viernes, mayo 12, 2006

~29~ 2ª Temporada

En el capítulo anterior...

Presencié el decapitamiento de la vieja meona, a manos del fantasma que nos acosó a todas al llegar al Valle Takami. No hará falta decir, que el susto que me llevé fue morrocotudo, y más aún al suponer, que todo había vuelto a empezar otra vez. El monstruo seguía en el lago, el cura vampiro volador, supuse que también estaba en la iglesia sumergida, y ahora este sanguinario fantasma, ¡se dirigía a las cabañas, neeenaaas!

Corrí unos cuantos minutos, pero sin mirar a tras. Anda que una es marika, pero no masoka, nenas, porque si vuelvo la cabeza y me veo a aquel fantasma con el machete aún ensangrentado corriendo tras de mí, ríete tú de Flash y unos cuantos superhéroes más.

Como ya se había hecho de noche, el alumbrado mortecino del complejo turístico se había encendido, y no se oía ni un mísero trino de pájaro nocturno, que diera idea de que allí había gente viva, ¡porque no se veía ni a Dior!; mi primera idea fue que seguramente estarían todos en el lobby, cenando o jugando al mus, pero no. El lobby estaba cerrado y con las luces apagadas.

-¡Mierda! ¡Pues estoy buena teniendo ideas, oye!

Sobre mi cabeza pendía la luna (que a mí me parecía que seguía siendo luna llena), en un cielo despejado de nubes y estrellas. Es lo que pasa cuando hay luna llena, que no ves una estrella ni aunque te den un puñetazo; entonces vi luces y movimientos en las ventanas de un edificio que estaba como a doscientos metros de lobby, y que no lo había visto hasta ahora… más que nada, porque en el poco tiempo que llevaba en el complejo turístico del Valle Takami, estuve más preocupada en mantenerme con vida, que en hacer turismo, nenas. Así que corrí hacia allí.

Quizá estaban celebrando una reunión o algo de eso. ¡Qué se yo! Pero imaginé que dentro de aquel edificio de dos plantas había más vida que en todo el complejo turístico, y corrí y corrí, ya sin aliento en los pulmones, y con un dolor en la ingle (de correr, claro, no porque me fuera a salir una apendicitis, nenas), y al llegar a la puerta, no llamé directamente, sino que aporreé con los dos puños hasta que alguien abrió desde dentro, y me paré antes de darle en la cara.

-¿Qué ocurre? –dijo Olivia, saliendo al exterior y cerrando casi del todo la puerta tras su espalda.
-¡De todo, nena! ¡Estamos en peligro!

Olivia me miró como si me hubiera comido todos los hongos conocidos (y los desconocidos también), y después miró a ver si alguien me acompañaba en mi viaje iniciático.

-¿Qué peligro? ¿De qué hablas?
-¡El fantasma, neeenaaa!
-¿Qué fantasma? ¿El de “Fernando Morales”? –dijo con cierto tonillo de mala uva.
-¿De Fernando quién? ¡Es verdad! Se llamaba así, es verdad. Claro que como han pasado tantos capítulos lo había olvidado… por los capítulos que han pasado, y por todo el mal rollo que he tenido que vivir en tan pocas horas, por eso me he olvidado. ¡NEEENAAA… que viene hacia aquí! –chillé.
-No es el momento de seguir con esto…
-¿Perdón? –dije y me crucé de brazos-. ¿Cómo que no es el momento? ¡Cómo se nota que no te has leído el capítulo anterior.
-¿Qué capítulo?
-Déjalo, nena y atiende. El fantasma le ha cortado la cabeza a la vieja meona, que se llamaba Clara, y viene hacia aquí. Quiere secuestrar otra vez a la gente y llevársela abajo.
-¡Olivia! –gritó alguien, pero lejos, desde el interior del edificio-. ¡OLIVIA! –repitió casi al lado de la puerta y se abrió. Era Jacinta, la madre de Olivia, y de mi difunta y mejor amiga: Gigi.
-Madre, regrese a la habitación.
-¡No! –chillé yo-. ¡Hemos de irnos de aquí! ¡El Fernando Morales viene a por todos nosotros! Y nos matará y nos tirará al monstruo del lago.

¡¡¡PLAFFF!!!

He de decir, que la bofetada que me arreó Olivia jamás me la pude imaginar, y por eso terminé con la barbilla sobre mi hombro derecho, debido a la inercia, claro.

