En el capítulo anterior...
Tras mi paranoia en el IKEA, dada por un susto del copón con pedo de la Gigi, y vuelta a la realidad, Olivia, la mandamasa del súper chiringuito de cabañas de Takami Corporation, nos había tranquilizado a todos, con aquella historia sobre el pueblo vecino que no veía con muy buenos ojos un complejo turístico como aquel y por ello, se dedicaba a asustar a to kiski con el fantasma de Fernando Morales, y su hacha.
Es curioso como el ser humano, marika o no, tiene una facilidad espantosa para adaptarse a lo que sea. Sacan la ley del tabaco, y todo el mundo se pone a chillar como si fuera el fin del mundo, para que después, cuando ya está en funcionamiento, ver que no pasa nada, por fumar menos; o cuando se te jode el pc, y tú te pones histérica corriendo en círculos, hasta que el informático te dice “está jodido un cable” y ya te quedas más tranquila, pero sigues tendiendo el puto pc muerto, y no puedes fumar en esa cafetería que tanto te gustaba.
En el Valle Takami estaba ocurriendo algo similar. Nada más poner un pié en él, nos habían metido un susto de narices, pero de los de dejarte en el sitio, y de los que piensas antes de morir: “¡¡¡Moriré sin ver la última película de George Clooney, aunque salga feo!!!”, y luego Olivia nos dijo a todos “es un farsante y aquí no hay fantasmas”, y la reacción general fue de silencio e irnos a comer todos una fabulosa barbacoa en un día llenísimo de niebla, de los que te alejabas cinco metros, y había que llamar a Paco Lobatón para que te encontraran.
Gigi y yo estábamos con nuestros platos de plástico, llenos de carne y más carne a la BBQ, y con unas rodajas de pan de campo de quitar el hipo. Ya te imaginas, de esas súper rebanadas preñadas de miga, con las que sueñas en transformarte en mantequilla para escurrirte por la superficie.
-Tía –dijo Gigi con la boca llena-. ¡Qué bien hemos hecho en quedarnos!
-Sí, nena, pero recuerda que no nos hemos quedado para morir atragantadas con una costilla, ¿eh? Come con moderación, que esto no es El Paso, en la happy hour, ¿vale?
-Jo, es que está todo…
-Chorreando, nena. Esto tiene más grasa que una clínica de liposucciones. A ver si cuando volvamos a Madrid, las marikas de Chueca al vernos nos gritan: “Por allí resopla”.
-¿Resopla quién?
-Moby Dick, Gigi, Moby Dick –y siguió mirándome como si fuera vestida de Milly Vanilli-. Nena, Moby Dick, la ballena.
-¡Anda! –dijo súper ofendida-. Eso lo serás tú; y la Moby esa no era una ballena, era un “chacalote”, lista.
-Un ca-cha-lo-te, Gigi.
-¡Lo que sea! Pero no voy a engordar, porque todas las mañanas me levantaré tempranito, y me pondré a correr por el campo, y estaré súper estupendísima, y cuando regrese a Madrid, estaré tan oxigenada y tan guay, que en cuanto entre a un bareto, se quedarán todas eclipsadas ante mi visión.
-Sí, te verán con las mejillas arreboladas y dirán: “mira, ahí llega una paleta de provincias a ver un bar gay de verdad”.
-Eres lo pior, tía.
-Pero Gigi, ¿Cuándo has hecho tú footing?
-¿Qué?
-Que cuando has corrido… ¿cuando has hecho deporte tú?
Gigi se quedó pensativa, hasta que chascó los dedos y me dijo con cara de inspiración total.
-Aquel día que me fui a Lavapiés a comprar un perchero, y me salieron dos macarras que querían atracarme.
-Eso no es hacer deporte, eso es salvar el pellejo, ¡neeenaaaa!
-¿A que está todo exquisito? –dijo una voz madura de mujer, interrumpiendo nuestra conversación.
Nos volvimos hacia las dos ancianas, que vestían casi idénticas, y fisonómicamente hablando eran casi idénticas y tenían el mismo tipo de moño alto.
-¡Hola! –nos dijo una de ellas alargando la mano, y claro, yo que iba de educada, me limpié con la servilleta y le fui a dar la mano, cuando me recorrió una descarga que ríete tú de lamer con la lengua una batería de un coche.
-¡Ay! –chillé.
