jueves, septiembre 22, 2005

~8~ 1ª Temporada

En el capítulo anterior…

Sayuri era nuestra amiga, estaba desaparecida y teníamos que encontrarla, fuera como fuese. Por eso terminamos Gigi, yo y mi gripe, en el bar Lether en busca de la Vader, una marika malísima pero muy lista, que lo sabía todo, todo y todo.


-Dolly Parton –terminó de decir la Vader y se inclinó sobre mí-. Sé quien eres.

A Gigi y a mi se nos cortó la respiración, mientras que la penetrante miraza azul de la Vader nos atravesaba a ambas. Creo que la Gigi se cagó de miedo por simpatía, porque a quien realmente miraba la Vader era a mí, no a Gigi.

Cuando se está loca como yo, y se han visto demasiadas películas, del tipo de películas que las amigas te dicen: “Dolly, esta película no la veas porque es muy “impresionista”, y si las ves, tendrás pesadillas”, y pese a esas advertencias de mis queridas amigas, soy lo bastante subnormal para verlas y efectivamente, pasar varios días sin pegar ojo. Todo ese background audiovisual provoca que el punto de vista de la realidad se desvíe y comience a flipar rábanos tridimensionales.

Con esto quiero decir, que cuando me vi con Gigi, siguiendo a la Vader a su casa, por las calles poco transitadas de las cercanías de Chueca, la mente se traviste y te ves como la Jodi Foster (¡qué cutis tiene la muy puñetera!), siguiendo a Hanibal Lecter a su casa, donde te desollará y se hará dos pendientes con tus gónadas (¡vaya! ¡Qué fina me he vuelto ahora!)

Si era tan terrible mencionar su nombre, ¿cómo pudimos seguir a la Vader a su casa? Porque borrachas no estábamos. Yo casi ni bebí mi ginlemon, y Gigi se lo tiró por encima, así que estábamos sobrias y súper chaladas por hacer lo que hacíamos… pero si lo hicimos, fue por aquella frase llena de misterio que nos dijo la Vader, muy cerca de nuestro rostro y en voz baja.

-Hay cosas de las que no se pueden hablar aquí. Requieren otro… -y miró a su alrededor-, otro ambiente; sé por qué buscáis a Chirli… o Sayuri, como la llamáis vosotros. Si queréis saber en qué estaba metido, debemos salir de aquí.

Gigi y yo nos quedamos con los ojos más abiertos que un furby que es arrojado desde la azotea de Torre Picasso a la calle. Entonces, la Vader dio media vuelta para dirigirse a las escaleras del bar. ¡Se largaba! ¿Qué hacíamos? ¿La seguíamos? ¡Gigi, qué hacemos! ¡Gigi! ¡Gigi, responde!

Pero Gigi no dijo nada, porque todo lo que estaba diciendo me lo chillaba mi misma en mi mente, ¡y la Gigi no es telépata, coño!

-¡Gigi! –y la cogí, y ella chilló como una berraca, llamando la atención de todas las “reliquias” que estaban en el Leter (ya he explicado lo que son las “reliquias” en el Capítulo 7, así que no me voy a repetir)-. ¡Gigi! ¿Qué hacemos?
-Tía, no sé. Esto me supera ¡y tengo miedo! ¿La has oído? ¡Quiere que la sigamos!
-Pero la Vader puede ser la única que sepa dónde está Sayuri.
-¡Estoy muy buena, y soy joven para morir, Dolly!
-Gigi, ¡no te “emparanoyes”!
-Vamos a morir, lo sé. Vamos a morir de alguna forma cruel… ¡atadas a una farola del parking del IKEA, sin poder comprar nada durante toda una eternidad, o peor aún… ¡nos obligará a bailar todos los discos de Milli Vanilli y Modern Talking hasta que se nos partan los tobillos y caigamos sobre nuestra sangre!
-¡Tía! ¿Te quieres tranquilizar? –y saqué mi móvil-. ¡Si nos pasa algo, llamaré a la Space y ella llamará a la policía!
-¿Y cómo le dice la Space a la poli que vamos a morir? ¿En código morse? ¿Me estás diciendo que has dejado nuestras vidas…¡¡¡en manos de una marika muda!!!? ¡¡¡Estás loca, Dolly!!! ¡¡¡PERO TÚ ESTÁS OYENDO LO QUE DICES!!!
-La Space no está muda, simplemente está chalada, y si no habla es por gusto... y si le digo que estamos en peligro, volverá a hablar, llamará a la policía, nos rescatarán dos chulazos uniformados con buenas porras –casi digo pollas-. Pero eso no pasará porque nadie va a morir.

