ¡Al infierno!
Jessica me atravesó con la mirada y me arreó tal bofetada, que casi me saca del hospital por la entrada de ambulancias.
-¿Quién te ha hablado de Agapita? –me ordenó responder, súper cabreada-. ¿De qué vas, Dolly? –sus ojos estaban llenos de lágrimas.
-Jess, nena, ¿qué coño te pasa? Intento alertarte de un peligro peligrosísimo, ¿y me arreas una bofetada? ¡La mala de la función es Agapita González, nena!
-Agapita, era mi hermana, Dolly. ¡Quién te ha hablado de ella! –y miró a Gigi fuera de su sano juicio-. ¿De qué vais vosotros dos? ¿Quién os ha estado hablando de Agapita? ¿De qué va toda esta mierda?
-¡Jessica! –grité yo, cuando me cogió del cuello de mi cazadora de finales épicos de temporada-. ¿Cómo que Agapita es tu hermana?
-¿De qué coño vais los dos? ¿Eh?
-¡Pero si Agapita es la mala, tía! –gritó Gigi.
-¡Quién te ha hablado de Agapita, respóndeme!
-¡¡¡Pero si casi nos mata su puto fantasma, Jessica!!! ¿Cómo es eso de que es tu hermana?
-Si esto es una broma –dijo muy rabiosa y llorando-, no tiene la más mínima gracia, Dolly.
-¡Jess, nena… es Agapita quien intenta separarte de Manolo! ¡Es su fantasma!
Y al decirle esto, Jessica se volvió medio loca, y comenzó a llorar a gritos y a darnos tortas a las dos, a Gigi y a mí.
-¡Dejad de hablar de ella! ¡DEJAD DE MENCIONAR SU NOMBRE!
Aquella situación se había vuelto una auténtica locura, y todo el mundo nos miraba como si fuéramos asesinos de enfermeras o ve te tú a saber, y nos miraban súper raro, hasta que apareció por detrás de Jessica, saliendo del box como en una aparición, Amanda, con los ojos rojos como rubíes, y a lo Sr Spok, le tocó en alguna parte de la clavícula a Jessica, y la otra cayó a plomo al suelo… pero sin llegar a tocarlo, porque Amanda la levantó en brazos.
Gigi y yo estábamos tan mega horrorizadas (además de hostiadas vivas), que no pudimos reaccionar al instante, cuando Amanda, con Jessica en brazos dijo “gracias”, con una voz satánica pandemonium miserere, y bajó la rampa metálica, lanzando el cuerpo de Jessica al interior de la ambulancia y cerró las puertas traseras.
-¡GIGI, QUE SE ESCAPA! –grité yo, mientras que todo el mundo nos miraba presa del shock, decía cosas a voz en grito y no supo reaccionar.
Amanda, ahora poseída por el espíritu demoníaco de Agapita, abrió la puerta del conductor y se subió en la ambulancia arrancando el motor; cogí a Gigi de la muñeca, y tiré de ella, y una mujer detrás de mí gritó. ¡Había cogido por error a una señora gorda que me miraba con cara de susto! Y claro, lanzó un berrido de susto.
-¡Gigi! ¡Sígueme! –y esta vez sí, cogí a Gigi de la mano y saltamos la pasarela hacia la entrada de ambulancias.
Los neumáticos traseros aceleraron levantando una nube negra de goma quemada, pero me dio tiempo de cogerme a la manecilla trasera de la puerta y tirar hacia fuera para abrirla; con la otra mano cogía Gigi, ¡¡¡y la ambulancia tiró de mí!!!
-¡Salta, neeenaaaa! –le chillé a Gigi, sintiendo cómo la ambulancia salía disparada ¡con mi brazo!, mientras que con el otro, no sé cómo, pude coger a Gigi y arrojarla al interior de la ambulancia.
El tirón fue tan fuerte, que no pude soportar el dolor (entre otras cosas, porque soy alérgica al dolor, nenas), y me solté y me vi corriendo como una borracha con tacones tras la ambulancia que conducía Amanda, poseída ahora por el espíritu demoníaco de Agapita gonzález.