Y en ese momento la otra le dio la mano a Gigi, a la que también parece que le soltó un calambrazo, porque Gigi dijo ¡Ay!, y luego las dos ancianas, sin perder la sonrisa, nos volvieron a dar las manos (a las que no habíamos saludado, claro), y otra vez corrientazo al canto, que nos hizo chillar ¡AY! Y hasta dar un brinco, como ese saltito mega gay que hace Supermán antes de salir volando marcando paquete.
Yo miré a Gigi, que estaba súper flipada, porque con el corrientazo su fantástico plato de carne a la BBQ había volado por los aires, cuando aquellas dos psicópatas de la tercera edad, se nos acercaron más, pero sin perder la sonrisa.
-¡Qué tal! –dijo la otra que no había hablado.
-Pues un pelín voltaicas, señoras -y me sacudí la mano para desentumecer los dedos.
Las dos ancianas se miraron y sonrieron.
-Es de herencia familiar –dijo una de ellas.
-A nuestro padre le cayó un rayo -dijo la otra.
-Y aunque sobrevivió –dijo la una.
-Lo de atraer electricidad –dijo la otra.
-Es como una herencia familiar –terminó de decir la una y se puso a reír, como la otra.
-¿Pues vaya putada no? –preguntó la Gigi, con menos tacto que una marika borracha del Lether a las tres y media de la mañana de un sábado; así que tuve que rescatarle.
-Hola, somos Gigi y Dolly –esperé una reacción por su parte, pero creo que las dos ancianas tenían tantas ganas de rajar con quien fuera, a parte de darle calambrazos, que no les importó nuestros nombres.
-Somos Rosa –por la otra-, y Pepa Cabrera, de la familia Cabrera.
-¿La familia Cabrera? –preguntó Gigi-. ¿De qué me suena ese nombre?
En ese instante las dos ancianas su pusieron de lado, como si fueran a ponerse a bailar o algo así, y comenzaron a cantar moviendo las manos en plan Juanita Reina.
-Las mejores carnes de reses, los mejores asados y estofados, no comas en un sitio cualquiera y ¡ven a comer en Casa Cabrera! –y terminaron en una pose y con una amplia sonrisa de brillantes dentaduras postizas, pero de las caras.
-Te-ca-gas… -dije bajito a Gigi-. ¡Y yo sin el ZEN pa grabar el spot!
-¡Holy Manolis, tía!–dijo Gigi más impactada que yo.
-¿A que nos reconocéis ahora? –nos preguntó Pepa, que de las dos, era la más parlanchina, y la que siempre comenzaba las frases, que su hermana Rosa terminaba.
-Pues… -y sonreí como una estúpida-. ¡Quién no va a conocer a Las Hermanas Cabrera! –y miré a Gigi, al tiempo que le transmitía telepáticamente que ella también las conocía. La Gigi, lo captó en el acto.
-¡Por Fagor! ¿Quién no las va a conocer, señoras? Con esas descargas que…
-Ya, Gigi –y Gigi cerró el pico.
Pepa se inclinó sobre nosotras, tras comprobar que nadie la observaba. Su hermana Rosa la imitó en el gesto, pero con más cara de susto.
-Quería deciros… que tanto mi hermana, como yo, no creemos que se trate de "alguien disfrazado".-dijo siniestra alargando la última palabra.
Entonces, tanto Gigi como yo, pegamos un alarido del carajo parriba, cuando una nueva sacudida eléctrica nos azotó a ambas hasta los pelos del chichi. A Gigi le chisporrotearon los dientes y las pestañas se le quedaron más tiesas que los pelos del coño de una china.
-¡PEEEpaaaa! –le chillé al tirar de mi mano que me había cogido.
-Uis… perdón, hijo –dijo ella y retiró la mano.
Gigi y yo, convertidas en dos miembros del club de fans de los Jackson Five, y con los pelos estilo afro centrifugado por un Twister, pusimos un metro de distancia entre las hermanas Cabrera y nosotras.
-¿No han pensando en ponerse unas tiras de plástico en los zapatos, para tener una toma de tierra, señoras? –preguntó Gigi, en uno de esos momentos de locuacidad que sólo ella tiene.