-¡Vale, ya! –dijo Olivia.
-¿El fantasma? ¿Ha vuelto? –preguntó Jacinta temerosa.
-No le haga caso, madre. Está chalado y no sabe lo que dice.
-No, nena, puede que no utilice la expresión adecuada al expresarme, pero chalada, ¿chalada? Ni de coña, nena. Viene hacia aquí, y como no nos larguemos pitando, nos vamos todos para la puta iglesia, en la que ya estuve una vez, por cierto, ¡y PASO de volver a meterme ahí!
-Voy a llamar a seguridad.
-JA! No será verdad… -dije súper desafiante.

¡¡¡Y la tía puta se sacó un walkie del cinturón de su uniforme y lo encendió!!!

-¿Seguridad? Preséntense en el edificio del personal –y lo volvió a apagar.
-¡QUÉ JEBY, NEEENAAA!
-Tienes dos minutos antes de que lleguen –y se cruzó de brazos.
-Nena, eres lo peor. Tu hermano murió por salvar a toda esa gente, incluyéndome a mí, pero ha pasado algo, y no sé el qué, que ha hecho que todo vuelva a empezar. Volverán a raptar a toda esa gente y la van a llevar a la iglesia. Y he visto delante de mis narices cómo le cortaban la cabeza a la vieja meona, nena.

Jacinta apartó con cuidado a Olivia y me cogió de la mano.

-¡Madre! –Dijo Olivia sorprendida por su reacción.
-Llévame contigo –dijo Jacinta.
-¡Pero a dónde, señora! ¡Que ni yo misma sé dónde estaremos a salvo! ¡BRUNO! –y miré a Olivia-. ¿Dónde está Bruno? ¡Es igual, le encontraré! ¡Soy muy buena olfateando!

Y me fui de allí, sin darme cuenta que arrastraba en mi marcha a Jacinta, así que reduje la velocidad.

-¡Madre! –gritó Olivia, pero ninguna de las dos respondimos. Primero porque yo no era su madre, y segundo porque Jacinta, que sí era su madre, no quería hablarle.
-Tú le conociste bien… -comenzó a decir Jacinta-. ¿Cómo era?
-Bueno, tampoco es que fuéramos íntimos. Nos atacó en la cabaña y después le vi hace unos minutos en el lago, discutiendo con Clara, la meona, antes de que le cortara la cabeza –y sentí un tirón que me hizo parar y volverme hacia ella.
-¡Me refiero a Gabriel!
-¿Gigi? Jacinta, nena, que no es momento para eso ahora. Tenemos que salvar nuestros culos primero, y después, me la llevo al Mamá Inés de Hortaleza, nos pedimos unos cafés y le cuento todo lo que quiera sobre Gigi, pero ahora no.
-Es que lo necesito.
-Pero si el fantasma de Fernando Morales nos mata, no servirá de nada, Jacinta. Si Gigi murió, fue por salvarme de aquel cura loco volador, y de paso, rompió la maldición que tenía a toda esa gente como atonlondrada, dentro de la iglesia sumergida.
-Era mi hijo… -dijo con una lagrimilla-. Lo he vuelto a perder por segunda vez… y esta vez es para siempre.

Y nenas, ¡qué os voy a decir! Me dio una pena, que ni os lo imagináis, así que la cogí de las manos y la miré a los ojos.

-Gigi era, lo que define exactamente el diccionario como amigo. Siempre lo entregaba todo, sin esperar nada a cambio. Tenía un gran corazón, y un gusto horrible para comprarse esas camisas, que no se pondría ni un ciego de la ONCE. Pero yo le quería mucho, y fue conocerle, y adoptarle como si fuera mi hermanito pequeño.
-¿Te habó alguna vez de… su familia?
-Pues mire, no… porque se crió en un orfanato, y a la que pudo, se escapó y se puso a trabajar… y cuando hablábamos, no mencionaba el tema, porque sabía que eso le hacía diferente a los demás, ¿me entiende? –y ella asintió, así que yo volví a cogerla de una mano y emprendí la marcha, con ella a mi lado-. Gigi era un gran chico. Quizá un poco inocente, pero ahí estaba yo para enderezarle, aunque he de decir que fracasé en mi intento de vestirle de forma decente, pero bueno, yo es que no tengo experiencia como babysitter, claro…

Ella se sonrió y vi que habíamos llegado a las cabañas. Miré hacia la dirección del lago, y por allí no se veía nadie… pero sabía que de un momento a otro, el fantasma de Fernando Morales y su hacha, aparecerían a por nosotras.