-¡Doooollyyyyyyyyyyyyyyyyyyy! –chilló Gigi mientras se alejaba en el interior de la ambulancia-. ¡¡¡No me dejes con la demonia, tía!!!
Gigi y yo, cual Sherlock Holmes y Watson, pero en versión gay, con menos medios y sin un violín a mano que tocar, conseguimos ir encajando una a una, las piezas de este rompecabezas llamado Diario Secreto de Agapita González. Como es una información súper jeby, te jodes y no te la cuento en este resumen del capítulo anterior, PUTA, porque el tiempo corría en nuestra contra, y mí reloj se había quedado sin pilas hace unos cuantos capítulos...
-¡Sólo estaba consultando una cosa en el glogles! –dijo Gigi para disculparse de estar toqueteando el ordenador de Bruno.
-¿Estáis bien? –preguntó Sayuri.
-Sí, nena, pero creemos que ya hemos desencriptado El Código Agapita.
-¿Son estos dos? -preguntó el hombre de traje, que había entrado con Bruno y Sayuri.
-¿Quién es éste? –pregunté a Bruno.
-Es el jefe de… ese chico rubio que estaba con vosotros en las catacumbas.
-¡Anda! –digo Gigi.
-Pues debe pagarle una mierda, porque el pobre chico estaba ¡en bolas! –dije yo.
-¿Vosotros le habéis salvado? –nos preguntó como si no terminara de creérselo.
-Muy a mí pesar, porque no hacía más que interrumpir la narración –y miré a Bruno-. Bruno, Gigi y yo, si no tenemos que responder a preguntas tontas o a que nos cuelguen alguna medalla por haber salvado… a las que salimos con vida de allí, sin contar lo de las satanistas que terminaron todas muertas…
-Eso ya se lo conté yo, Dolly –dijo Gigi.
-Uys, pues muchas gracias, nena; es bueno saber que entre capítulo y capítulo, tu mejor amiga dejas algunos cabos atados con los personajes secundarios –y volvía mirar a Bruno-. Bruno, no tienes porqué creerme, pero Gigi y yo hemos de irnos a detener algo terrible que seguramente va a pasar. No sé si será en este capítulo, o en el siguiente. Todo sea que Gigi y yo, no nos pongamos a hablar como cotorras a lo Star Trek.
Mientras yo les soltaba este rollo, el hombre de traje nos miraba a Gigi y a mí, como si formáramos parte de una película polaca sin subtítulos. Sayuri se sonreía y Bruno parecía querer entender lo que le estaba contando a toda velocidad.
-Hemos de hacer algo súper importante. Gigi y yo, ¿vale? Sólas.
-¿Estaréis localizados en el móvil que me llamaste? -preguntó Sayuri y Gigi se sacó del bolsillo el móvil de las Bossini.
-¡Anda, el móvil de las Bossini! Pues no, sé que no debería decir esto, pero una Diva no puede llegar al final de la película en plan Meng-Diva; así que me pasaré por casa a darme una ducha, a ponerme algo que sea cool a la par que épico, para un épico final de la Tercera Temporada de Desperate Housegays, y cogeré mi móvil. En cuanto lo tenga, te llamo. ¿Oka? –y me dirigí a la puerta de salida.
-¿Podría hablar con vosotros? –preguntó el hombre del traje, que seguía sin presentarse.
-¡Pues ahora… como que nos pilla fatal, nena! –dije al salir.
-Salvar el mundo y todo eso da mucho estrés, tía –le dijo Gigi que me seguía muy de cerca.
Y abandonamos la comisaría de la calle Luna, como dos Power Rangers maltratadas por un niño esquizoide, pero súper dignísimas… entre otras cosas porque habíamos salido vivas tras nuestro enfrentamiento con el monstruo del infierno, y enfilamos el camino hacia casa, a PATA.