-Sí, no es mala idea –dije yo-. Pero rebobine –y chasqué los dedos para recordar el nombre de la señora, que no sé qué coño tiene que ver que chasque los dedos con mis procesos mentales, pero nena, como que funciona-. Pepa… ¿qué ha dicho sobre el falso fantasma?
-Que no creemos que sea… falso –dijo Pepa.
-Creemos que es un fantasma de verdad –dijo Rosa.
-¿Un fantasma de verdad? –preguntamos Gigi y yo, alisándonos los pelos afro que se nos habían puesto.
-Atravesó la pared de nuestra cabaña –dijo Pepa.
-Pero si el hacha hizo –y Gigi repitió aquella tontería de la mano, estilo “cinco lobitos”.
-Gigi, dice que el hacha parecía de verdad, no un hacha fantasma –y le dije bajito a Gigi-. ¿Quieres parar ya de hacer esa tontería con la mano, nena? –y me hizo caso.
-Mi hermana Rosa, me llamó cuando yo estaba en el servicio, diciendo que una pared estaba brillando.
-Eso es, brillaba como el ámbar.
-¿Cómo esas piedras con bichos muertos dentro? –preguntó Gigi.
-Ese es otro tipo de ámbar, Gigi –y las azucé, sin tocarlas, para que continuaran con el relato-. Brillaba la pared, ¿y luego qué?
-Yo salí del baño –dijo Pepa.
-Y la pared seguía brillando, era un brillo latente, y entonces salió una mano.
-¿De la pared? –chillamos Gigi y yo. Pero esta vez chillamos por miedo, no por que nos hubieran tocado las “Hermanas Calambre”, como las conoceríamos desde entonces.
-Y después de la mano, salió un hombre, sin nariz –continuó diciendo Rosa con cara de yuyu-. Y se nos quedó mirando a las dos, de arriba abajo.
-Cuando yo llegué al saloncito, aquel hombre TRANSPARENTE y sin nariz, me miró también de arriba abajo, y recuerdo perfectamente que cerré la puerta de la cabaña antes de ir al servicio, y la pared por la que había aparecido, no tenía ventanas o puertas.
-¡Qué Jeby! –se me ocurrió decir-. ¿Y les dijo algo?
-¿Cómo salió luego? ¿Por la pared, o abriendo la puerta? -preguntó Gigi.
-¿¿¿Les dijo algo??? –pregunté súper cagada de miedo.
Las Hermanas Calambre se miraron. Era ese tipo de miradas del estilo “¿se lo decimos?”. Una mirada de jiñe entre ellas, y de meter jiñe general a nosotras.
-¡POR DIOR! ¡Os ha dicho algo el desnarigado! –y ellas me asintieron con gravedad-. ¡Qué! ¡Qué!
-Tras mirarme de arriba a bajo… -comenzó Pepa.
-Nos apuntó de forma grosera con un dedo… -siguió Rosa.
-Y dijo –y aquí se le sumó a Pepa la voz de Rosa, y dijeron las dos -. “Una noche sin luna”.
Y Gigi y yo esperamos a que terminaran de recitar ese tipo de maldición gitana, pero las Hermanas Calambre no dijeron nada más, porque el mensaje que habían oído era simplemente ese: “una noche sin luna”.
-¡QUÉ JEBY! –dije súper flipada de miedo.
-A nosotras nos dijo: “hasta que el último no pague, nadie descansará”.
-Eso suena a profecía –dijo Rosa, que por primera vez, fue la que habló antes.
-“Hasta que el último no pague, nadie descansará… una noche sin luna” –dijo Pepa en plan súper lista, uniendo nuestras frases. La suya y la nuestra.
-Suena raro… -dije y miré a Gigi, e intenté ser coherente ¡y sin beber!-. Veamos: a ustedes os dijo una cosa, a nosotras otra, pero ninguna de las dos tiene sentido a… no… ser… -y mis ojos se desviaron hacia al resto de nuestros compañeros, que comían y bebían como si nada pasara, en aquella fantástica barbacoa en la niebla-. A no ser… que a cada uno de nosotros el fantasma de –y chasqué los dedos otra vez-. ¡Fernando Moráles! Dijera a cada uno de nosotros parte de ese mensaje… o maldición.
Las Hermanas Calambre entonces, se preocuparon por la situación, aunque Gigi y yo ya estábamos requetepreocupadas desde hacía horas, desde “el tren de la bruja”, pero molaba saber que no éramos las únicas acojonadas por la situación, porque cuando el mal rollo se comparte, como que es menos mal rollo, ¿no?