-¿Ha ido a las ferias?
-¿Cómo? –me preguntó algo desconcertada.
-Vamos a hacer como en las ferias –y me agaché y cogí unas cuantas piedras del suelo. Unas me las quedé yo, y otras se las di a Jacinta-. Como no hay tiempo de ir cabaña por cabaña, vamos a ensayar nuestra puntería con las ventanas de las cabañas.
-¿Quieres tirarle piedras a las ventanas?
-¿Es que nunca lo ha hecho?
-Pues no…
-Vale, yo tampoco, pero hemos de llamar la atención de todos.
-¿Estás seguro?
-¡JO! ¡Claro que no! Pero sí estoy muy segura de lo que he visto, y de las intenciones que tiene ese fantasma… ¿Cree en mí?
-Si mi Gabriel creía en ti, yo también te creeré.
-¡Así me gusta! ¡Vamos a poner en práctica el tiro a la ventana, nena!

Y las dos nos pusimos a ello. Ella con menos energía y gracia que un guardia de tráfico, yo con menos puntería que un manco en un columpio; las primeras pedradas dieron en las paredes de las cabañas, y otras se quedaron a mitad de camino, pero OYE, que la segunda vez que nos agachamos a por más piedras y más grandes, la cosa fue mejorando y los cristales de las ventanas comenzaron a saltar por los aires como en las pelis de Bruce Willis (en cualquiera de ellas, porque en todas hay un cristal que se va a tomar por saco), y con la práctica fuimos acelerando el paso por el sendero principal, con cabañas a ambos lados, recogiendo piedras y lanzándolas con una mala uva, que ni en las pruebas del Qué Apostamos.

La reacción fue de inmediato. Se encendieron luces, luego surgieron voces, y después salieron al camino principal, vestidos a la carrera y súper alarmados, mis compañeros de excursión y otros que desconocía, y que imaginé que era la gente que había surgido del lago, y que la policía había estado interrogando esa misma tarde; de los pocos que reconocí, fue al niñopiñata con su madre, y a las hermanas calambre.

-¡Hay que salir de las cabañas! –chillé a pleno pulmón-. ¡ESTAMOS EN PELIGRO!

Mira que le puse seriedad a la cosa, pero lo que conseguí por parte de todos, fueron miradas de curiosidad o de lástima, como si de repente me hubiera vuelto loca perdida.

-¡DOLLY, QUÉ HACES! –chilló la voz de mi Bruno, que no identifiqué su procedencia.
-¡Está loca, siempre lo ha estado! –chilló entre la multitud la Rata Gustavo, que aunque no la vi, sí que reconocí su voz.
-¡Sal que te vea, ladilla! –le chillé, cuando Bruno me cogió del brazo.
-Dolly, detente. ¿Qué demonios estás haciendo tirando piedras?
-Bruno, nene, estamos en DANGER. El fantasma ha vuelto, y pretende llevarnos a todos al lago. Bueno, al lago no, a la iglesia sumergida, quiero decir.

Y fue entonces cuando comenzaron los gritos. Sonaron al fondo de la multitud, que había abandonado el interior de las cabañas y se arracimaban ahora en el camino central.

-¿Ves? ¡Ya han visto al fantasma! –dije súper convencida, cuando la masa de gente se puso histérica a correr hacia nosotros, mientras que los árboles más próximos a lago se meneaban como si alguien los electrocutara, y el techo de una de las cabañas voló en pedazos en miles de astillas de madera, conglomerado y plástico.

-¡QUÉ JEBYYYYY! –chillé, y me abrazé a Bruno súper asustada.

Dos inmensos tentáculos, de la cosa del lago, arrancaron de cuajo unos árboles y derribaron dos cabañas más, como si fueran de corcho, atrapando a un grupo de personas que elevó en el aire en un visto y no visto; Bruno me abrazó fuerte y cogió también a Jacinta, y echamos a correr huyendo de semejante monstruo, en medio del griterío, el caos y cosas volando por todas partes. Era como en La Guerra de los Mundos, pero mejorada, porque no estaba el niñato de Cruise, sino mi Bruno, para salvarme el culo de la situación aquella tan terrible.

-¡¡¡Hasta que el último no pague, nadie descansará!!! –gritó el fantasma de Fernando Morales.

Volví la cabeza hacia nuestra espalda, y allí estaba, con su mirada de lunático, refulgiendo como sólo los fantasmas saben refulgir, con una sonrisa aviesa que mostraba su dentadura y mandíbula huesuda, y con el hacha en su mano derecha, aún goteando sangre de la vieja meona.

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