-¡¡¡¿Vamos a ir andando?!!! –me chilló Gigi cuando se lo dije.
-Mira, nena, el último taxi que cogí estaba conducido por un fan de la COPE. Prefiero ir andando y que me de el aire, que bastante culo de bicho he estado oliendo durante no se cuantos capítulos, nena.
No tardamos mucho en llegar a casa, porque la verdad, yo vivo como a 15 minutos de la comisaría; claro, que si llego a vivir en Vallecas, ¡porsupuestísimo que me cogía un taxi! Estuviera conducido por un oyente de la COPE, o por el puto peluche del suavizante, ¡o por Freddy Kruger en persona!
En el piso de Jessica y Manolo no había nadie. No es porque lo supiera telepáticamente, es que me harté de llamar al timbre y a la puerta con los nudillos, así que ante la desesperación, y sabiendo dónde localizar a Jessica (en el hospital), nos dimos una rapidísima ducha las dos (por separado, que conste, que yo a la Gigi la quiero un puñao, pero no para meterla en la ducha conmigo), cogí mi móvil, monísimo, y le dejé algo de ropa a Gigi, para que también afrontara en plan súper cool, el final de la Tercera Temporada de Desperate Housegays.
Al salir, volví a llamar a la puerta de Jessica y Manolo, y tampoco estaban en casa.
-Nena, no tenemos más remedio que ir al hospital.
-¡Pero si nos encontramos bien, tía!
-Ya lo sé, Gigi, ¡pero allí es donde trabaja Jessica!
-Ah, vale… como siempre voy de paquete.
-Gigi, lo de ir de paquete se dice cuando se va en moto.
-Ya está la Elisenda Roca –y se puso en jarras-. ¿Y cómo se dice cuando una marica sigue a otra marica a un sitio donde se puden jugar la vida?
-¿Ir al Strong? ¡No vamos a ir al Strong, nena, vamos al hospital!
-Dolly, tía, me está entrando dolor de cabeza.
-Oka, nena, cierra el pico y sígueme.
Salimos a la calle y en cuanto pude, hice el primer gesto que aprendí cuando era pequeña. Gesto que aprendí incluso antes de hablar, y es el de levantar la mano para pedir un taxi. Claro que con mi presupuesto, no estaba yo para despilfarrar el dinero en taxis, así que, en la parada de bus de Gran Vía al lado del H&M, levanté la manita para detener un autobús de la línea 1, que me dejaría en Isaac Peral, justo al lado del hospital donde trabaja Jessica.
Le piqué a Gigi con mi metrobús, porque si espero a que encontrara el suyo en esa cartera que lleva, a lo bolsita de David el gnomo, nos darían cinco capítulos más y no había tiempo que perder; después corrimos al fondo del autobús a buscar sitio, que no había, pero mira, la carrerita nos sentó bien, porque así nos vieron todas desfilar por el bus con garbo y valentía.
Ya en el hospital, donde no se puede fumar, nos sentimos un poco perdidas, porque aquello tenía como 5 plantas llenas de gente, entre personal y gente que era carne de hospital, o sea, gente con algo para que la ingresaran, y visitas, y un ciego que vendía cupones, y la kioskera, y un viejo con cara de aburridísimo que estaba justo en el cartel de INFORMACIÓN; fui directa a él.
-Hola, buenos días. Busco a una amiga que se llama Jessica y que trabaja aquí como enfermera.
-…
-¿Usted es de información, verdad?
-Sí, pero no puedo darle ese tipo de información.
-¡Pues vaya mierda de información! –dijo Gigi.
-A ver, señor, que supongo que no habrá muchas enfermeras que se llamen Jessica, en este hospital, ¿no?
-No puedo darle esa información –dijo él, erre que erre-. ¿Le dijo en qué planta trabajaba?
-No es florista, es enfermera –puntualizó Gigi.
-Gigi, será mejor que me dejes a mí; a ver, señor, es urgente que localice a mi amiga Jessica. Es un caso de vida o muerte.