-A vosotros os intentó atacar con un hacha –recordó Rosa.
-Sí, sí –dije yo intentando ordenar el Tetris mental que tenía-. Pero a ver: -y se me fueron las manos a la cadera, en plan violetera gay-. En este sitio hay gente que ha estado trabajando, y no les ha pasado nada, así que QUIERO creer, que el fantasma ese es inofensivo, porque la del buffet –y chasqué los dedos-. Esa que lleva camisas de tu estilo, Gigi: la Jacinta; Jacinta le ha visto y no le ha pasado nada, a parte de asustarse hasta el tuétano.
-Sí, tía, ¡es verdad! –dijo Gigi-. ¿Entonces qué vamos a hacer, Dolly?
-Por lo pronto, acabar este capítulo que me está quedando más largo que los créditos finales de Matrix… ¡ya veremos que hacemos en el siguiente capítulo, neeenaaa!
-Sí, tía, porque este capítulo, tiene cuatro páginas del “guord”.
-¡Qué jeby, neeenaaa! ¿Las cuentas?
Tras mi paranoia en el IKEA, dada por un susto del copón con pedo de la Gigi, y vuelta a la realidad, Olivia, la mandamasa del súper chiringuito de cabañas de Takami Corporation, nos había tranquilizado a todos, con aquella historia sobre el pueblo vecino que no veía con muy buenos ojos un complejo turístico como aquel y por ello, se dedicaba a asustar a to kiski con el fantasma de Fernando Morales, y su hacha.
Es curioso como el ser humano, marika o no, tiene una facilidad espantosa para adaptarse a lo que sea. Sacan la ley del tabaco, y todo el mundo se pone a chillar como si fuera el fin del mundo, para que después, cuando ya está en funcionamiento, ver que no pasa nada, por fumar menos; o cuando se te jode el pc, y tú te pones histérica corriendo en círculos, hasta que el informático te dice “está jodido un cable” y ya te quedas más tranquila, pero sigues tendiendo el puto pc muerto, y no puedes fumar en esa cafetería que tanto te gustaba.
En el Valle Takami estaba ocurriendo algo similar. Nada más poner un pié en él, nos habían metido un susto de narices, pero de los de dejarte en el sitio, y de los que piensas antes de morir: “¡¡¡Moriré sin ver la última película de George Clooney, aunque salga feo!!!”, y luego Olivia nos dijo a todos “es un farsante y aquí no hay fantasmas”, y la reacción general fue de silencio e irnos a comer todos una fabulosa barbacoa en un día llenísimo de niebla, de los que te alejabas cinco metros, y había que llamar a Paco Lobatón para que te encontraran.
Gigi y yo estábamos con nuestros platos de plástico, llenos de carne y más carne a la BBQ, y con unas rodajas de pan de campo de quitar el hipo. Ya te imaginas, de esas súper rebanadas preñadas de miga, con las que sueñas en transformarte en mantequilla para escurrirte por la superficie.
-Tía –dijo Gigi con la boca llena-. ¡Qué bien hemos hecho en quedarnos!
-Sí, nena, pero recuerda que no nos hemos quedado para morir atragantadas con una costilla, ¿eh? Come con moderación, que esto no es El Paso, en la happy hour, ¿vale?
-Jo, es que está todo…
-Chorreando, nena. Esto tiene más grasa que una clínica de liposucciones. A ver si cuando volvamos a Madrid, las marikas de Chueca al vernos nos gritan: “Por allí resopla”.
-¿Resopla quién?
-Moby Dick, Gigi, Moby Dick –y siguió mirándome como si fuera vestida de Milly Vanilli-. Nena, Moby Dick, la ballena.
-¡Anda! –dijo súper ofendida-. Eso lo serás tú; y la Moby esa no era una ballena, era un “chacalote”, lista.
-Un ca-cha-lo-te, Gigi.
-¡Lo que sea! Pero no voy a engordar, porque todas las mañanas me levantaré tempranito, y me pondré a correr por el campo, y estaré súper estupendísima, y cuando regrese a Madrid, estaré tan oxigenada y tan guay, que en cuanto entre a un bareto, se quedarán todas eclipsadas ante mi visión.