En ese instante caímos en la cuenta, de que el camarero de la barra estaba cambiando el CD de música, había un silencio de “ultratumbagay” y todas las reliquias nos miraban como si fuéramos oligofrénicas de respiración acelerada, cargadas con garrafas de gasolina y una caja de cerillas familiar.

-¡Es que somos actrices! –dije con una sonrisa de oreja a oreja al público de la 4º edad, que seguía con la boca abierta-. ¡Estamos preparando un papel para la obra “Muérete tú, que vistes peor que Yo”, y como que nos tomamos muy en serio en los ensayos! ¡Hasta cuando salimos de copas, seguimos preparando el papel! Ja-ja-ja…

Aquella risa me sonó más falsa, que el peluquín que llevaba una de las marikas viejas que nos miraban; la música volvió a sonar a plena potencia y el mundo continuó girando, sin hacer puñetero caso de nosotras; cogí a Gigi del brazo y salí disparada hacia las escaleras; atravesamos la pista de baile, ahora cuarto oscuro, con la velocidad del AVE, y subimos las siguientes escaleras tras una pequeña pausa, porque al correr, no me acordé de que arrastraba a Gigi, y la pobre se había estrellado contra una cabina y me miraba con la vista desenfocada.

-¿Te encuentras bien? -le pregunté chascando los dedos delante de su nariz roja.
-Me da que no. No me siento la nariz.
-No te preocupes, sigue en su sitio y tienes dos agujeros para respirar. ¡Vamos, Gigi, que la perdemos!

Y reanudamos la carrera, cruzando el pasillito estrecho de la primera barra y salimos a la calle. Allí nos esperaba la Vader y al vernos, nos dio la espalda y comenzó a andar… y nosotras nos pusimos también en marcha, a unos cinco metros de distancia; pasaron unos coches, que quieras o no, nos devolvieron a la realidad, mientras hablábamos de estupideces para quitarnos el miedo, como por ejemplo, sobre una tienda de decoración ideal que había en la calle Fuencarral, o sobre la sepiolita perfumada (la tierra esa que le ponen a los gatos para que caguen y se meen hasta el trance), que queda súper decorativa dentro de los ceniceros. Aunque claro, le recordé a Gigi que para eso hay otro tipo de arena perfumada, más de diseño, y que no hacía falta comprarse 2 kilos de tierra perfumada para gatos; el tintineo de unas llaves cortó nuestra conversación. La Vader había llegado a un portal que se disponía a abrir, nos miró y esperó a que llegáramos a su lado.

-Espero que sepáis en dónde os estáis metiendo, chicos…

¿Qué si sabíamos dónde nos íbamos a meter? ¡Madre mía! ¡Si ya me vía con la Gigi, metidas dentro de dos ataúdes, vestidas en camisón, con cinta rosa en el pelo y un rosario entre las manos, colocadas sobre el pecho!; la Vader entró en el portal y encendió la luz de la escalera. Al principio intenté seguirla, pero ni Gigi ni yo pudimos dar un paso. ¡Era como si nos hubieran pegado con SuplerGlu a la acera! ¿Otra vez paralizadas por el terror? No, nenas. Estábamos acojonadas por el saliente del portal, construido en el año que inventaron el cemento, y con peligro de derrumbe desde el año que nació Sara montiel.

-A la de tres, Gigi -y me agarré de ella con más fuerza-. Una... dos... ¡Tres!

Y salimos disparadas hacia el interior del portal del edificio donde vivía la Vader, o lo que era lo mismo: nos habíamos metido de lleno en La Estrella de la Muerte.

1 comentario:

Rafa Delgado dijo...

Como cabras. O como locas. Ya no lo sé xDD.