-El ochenta por ciento de la gente que entra por esa puerta –dijo señalando con su boli hacia la entrada-. Son de vida o muerte.
-Mire, ¿sabe lo que le digo? Que ya la busco yo solita. Aunque me meta dentro de los cuartos de los rayos X y me saquen fotos. ¡Gracias por nada! –le dije y tiré de Gigi para que me siguiera por el pasillo que tomamos.
-¡Mira, Dolly! Ese enfermero se parece al Hayden Christensen…. ¡Ya quisiera yo ser senadora galáctica para que me hiciera dos hijos! –y me miró preocupada-. Pero tranquila, que yo sobreviviría a la cesárea.
-Más te vale, nena… y déjate de enfermeros, que mientras hayan neurocirujanos que cobran más, ¡que se quiten los del MIR!
Seguimos andando y yo pensé en aquello que me había dicho Jessica, de que salía su compañera de trabajo a fumarse un cigarrillo. ¿Y si trabajaba en urgencias? Vimos un grupo de gente esperando, y me acerqué a un hombre de unos 40 años que esperaba en la cola.
-Perdone, ¿esto es urgencias?
-No, esta cola es para el urólogo.
Gigi y yo nos abrazamos y gritamos aterrorizadas. Cuando se nos pasó el susto, continuamos avanzando por el pasillo, donde había gente y más gente, y más enfermeros, y dos gitanas que se estaban quitando los 5 kilos de metales que llevaban encima, porque las iban a hacer unas radiografías, y al final, vimos que hacia la derecha había un pasillo con sala de espera, con mucha gente nerviosa, y supuse que aquello era la sala de espera de urgencias, porque tenían caras de estar muy nerviosos y preocupados.
-Por aquí, Gigi –y me siguió hasta otro puesto de información, donde había una enfermera de unos sesenta años detrás de un cristal, y otra puerta doble y de plástico, y otra puerta más, abierta de par en par que era por donde entraban las ambulancias-. Disculpe, señora.
-Señorita –me corrigió la mujer.
-Disculpe, señorita… estamos buscando a una amiga nuestra que trabaja aquí, es enfermera y se llama Jessica.
-¿Jessica?
-¡La conoce! –dijo Gigi.
-Sí, Jessica –dije yo.
-Ahora mismo está en box, y no pueden pasar -dijo la señorita de sesenta años.
-Ah, vaya, ¿y tardará mucho?
-Está con un ingreso.
-¿La han ingresado? –preguntó Gigi.
-Está ocupándose de un paciente. Accidente de tráfico.
-Qué susto nos había dado, señorita –dije yo, y mis ojos se fueron directos a una rubia monísima, una ATS, que salía de box con una cajetilla de tabaco en la mano-. Gigi, mira, debe ser ella.
-¿Jessica? ¡Esa no es Jessica, tía!
-Jessica no, tonta, su compañera de trabajo, la giri que fumaba como un carretero. La que Jessica creía que le estaba poniendo los cuernos con Manolo.
-Dolly, creo que me he perdido.
-Si te hubieras leído el Capítulo 13 de esta temporada, seguro que hasta te acordarías de su nombre: ¡AMANDA! –dije en voz alta, y la rubia se volvió hacia nosotras; y yo le sonreí a Gigi-. ¿Ves? –y me volví hacia Amanda-. ¡Hola, nena! ¿Eres Amanda, verdad? La compañera de trabajo de Jessica…
-Sí -dijo la chica medio perdida.
-Es que mira, somos los vecinos de Jessica, y tenemos algo súper urgente que decirle.
Amanda nos miró de forma extraña, y se encendió un cigarrillo en la plataforma metálica que conectaba con la entrada de ambulancias.
-Está dentro, en box –dijo en tono seco.