-Sí, te verán con las mejillas arreboladas y dirán: “mira, ahí llega una paleta de provincias a ver un bar gay de verdad”.
-Eres lo pior, tía.
-Pero Gigi, ¿Cuándo has hecho tú footing?
-¿Qué?
-Que cuando has corrido… ¿cuando has hecho deporte tú?
Gigi se quedó pensativa, hasta que chascó los dedos y me dijo con cara de inspiración total.
-Aquel día que me fui a Lavapiés a comprar un perchero, y me salieron dos macarras que querían atracarme.
-Eso no es hacer deporte, eso es salvar el pellejo, ¡neeenaaaa!
-¿A que está todo exquisito? –dijo una voz madura de mujer, interrumpiendo nuestra conversación.
Nos volvimos hacia las dos ancianas, que vestían casi idénticas, y fisonómicamente hablando eran casi idénticas y tenían el mismo tipo de moño alto.
-¡Hola! –nos dijo una de ellas alargando la mano, y claro, yo que iba de educada, me limpié con la servilleta y le fui a dar la mano, cuando me recorrió una descarga que ríete tú de lamer con la lengua una batería de un coche.
-¡Ay! –chillé.
Y en ese momento la otra le dio la mano a Gigi, a la que también parece que le soltó un calambrazo, porque Gigi dijo ¡Ay!, y luego las dos ancianas, sin perder la sonrisa, nos volvieron a dar las manos (a las que no habíamos saludado, claro), y otra vez corrientazo al canto, que nos hizo chillar ¡AY! Y hasta dar un brinco, como ese saltito mega gay que hace Supermán antes de salir volando marcando paquete.
Yo miré a Gigi, que estaba súper flipada, porque con el corrientazo su fantástico plato de carne a la BBQ había volado por los aires, cuando aquellas dos psicópatas de la tercera edad, se nos acercaron más, pero sin perder la sonrisa.
-¡Qué tal! –dijo la otra que no había hablado.
-Pues un pelín voltaicas, señoras -y me sacudí la mano para desentumecer los dedos.
Las dos ancianas se miraron y sonrieron.
-Es de herencia familiar –dijo una de ellas.
-A nuestro padre le cayó un rayo -dijo la otra.
-Y aunque sobrevivió –dijo la una.
-Lo de atraer electricidad –dijo la otra.
-Es como una herencia familiar –terminó de decir la una y se puso a reír, como la otra.
-¿Pues vaya putada no? –preguntó la Gigi, con menos tacto que una marika borracha del Lether a las tres y media de la mañana de un sábado; así que tuve que rescatarle.
-Hola, somos Gigi y Dolly –esperé una reacción por su parte, pero creo que las dos ancianas tenían tantas ganas de rajar con quien fuera, a parte de darle calambrazos, que no les importó nuestros nombres.
-Somos Rosa –por la otra-, y Pepa Cabrera, de la familia Cabrera.
-¿La familia Cabrera? –preguntó Gigi-. ¿De qué me suena ese nombre?
En ese instante las dos ancianas su pusieron de lado, como si fueran a ponerse a bailar o algo así, y comenzaron a cantar moviendo las manos en plan Juanita Reina.
-Las mejores carnes de reses, los mejores asados y estofados, no comas en un sitio cualquiera y ¡ven a comer en Casa Cabrera! –y terminaron en una pose y con una amplia sonrisa de brillantes dentaduras postizas, pero de las caras.
-Te-ca-gas… -dije bajito a Gigi-. ¡Y yo sin el ZEN pa grabar el spot!
-¡Holy Manolis, tía!–dijo Gigi más impactada que yo.
-¿A que nos reconocéis ahora? –nos preguntó Pepa, que de las dos, era la más parlanchina, y la que siempre comenzaba las frases, que su hermana Rosa terminaba.
-Pues… -y sonreí como una estúpida-. ¡Quién no va a conocer a Las Hermanas Cabrera! –y miré a Gigi, al tiempo que le transmitía telepáticamente que ella también las conocía. La Gigi, lo captó en el acto.
-¡Por Fagor! ¿Quién no las va a conocer, señoras? Con esas descargas que…
-Ya, Gigi –y Gigi cerró el pico.
Pepa se inclinó sobre nosotras, tras comprobar que nadie la observaba. Su hermana Rosa la imitó en el gesto, pero con más cara de susto.
