martes, septiembre 13, 2005

~4~ 1ª Temporada

En el capítulo anterior…

Gigi y yo estábamos a punto de chillar como dos endemoniadas al ver la habitación de Sayuri, mientras la Space bailaba Danza Moderna en el salón, con cara de ida perdida.


-¡¡¡Holly Manolis!!! –chilló Gigi cuando vimos AQUELLO.

Para poder imaginaros cómo era la habitación de Sayuri, antes debéis poner la mente en blanco, imaginaros un anuncio de la Barbie Putona, cinco pelis de Disney y mucho, pero que mucho EGO; los colores de la habitación y de los muebles, sólo mostraban dos tonalidades: el rosa palo y el rosa chicle. Pero todo, todo… en esos dos únicos colores. En las paredes y colgando de carísimos marcos, mega posters de la Sayuri, de cuando decidió hace años que iba a ser una SúperStar (que no fue, ni follándose a los productores de medio Madrid); aquella habitación sería capaz de poner los pelos de punta a chewbacca, de lo terriblemente freak y lollipops que era. Para echar a correr hasta no toparte con un cartel que dijera “¡Bienvenidas a Alaska, Marikas!”.

-¿Cómo puede dormir Sayuri aquí? –preguntó acongojada Gigi.
-¿Con varias pastillas de Diacepán y porros? ¡Gigi! ¡Esta habitación es la de una perfecta marika psicópata! ¿Cómo puede dormir en esa cama… con tantos cojines rosa?
-Quizá sea daltónica.
-¡Es una PsichoPink! ¡Mira, Gigi! –chillé cuando vi que su ordenador, de igual color que TODO en aquella habitación, seguía encendido y bajando pelis y discos a saco.
-¡Miremos su correo! –dijo y salió disparada hacia el ratón, que tenía una espantosa funda como de hamster teñido de rosa chicle-. ¿Dónde coño están los botones?
-A mi no me mires, no pienso tocar esa cosa –dije asqueada-. ¡Mira! –repetí, sin dejar de asombrarme, al ver un pequeño librito de tapas duras, rosa palo, con una cuerdecita rosa chicle que lo ataba, en el que se leía MI DIETARIO.
-¿Sayuri estaba a dieta? –preguntó Gigi.
-Mira que llevas años en Madrid, y parece que llegaste ayer de Burgos. Es un dietario Gigi. Una agenda al día ¿entiendes? No un régimen ni nada por el estilo.
-¿Y por qué no usa post-it como todas?
-Porque para eso existen los DIETARIOS; tú busca en el correo, a ver si ves algo. Yo me voy a sentar en la cama de la Familia Addams a ver si encuentro algo aquí.

Dicho y hecho. Me senté en la cama, tras apartar algunos de aquellas decenas de minicojines rosa, quité la cuerdecita que ataba el dietario de la Sayuri y cotillé, hasta que me vi forzando la vista porque no tenía mis gafas de hipermetropía, esas tan monas que me dan un look como de ausente, aunque lo que en realidad ocurre, es que con ellas de lejos no veo ni a Harrison Ford desnudo, porque son gafas de hipermetropía, o sea, para leer de cerca. Lo que vi en las páginas, escrito de puño y letra de Sayuri, me erizó las pestañas como en ese anuncio donde una megapija se pasa el cepillito y sus pestañas parecen sufrir de erección mórbida.

-Gigi: Sayuri está como una puta cabra. ¡Esto parece escrito o dibujado por una vieja ciega con parkinson!
-Tiene muchos correos recientes ¡Coño! ¡Y con fotos de chulazos! ¡Mira a éste!

Como no entendía nada de lo que había escrito en el Dietario de Sayuri, decidí que era mejor alegrarme el cuerpo con las fotos que estaba viendo Gigi en el monitor. Mi sorpresa aumentó. Aquellas fotos eran de ¡OSOS! No de los del parque Yellowstone, sino tíos súper peludos, cuadrados y con mirada asesina de “ven que te voy a hacer crujir ese culito, como una manzana reineta… ¡CRAKS!”

-¿A Sayuri le gustaban los OSOS? –dijimos a la vez como siamesas pegadas por los hombros, porque estábamos flipadas como en un campo de amapolas viendo aquellas fotos, más tórridas que un verano en Marruecos.
-¡Dolly, éste me suena!
-¡Pero si es una polla sin cara, Gigi, cómo te va a sonar!
-¡Soy muy buena fisonomista!
-Pues como entiendas por “fisonomista” lo mismo que entiendes por “dietario” ¡esa polla hasta podría ser de Aznar! -casi me "gomito" al pensarlo-. ¡Para mandarte al “pasa palabra” estás tú hoy! –y miré los comentarios del correo-. ¡Vaya lo que le decían! ¡A mí nunca me han dicho esas guarradas… ni follando!
-¿Qué es el orto? –preguntó Gigi.
-Una fruta japonesa –y le di tal colleja que me dolió la mano hasta el codo-. ¡Es el culo, tonta!
-¡Claro! –dijo frotándose donde le había zurrado-. Como tú estudiaste japonés.
-¡Qué japonés ni qué niñas muertas! –y volví a sentarme en la cama, cuando algo se me clavó en el “orto”, y no era uno de aquellos minicojines, era algo duro. ¿Un vibrador? No, ésto era más duro. Saqué mi culo de allí y me giré hacia el colchón. Aparté varios de aquellos minicojines, pero el trasto sólido, no estaba sobre la cama… estaba bajo el colchón –. ¡Gigi!
-¡Mira! ¡Este que está tan bueno hasta deja su número del móvil! ¡Me lo voy a apuntar!
-¡Gigi, deja de ser puta y ayúdame a levantar el colchón!

Gigi se volvió hacia mí, cuando intentaba apartar los faldones rosa que colgaban del edredón (también rosa pero color chicle), de la cama de Sayuri. Una por la cabecera y la otra por los pies, levantamos el colchón un poco, lo justo para ver qué se escondía allí debajo y chillamos. Nos miramos y ¡volvimos a chillar hasta que nos vimos las campanillas!

¡¡¡Debajo de la cama había una muerta, otro librito... Y UNA PISTOLA!!!

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