-Bueno, pues gracias por la ayuda… esperaremos a que salga. Gracias…
Dije súper cabreada y me crucé de brazos. Gigi hizo lo mismo, por empatía, o porque no sabía donde meter las manos, y así esperamos siete eternos minutos, donde la hijadelagranputa de Amanda, se fumó su cigarrillo con una pachorra “quepaqué”, hasta que llegó a toda velocidad una ambulancia con las luces en plan vídeo clip de Madonna. Gigi y yo nos apartamos, mientras salían de ella dos enfermeros y sacaban una camilla con alguien con mascarilla de oxígeno puesto; Amanda, por su parte, apagó el cigarrillo de inmediato y ayudó a entrar al paciente, mientras los del SAMU-ERTO le contaban no se qué, de lo que le pasaba al que llevaban en camilla: que se había caído en plena calle o así.
Al meter la camilla en urgencias, las puertas que son como de plástico duro, se abrieron de par en par, y yo agudicé la vista para ver si veía dentro a Jessica, y la vi, nenas. Casualidades de la vida, o porque este capítulo se estaba acabando, ella caminaba hacia nosotras, y a Gigi y a mí nos dio mucha alegría y levantamos la manita para saludarla y así nos viera… ¡y nos vio!
-¿Dolly, qué haces aquí?
-Nena, que se acaba el capítulo y tengo que decirte algo ¡muy importante!
-Díselo, Dolly, que se acaba el capítulo, tía.
-Gigi, que ya lo sé, no me metas prisa, coño.
-¿Qué sucede? –preguntó Jessica súper nerviosa.
-Nena, no es lo que tú crees. Manolo te quiere, ¿vale? Y no te está poniendo los cuernos con nadie.
-Pero…
-No, nena, atiende y escucha. ¡Está siendo poseído!
-¿Poseído?
-Sí, tía, como cuando es época de rebajas, y te entran ganas de comprar muchas cosas y no sabes por qué te entran esas ganas de comprar muchas cosas… -dijo Gigi.
-Sí que lo sabes, nena, te entran ganas de comprar muchas cosas, porque ¡TODO está rebajado! –dije yo-. Pero ese no es el tema que nos toca ahora, Gigi; Jess, nena, tu chico, Manolo, está siendo poseído por un demonio.
-¿Qué? –dijo ella mega flipada.
-Sí, nena… se ve que cuando Manolo vivía en Murcia, tenía una novia…
-¿Qué? –volvió a preguntarme con cara de muchísimo jiñe.
-Y ambos hicieron un pacto de sangre, pero su novia, Agapita, que se vino a Madrid, fue captada por una secta y murió, y ahora quiere llevárselo con ella. ¡Al infierno!
Jessica me atravesó con la mirada y me arreó tal bofetada, que casi me saca del hospital por la entrada de ambulancias.
-¿Quién te ha hablado de Agapita? –me ordenó responder, súper cabreada-. ¿De qué vas, Dolly? –sus ojos estaban llenos de lágrimas.
-Jess, nena, ¿qué coño te pasa? Intento alertarte de un peligro peligrosísimo, ¿y me arreas una bofetada? ¡La mala de la función es Agapita González, nena!
-Agapita, era mi hermana, Dolly. ¡Quién te ha hablado de ella! –y miró a Gigi fuera de su sano juicio-. ¿De qué vais vosotros dos? ¿Quién os ha estado hablando de Agapita? ¿De qué va toda esta mierda?
-¡Jessica! –grité yo, cuando me cogió del cuello de mi cazadora de finales épicos de temporada-. ¿Cómo que Agapita es tu hermana?
-¿De qué coño vais los dos? ¿Eh?
-¡Pero si Agapita es la mala, tía! –gritó Gigi.
-¡Quién te ha hablado de Agapita, respóndeme!
-¡¡¡Pero si casi nos mata su puto fantasma, Jessica!!! ¿Cómo es eso de que es tu hermana?
-Si esto es una broma –dijo muy rabiosa y llorando-, no tiene la más mínima gracia, Dolly.
-¡Jess, nena… es Agapita quien intenta separarte de Manolo! ¡Es su fantasma!