-Quería deciros… que tanto mi hermana, como yo, no creemos que se trate de "alguien disfrazado".-dijo siniestra alargando la última palabra.
Entonces, tanto Gigi como yo, pegamos un alarido del carajo parriba, cuando una nueva sacudida eléctrica nos azotó a ambas hasta los pelos del chichi. A Gigi le chisporrotearon los dientes y las pestañas se le quedaron más tiesas que los pelos del coño de una china.
-¡PEEEpaaaa! –le chillé al tirar de mi mano que me había cogido.
-Uis… perdón, hijo –dijo ella y retiró la mano.
Gigi y yo, convertidas en dos miembros del club de fans de los Jackson Five, y con los pelos estilo afro centrifugado por un Twister, pusimos un metro de distancia entre las hermanas Cabrera y nosotras.
-¿No han pensando en ponerse unas tiras de plástico en los zapatos, para tener una toma de tierra, señoras? –preguntó Gigi, en uno de esos momentos de locuacidad que sólo ella tiene.
-Sí, no es mala idea –dije yo-. Pero rebobine –y chasqué los dedos para recordar el nombre de la señora, que no sé qué coño tiene que ver que chasque los dedos con mis procesos mentales, pero nena, como que funciona-. Pepa… ¿qué ha dicho sobre el falso fantasma?
-Que no creemos que sea… falso –dijo Pepa.
-Creemos que es un fantasma de verdad –dijo Rosa.
-¿Un fantasma de verdad? –preguntamos Gigi y yo, alisándonos los pelos afro que se nos habían puesto.
-Atravesó la pared de nuestra cabaña –dijo Pepa.
-Pero si el hacha hizo –y Gigi repitió aquella tontería de la mano, estilo “cinco lobitos”.
-Gigi, dice que el hacha parecía de verdad, no un hacha fantasma –y le dije bajito a Gigi-. ¿Quieres parar ya de hacer esa tontería con la mano, nena? –y me hizo caso.
-Mi hermana Rosa, me llamó cuando yo estaba en el servicio, diciendo que una pared estaba brillando.
-Eso es, brillaba como el ámbar.
-¿Cómo esas piedras con bichos muertos dentro? –preguntó Gigi.
-Ese es otro tipo de ámbar, Gigi –y las azucé, sin tocarlas, para que continuaran con el relato-. Brillaba la pared, ¿y luego qué?
-Yo salí del baño –dijo Pepa.
-Y la pared seguía brillando, era un brillo latente, y entonces salió una mano.
-¿De la pared? –chillamos Gigi y yo. Pero esta vez chillamos por miedo, no por que nos hubieran tocado las “Hermanas Calambre”, como las conoceríamos desde entonces.
-Y después de la mano, salió un hombre, sin nariz –continuó diciendo Rosa con cara de yuyu-. Y se nos quedó mirando a las dos, de arriba abajo.
-Cuando yo llegué al saloncito, aquel hombre TRANSPARENTE y sin nariz, me miró también de arriba abajo, y recuerdo perfectamente que cerré la puerta de la cabaña antes de ir al servicio, y la pared por la que había aparecido, no tenía ventanas o puertas.
-¡Qué Jeby! –se me ocurrió decir-. ¿Y les dijo algo?
-¿Cómo salió luego? ¿Por la pared, o abriendo la puerta? -preguntó Gigi.
-¿¿¿Les dijo algo??? –pregunté súper cagada de miedo.
Las Hermanas Calambre se miraron. Era ese tipo de miradas del estilo “¿se lo decimos?”. Una mirada de jiñe entre ellas, y de meter jiñe general a nosotras.
-¡POR DIOR! ¡Os ha dicho algo el desnarigado! –y ellas me asintieron con gravedad-. ¡Qué! ¡Qué!
-Tras mirarme de arriba a bajo… -comenzó Pepa.
-Nos apuntó de forma grosera con un dedo… -siguió Rosa.
-Y dijo –y aquí se le sumó a Pepa la voz de Rosa, y dijeron las dos -. “Una noche sin luna”.
Y Gigi y yo esperamos a que terminaran de recitar ese tipo de maldición gitana, pero las Hermanas Calambre no dijeron nada más, porque el mensaje que habían oído era simplemente ese: “una noche sin luna”.
-¡QUÉ JEBY! –dije súper flipada de miedo.
-A nosotras nos dijo: “hasta que el último no pague, nadie descansará”.
-Eso suena a profecía –dijo Rosa, que por primera vez, fue la que habló antes.
-“Hasta que el último no pague, nadie descansará… una noche sin luna” –dijo Pepa en plan súper lista, uniendo nuestras frases. La suya y la nuestra.
-Suena raro… -dije y miré a Gigi, e intenté ser coherente ¡y sin beber!-. Veamos: a ustedes os dijo una cosa, a nosotras otra, pero ninguna de las dos tiene sentido a… no… ser… -y mis ojos se desviaron hacia al resto de nuestros compañeros, que comían y bebían como si nada pasara, en aquella fantástica barbacoa en la niebla-. A no ser… que a cada uno de nosotros el fantasma de –y chasqué los dedos otra vez-. ¡Fernando Moráles! Dijera a cada uno de nosotros parte de ese mensaje… o maldición.
Las Hermanas Calambre entonces, se preocuparon por la situación, aunque Gigi y yo ya estábamos requetepreocupadas desde hacía horas, desde “el tren de la bruja”, pero molaba saber que no éramos las únicas acojonadas por la situación, porque cuando el mal rollo se comparte, como que es menos mal rollo, ¿no?
-A vosotros os intentó atacar con un hacha –recordó Rosa.
-Sí, sí –dije yo intentando ordenar el Tetris mental que tenía-. Pero a ver: -y se me fueron las manos a la cadera, en plan violetera gay-. En este sitio hay gente que ha estado trabajando, y no les ha pasado nada, así que QUIERO creer, que el fantasma ese es inofensivo, porque la del buffet –y chasqué los dedos-. Esa que lleva camisas de tu estilo, Gigi: la Jacinta; Jacinta le ha visto y no le ha pasado nada, a parte de asustarse hasta el tuétano.
-Sí, tía, ¡es verdad! –dijo Gigi-. ¿Entonces qué vamos a hacer, Dolly?
-Por lo pronto, acabar este capítulo que me está quedando más largo que los créditos finales de Matrix… ¡ya veremos que hacemos en el siguiente capítulo, neeenaaa!
-Sí, tía, porque este capítulo, tiene cuatro páginas del “guord”.
-¡Qué jeby, neeenaaa! ¿Las cuentas?
7 comentarios:
Yo también creo que lo de los platos de plástico es una guarrada. Dolly, haz un Director's Cut y di que son de porcelana o algo con más glamour que el PVC nena.
Que no os dais cuenta, neeenaaas, que son platos de lo más, porque me dijeron que son de plástico biodegradable, para no joder el medio ambiente gay.
¡Que las japonesas son muy listas!
Mira que comerse el pescado crudo, ¿a quién se le iba a ocurrir semen-jante tontería? a las JAPONESAS, que son megalistas tras todos esos ataques de Godzilla, y ahora hacen vajilla desechable súper cool, que sirve de fertilizante.
Nada que ver con esos platos horrorosos que te ponen por ahí. Estos eran de diseño, biodegradables y súper cools.
¡Que sois unas tiquismiquis!
Serán todo lo cools que quieras, pero si los llenas de comida se escoñan y se te cae todo al suelo. ¡Así hasta yo soy biodegradable!
De verdad, a mis estas tensiones de mucho pensar y de muchas pistas... siempre me acabo perdiendo... al final haras unos apéndices como en el Señor del Organillo?
Superafavor de zapatillas con suelas de goma para evitar la electricité estatiqué
A las Hermanas Calambre, cuando más lejos, mejor. Además Gigi y yo hemos aprendido a detectarlas antes de verlas.
¡¡¡EL AIRE SE CARGA DE OZONO, NEEENAAA, SÚPER JEBY!!!
Y tranquila, que esta aventura no será una aventura de GARCI. No vas a perder el hilo musical.
después del incendio en el motor del avión, me quedé montón de horas como pepa y rosa, soltando chispas, pero sólo cada vez que tocaba algo de metal... claro que a lo mejor entré ya así al avión y provoqué yo el cortocircuito ¡neeenaaa!
Puas creo que vas a tener que ponerte unas tiras de plástico en los zapatos, no sea que un día vayas a hacer pis, ¡¡¡¡y se te electrocute el CHIRLI, NEEENAAA!!!
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