Y al decirle esto, Jessica se volvió medio loca, y comenzó a llorar a gritos y a darnos tortas a las dos, a Gigi y a mí.
-¡Dejad de hablar de ella! ¡DEJAD DE MENCIONAR SU NOMBRE!
Aquella situación se había vuelto una auténtica locura, y todo el mundo nos miraba como si fuéramos asesinos de enfermeras o ve te tú a saber, y nos miraban súper raro, hasta que apareció por detrás de Jessica, saliendo del box como en una aparición, Amanda, con los ojos rojos como rubíes, y a lo Sr Spok, le tocó en alguna parte de la clavícula a Jessica, y la otra cayó a plomo al suelo… pero sin llegar a tocarlo, porque Amanda la levantó en brazos.
Gigi y yo estábamos tan mega horrorizadas (además de hostiadas vivas), que no pudimos reaccionar al instante, cuando Amanda, con Jessica en brazos dijo “gracias”, con una voz satánica pandemonium miserere, y bajó la rampa metálica, lanzando el cuerpo de Jessica al interior de la ambulancia y cerró las puertas traseras.
-¡GIGI, QUE SE ESCAPA! –grité yo, mientras que todo el mundo nos miraba presa del shock, decía cosas a voz en grito y no supo reaccionar.
Amanda, ahora poseída por el espíritu demoníaco de Agapita, abrió la puerta del conductor y se subió en la ambulancia arrancando el motor; cogí a Gigi de la muñeca, y tiré de ella, y una mujer detrás de mí gritó. ¡Había cogido por error a una señora gorda que me miraba con cara de susto! Y claro, lanzó un berrido de susto.
-¡Gigi! ¡Sígueme! –y esta vez sí, cogí a Gigi de la mano y saltamos la pasarela hacia la entrada de ambulancias.
Los neumáticos traseros aceleraron levantando una nube negra de goma quemada, pero me dio tiempo de cogerme a la manecilla trasera de la puerta y tirar hacia fuera para abrirla; con la otra mano cogía Gigi, ¡¡¡y la ambulancia tiró de mí!!!
-¡Salta, neeenaaaa! –le chillé a Gigi, sintiendo cómo la ambulancia salía disparada ¡con mi brazo!, mientras que con el otro, no sé cómo, pude coger a Gigi y arrojarla al interior de la ambulancia.
El tirón fue tan fuerte, que no pude soportar el dolor (entre otras cosas, porque soy alérgica al dolor, nenas), y me solté y me vi corriendo como una borracha con tacones tras la ambulancia que conducía Amanda, poseída ahora por el espíritu demoníaco de Agapita gonzález.
-¡Doooollyyyyyyyyyyyyyyyyyyy! –chilló Gigi mientras se alejaba en el interior de la ambulancia-. ¡¡¡No me dejes con la demonia, tía!!!
2 comentarios:
ay, mi padre tammbién, por algún extraño misterio de la naturaleza también dice "el gogles", que mako él.
No sé, tengo la pequeña sensación de que Agapita también ronda estos parajes (mi choza), la muy hijaputa, lo digo porque mi perro no hace otra cosa que ladrar a la nada. ¿algún exorcismo que se pueda hacer?
kisses.
PD: por dior ya estamos llegando al final de la temporada.
Pauli-nena, si tu perro, sin razón aparente, se pone a ladrar a la nada, lo que debes hacer es ¡¡¡coger las llaves de casa y salir corriendo inmediatamente, neeenaaa!!!
¿Es que no has visto Poltergeist o qué?
Y sí, nena, estamos llegando al final de la Tercera Temporada de Desperate Housegays.
¡K JEBY!!!
Así que si esta noche salgo pronto del paso (estoy de costalera en el paso de Santa Barbra Streisand), junto con otras Divas, como debe ser, subiré el Capítulo 31.
Así que TENED A MANO los refrescos y las palomitas, PUTAS!, porque el Capítulo 31 es LO MÁS!
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